Dos delincuentes en el furgón policial (1942). ©Weegee/Caravan

Dos delincuentes en el furgón policial (1942). ©Weegee/Caravan

Una máquina de escribir, ropa, puros, salami, una emisora de radio que captaba la de la policía y todo lo necesario para revelar fotos in situ. Como si del coche de un superhéroe se tratara, todo lo enumerado es lo que se podía encontrar en el automóvil de Weegee, nacido como Usher Fellig, convertido después en Arthur y conocido por el apodo que fonéticamente se parecía a la palabra «ouija». Y no es que hablara con los muertos, sólo los fotografiaba, pero su pericia para adelantarse a los agentes de la ley en el lugar de los hechos, provocó que fuera bautizado con ese mote.

Añada agua caliente y listo (anterior al 1937). ©Weegee/Caravan

Añada agua caliente y listo (anterior al 1937). ©Weegee/Caravan

Weegee nació en Ucrania el último año del siglo XIX y llegó a Nueva York cuando sólo tenía once años. A partir de ahí su vida transcurriría paralela a la de la gran ciudad, hasta el punto que acabó convirtiéndose en el gran cronista de la misma. No sólo de sus bajos fondos, sino también de otros sucesos menos sanguinolentos como fiestas varias, escenas más costumbristas e incluso de las playas. Sus fotografías toman el pulso de un tiempo y un lugar sin ningún tipo de aditivos.

Verano (1937). ©Weegee/Caravan

Verano (1937). ©Weegee/Caravan

Con la misma habilidad con la que se desenvolvía en los tugurios menos recomendables, alternaba ambientes sin perder un ápice de su pronunciada personalidad. Sus obras podían exponerse un día en el MoMA y al otro compartir él un cigarrillo con proxenetas, estafadores, prostitutas y ladrones. Dos veces ese fijó el cine en su figura. En «La ciudad desnuda» (Jules Dassin, 1948) y en «El ojo público» (Howard Franklin, 1992), con Weegee ya fallecido y Joe Pesci dándole la réplica en la gran pantalla.

Una pareja con gafas 3D en el Palace Theatre (ca. 1940). ©Weegee/Caravan

Una pareja con gafas 3D en el Palace Theatre (ca. 1940). ©Weegee/Caravan

La naturalidad de sus instantáneas fueron clave en su éxito. Y eso que se le acusaba de manipular las escenas de los crímenes para ganar en fotogenia. Matones, mafiosos y la galería barriobajera más variopinta conviven con humildes hombres y mujeres arreglados para salir a pasarlo bien, chiquillería que ejerce como tal, jaranas con enanos incluidos o enamorados con ganas de demostrarlo. Un listado en el que nunca se encontrará un suicidio. Ante una muerte así, pasaba de largo. Se pueden no tener escrúpulos, pero sí principios.

«Weegee, the famous» puede visitarse en el hall del MuVIM hasta el próximo 31 de agosto.