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Los de la foto son empleados de la Imprenta Romeu, entonces en la Plaza del Pilar de Valencia y hoy con las instalaciones en un Polígono Industrial de Catarroja. Se les ve trabajando de manera artesanal, anónima, constante. Indispensable para que el producto tenga un acabado perfecto. Aunque después su usuario no se detenga, en ningún momento, a pensar en ese proceso de elaboración. La imprenta se creó en 1940, pero 73 años después, la historia se repite y son muchos los oficios, relacionados con la cultura, que permanecen ocultos para la gran mayoría. Nadie se plantea quién subtitula las películas que vemos, quién corrige los libros que leemos, quién organiza los conciertos a los que vamos o quién elabora esos editoriales de moda que abundan en las revistas. Nosotros sí. Sus nombres no acaparan titulares y sin embargo sin su labor no sería posible el resultado final. Todos son valencianos, así que si se cruzan con ellos, denles las gracias.


La voz escrita de los actores

Foto: Miguel Ángel Puerta.

Foto: Miguel Ángel Puerta.

Tenemos tan asumido que los dvd’s o determinados cines nos permitan ver las películas en versión original con subtítulos, que hemos olvidado que estos no surgen por generación espontánea. Alguien ha tenido que traducir los diálogos, adaptarlos y comprobar que se mantienen fieles a la historia que se nos quiere contar. Un trabajo que, no por oculto, deja de ser imprescindible.

Begoña Ballester-Olmos es traductora y subtituladora. Gracias a ella, se pudo escuchar la voz original del recientemente fallecido Paul Walker en «Carrera infernal» y que los no-angloparlantes entendiéramos lo que decía; o ver en los cines «The Kings of Summer» tal y cómo se rodó sin perder ni un detalle de la trama. Son sólo dos ejemplos. Productoras como Elamedia, distribuidoras como Avalon y empresas de subtitulado como Atelier de Soustitrage, son algunos de sus clientes. A sus 32 años, Begoña vive de su trabajo como subtituladora, un empleo al que llegó de manera «vocacional y fui casi 100% autodidacta. En el 2007 empecé a trabajar en Madrid, en la empresa Trilogía Audiovisual (RIP), como grafista, pero al año ya estaba traduciendo y subtitulando películas. Un día, la traductora externa falló y como yo sabía mucho inglés me pusieron a traducir, enseguida me enseñaron a subtitular y me flipó tanto que acabé siendo la responsable de Traducción y Subtitulado hasta que cerró la empresa en el 2012. Luego volví a la terreta y me hice autónoma y creé BBO Subtitulado«.

Coincide con nosotros en que su trabajo es, en la misma proporción, invisible y absolutamente necesario, pero por lo que podría deducirse de lo segundo no goza del reconocimiento que merece. «En absoluto. De hecho, todavía no está muy claro el tema de derechos de autor de los subtituladores. Tengo entendido que en el caso de los dobladores o de los traductores de guiones esto está mejor regulado, pero los subtituladores básicamente no podemos reclamar derechos de autor. Eso por una parte. Y bueno, ¿alguna vez has oído a alguien decir: ‘Ostras, ayer vi una peli que estaba súper bien subtitulada, Pepita García lo ha hecho muy bien’? No. Pues eso».

Su trabajo es la envidia de cualquier cinéfilo o cinéfago, porque le permite ver las películas antes de que se estrenen, pero es precisamente ese plus atractivo que tiene, lo que se puede convertir en lo peor de la faena cuando el film, el documental o la serie resultan tediosos. Si hay un momento de su trabajo que no lo cambia por nada es cuando se proyecta en una pantalla grande, «buah, ir al cine y ver mis subtítulos me da una sensación de satisfacción absoluta. Y también de terror absoluto, siempre está ahí la duda de: «Entre mi revisora y yo lo hemos repasado miles de veces, pero… ¿y si se ha colado una errata?». Aunque de momento, no me ha pasado».

Begoña es optimista respecto a su futuro laboral porque «no van a dejar de hacerse películas, ni cortos, ni documentales, ni programas, ni series de televisión». Además se están ampliando los campos en lo que los subtítulos van ganando presencia como la publicidad, los videojuegos o los vídeos corporativos. Y ni siquiera esa eclosión de subtituladores que pululan por internet son un peligro para la profesión. «Afortunadamente, aunque no lo parezca, en realidad los subtituladores profesionales y los fansubbers (así se llaman los subtituladores de Internet) son dos cosas muy diferentes. Los fansubbers no suelen ser traductores y mucho menos subtituladores. Son gente que se dedica a hacer este trabajo de una forma altruista (hay veces que no, claro, los creadores de las webs ganan dinero con ellas). Sí que es cierto que muchos traductores que acaban de terminar la carrera o que han hecho algún curso de subtitulación, para ir cogiendo práctica, subtitulan series o películas para luego colgarlas en estas páginas. Pero a la hora de la verdad, esto no nos afecta tanto a los subtituladores profesionales, ya que por ejemplo, cuando una película sale en el cine los subtítulos ya están hechos, así que los que luego aparezcan en Internet no nos afectarán. En cuanto a las series, cuando una cadena compra alguna serie extranjera, vuelve a subtitularla, aunque ya estén los subtítulos en la Red, por cuestión de control de calidad. Así que, de momento, no es algo negativo para la profesión».


Al otro lado del escenario

Foto: Miguel Ángel Puerta.

Foto: Miguel Ángel Puerta.

El músico sube al escenario, toca y para la mayoría da comienzo el concierto. Pero en realidad, hasta que eso se ha producido, ha sido necesario, por detrás, un trabajo cuya principal recompensa es que todo salga sin problemas, que nadie se queje de nada, arriba y abajo de la tarima, y así hasta el siguiente directo. Las horas cuadrándolo todo y lo que se origina a su alrededor nunca preocupa al que ha ido a divertirse. Tampoco dar las gracias, alguna vez, a los que arriesgan lo que no tienen para que la música siga viva.

José Antonio Rivas (Jose Commandant para los amigos) cumplió 60 años hace unas semanas. Pero viendo su entusiasmo, nadie haría caso a lo que dicta el DNI. Productor artístico, promotor de eventos musicales y disquero. Sin olvidar, que es el manager del gran Julio Bustamante. Una manera rápida de resumir un curriculum de los de quitar el hipo. «Uno comienza siendo fan de la música, coleccionista compulsivo de discos y acaba tan implicado que irremediablemente hace de su afición un oficio. Así en 1975, es decir hace ya 38 años, monté un garito (Commandant Pub) que fue el primero en Valencia en tener cabina completa de dj, además de programar actuaciones en directo por las tardes. Por allí pasaron los grupos de la época: Modificación, Paranoia Dea, Eduardo Bort y Julio Bustamante entre otros. Ahí fue cuando se cimentó mi amistad con Julio. Posteriormente y resumiendo mucho, pasé a trabajar con Gay&Co., entrando de lleno en la producción de conciertos internacionales en Valencia: Camel, Kraftwerk, Status Quo, Robert Palmer, Joe Cocker, Santana, Ramones, etc. Tras haber trabajado en radio, prensa, conciertos y como dj en Valencia, Benidorm y Alicante, acabé en Madrid, donde durante más de 10 años colaboré en producción internacional con las principales empresas españolas del ramo, fui road-manager de grupos importantes y tuve la suerte de dirigir la sala de conciertos Jácara Plató durante sus cinco años de actividad con más de de 400 eventos programados. De vuelta a Valencia, a finales de los 90, me hice cargo de la carrera de mi amigo Julio Bustamante que carecía de manager en esos momentos y hasta hoy, en plan más familiar que profesional y siendo un honor convivir con un genio como él. En 2005, junto al músico Carles Carrasco fundamos Comboi Records, un pequeño sello indie que, como era de esperar no da beneficios, pero del que nos sentimos muy orgullosos. Paralelamente continúo con mi trabajo de productor de eventos en directo desde Vaselina Live«.

El suyo es otro oficio invisible de la cultura, de esos que «nunca tiene el reconocimiento que merece por el esfuerzo desplegado y además está mal pagado. Si todo va como la seda es lo normal y no te felicitan, y si algo falla te crucifican. No hay término medio». Como tampoco lo hay si se le interroga por lo mejor y lo peor de esta profesión que se desarrolla detrás de las bambalinas: «El primer concierto internacional que presencié en mi vida fue Traffic en Barcelona en 1974 y quedé tan impresionado que en aquel momento decidí que yo quería dedicarme a esto, así en plan fan descerebrado. He tenido la gran fortuna de trabajar y conocer a casi la totalidad de mis ídolos musicales durante todos estos años y eso es impagable y lo mejor que le puede suceder a un aficionado mitómano. Lo peor han sido los sinsabores puntuales que se dan en cualquier profesión y que en esta duelen más, fundamentalmente las veces que como promotor me he arruinado».

A la incertidumbre que supone no saber la respuesta del público ante un evento programado, hay que sumar la competencia que desde la trinchera amateur muchas veces tienen que sufrir, aunque esto último es algo a lo que se acaba acostumbrando porque «intrusismo ha habido siempre en nuestro trabajo. Es muy goloso y hay gente que se cree esto es jauja, pero finalmente es una carrera de fondo que muy pocos aguantan. Son como las flores, muy monas al principio, pero se marchitan enseguida. Lo peor es que mientras duran marean el mercado, tanto de los artistas como de las salas y perjudican las negociaciones profesionales».

Sin embargo, no es por ellos, por lo que Jose Commandant ve gris su futuro laboral, sino por «las circunstancias económicas tan extremas que esta padeciendo la población, que han provocado que, por mera subsistencia, la gente se prive de muchas cosas, digamos no básicas, y la mayor perjudicada ha sido la cultura. Cines, teatros, literatura y actos musicales se han convertido en un artículo de lujo que casi nadie se puede permitir. Así que nuestra endeble industria del ocio se está yendo por el retrete. No se venden discos y los músicos, productores, promotores y programadores que vivimos en la cuerda floja desde siempre ahora estamos a punto de engrosar la lista de pobres de solemnidad».


 Las entretelas de la moda

Nuria Calaforra

Foto: Álvaro Gascó

No, los editoriales de moda no los crean los diseñadores. Esa es la primera lección que aprende cualquier aficionado a la moda. Y la primera alegría, si su intención es dedicarse a ello. La imaginación es la que imprime el estilo. Los estilistas dan infinitas lecturas a la moda y aunque su oficio permanece siempre detrás o al lado de los creadores, ellos son los únicos responsables en bajar la moda de la pasarela para que la sigamos deseando. Aunque pase desapercibido para mucha gente.

Nuria Calaforra Díez es estilista y entiende que su trabajo «consiste en crear moda tras la moda creada por los diseñadores. Es otro grado después del estricto de la creación de las prendas, pero sigue siendo crear moda mediante la mezcla y el conjunto, el todo que quede tras la sesión es más moda que nunca, es moda aplicada». Tiene 26 años y aunque esta labor no es, por ahora, su principal fuente de ingresos, ya ha trabajado en un spot para los zapatos Art Company y en diversas colaboraciones publicadas en medios como Neo2 o Outstanding. Siempre bajo su marca Leclectique.

Como se repite a lo largo de este reportaje, ella cree que su trabajo «no está nada valorado. «Mi chico cuando empecé esta faceta me dijo que qué hacía, que me siguiera dedicando al periodismo de moda (oye, que también), pero este campo es más puro y está menos contaminado. Es crear moda en un segundo grado, tras el estricto del diseño de las prendas, es moda aplicada, creo que es un papel muy importante; de ahí que los estilistas en los desfiles internacionales sean tan vitales para los diseñadores».

Una piel de plátano es el elemento más extraño que ha utilizado alguna vez en uno de sus estilismos. Un ejemplo perfecto de que para ella la creación no conoce límites porque «lo mejor es crear, te sacia y por tanto te calma. El romper con patrones que ya has visto e ir por otros caminos menos utilizados que te apetecen». Su pasión por la moda se despertó cuando era una niña «y me apasionaba el momento en el que elegir con qué y cómo salías a la calle, no era algo que en ese momento pudiera vislumbrar como una profesión. El conocer cómo a través de eso podías imaginar y crear al margen de lo puramente funcional vino después. En mi familia todo el mundo es de ciencias, a cualquier trabajo artístico y creativo tenía que llegar yo sola. En este campo soy autodidacta, creo que es algo que se tiene o no, hay cosas inexplicables, o las ves o no. No hay truco. Pero sí puedes educar el ojo».

Reniega de la visión casposa que en España se tiene del estilismo y se queja, en voz alta, de que «cuesta mucho que te remuneren bien por ello». Sobre el futuro, tiene claro que difícilmente pasa por Valencia porque «hay muy pocos puestos buenos con los que puedas sostenerte y que te satisfagan, y desde luego están en Madrid. Por supuesto hablo del estilismo artístico y no del de publicidad o el de celebrities. A partir de ahí todo lo bueno está en el extranjero».

Pero cualquier nubarrón desaparece cuando habla de lo que siente al ver su trabajo publicado: «Es reconfortante, es un buen chute, aunque una vez publicado intento no verlo mucho, me da miedo saturarme y llegar a aborrecerlo, y creerme que está mal o algo por el estilo. Me suele pasar con lo que veo mucho. Eso es la modernidad, y no una tribu urbana. También es porque el gusto se modula y tiene que ver con que la moda sea cíclica. El durante es muy divertido y me atrapo muchísimo».


Limpia, fija y da esplendor

Foto: Miguel Ángel Puerta.

Foto: Miguel Ángel Puerta.

Que levante la mano el que no ha puesto el grito en el cielo cuando ha visto una falta de ortografía en un texto publicado. Ya pueden bajarla. Ahora, que levanten la mano los que, en alguna ocasión, han aplaudido porque lo que leían estaba limpio como una patena. Lo suponíamos. No, cuando consiguen una lectura sin sobresaltos no le tienen que dar las gracias a un magnífico y novedoso programa informático. Seguramente, aunque les cueste creerlo, detrás de ese logro, hay personas que aún consultan diccionarios.

Iván Martínez Navarro y tres amigos más son de esa especie que se resiste a la extinción. Estaban en el último curso de Filología Hispánica, «algunos compañeros ya empezaban a trabajar corrigiendo diarios locales, al tiempo que oímos a varios profesores comentar la necesidad de un servicio de asesoramiento lingüístico para las empresas. Nos juntamos cuatro «locos» y decidimos montar nuestra empresa: una consultoría lingüística, que ofrecería servicios de corrección de textos, redacción, traducción, etc., tanto a empresas, como a instituciones públicas y particulares».

La bautizaron como Communico y este año ha soplado las velas por llegar a los dos lustros. «Trabajamos para clientes muy heterogéneos: desde editoriales, hasta empresas de distinto tipo, como Renfe o Churruca, también para los servicios de publicaciones de las principales universidades valencianas y para clientes particulares que nos suelen pedir la edición de sus novelas o poemarios».

Las prisas son uno de los principales inconvenientes con los que tienen que lidiar día a día, en una profesión, la de corrector, por lo general, bastante desconocida: «Cuando a alguien le dices que eres corrector de textos siempre te dicen que eso ya lo hace el Word, pero cuando te dejan explicarte un poco más sí que suelen entender la necesidad de que los textos pasen por una persona experta en lenguaje». Y es que aunque los sms (primero) y el whatsapp (después) han intentado acabar con los manuales de ortografía, si nadie hiciera el trabajo de Iván sería imposible poder leer en unas condiciones mínimas. Algo que no debería olvidarse ante el incierto futuro laboral que parece que les acecha » por el cierre de medios de comunicación, el descenso en la venta de libros y las medidas de austeridad de las empresas en general. Por otra parte, el lenguaje entrecortado de la mensajería móvil está provocando una minusvaloración de la expresión escrita correcta. Frente a todo ello, es tarea de los correctores hacernos visibles, demostrar que no es lo mismo un texto bien escrito que uno plagado de errores, que una web con un diseño exquisito pierde mucho con una expresión pobre, y en ese sentido La Unión de Correctores está efectuando un trabajo muy importante».

Cuando uno se dedica a descubrir erratas en los textos que lee, resulta complicado desconectar, incluso cuando la jornada laboral ha terminado. «Leyendo cualquier cosa, viendo la tele o incluso oyendo conversaciones por la calle siempre detecto algo: una coma mal puesta, una palabra mal utilizada, un «de» que sobra o que falta, etc». Pequeños gajes con los que hay que acostumbrarse a vivir, y que acaban sepultados ante la contemplación del trabajo bien acabado, porque «es una satisfacción ver en las librerías libros que tú has corregido o ir por la calle y ver carteles publicitarios en los que has aportado tu granito de arena (al principio hasta les hacíamos fotos). Y es muy gratificante la cara de un autor al que le das un libro totalmente terminado del que él simplemente te pasó días antes el texto en soporte informático: lo has corregido, has diseñado las cubiertas, los interiores, la imprenta lo ha finalizado y le entregas el regalo final al cliente; su cara es la misma que la del niño que abre los regalos que le han dejado los Reyes».