Ilustración: Eva M. Rosúa.

Ilustración: Eva M. Rosúa.

Intrínseco al fútbol es la escasa profusión en los partidos del gol, su objetivo primordial. Los bajos guarismos le procuran un papel principal a cada tanto marcado. Lograrlo es en sí la culminación del esfuerzo colectivo. En este deporte centenario, ingente es la cantidad de goles decisivos habidos en el logro de títulos, permanencias, ascensos, promociones o clasificaciones, tanto más glosados de épica por la dificultad de obtenerlo en circunstancias de adversidad. En inferioridad numérica, en el último minuto o en los lanzamientos de penaltis, la hazaña del gol se magnifica hasta la heroicidad.

En otras ocasiones, obviando lo deportivo, el gol se caracteriza por adoptar un cariz causal, capaz de variar los acontecimientos venideros. Por su proximidad en el tiempo, cabría destacarse goles como el de Illie, en diciembre de 2001, en Montjuic al Espanyol, que refrendaba la remontada del Valencia en la segunda parte (de 2-0 en el descanso a un 2-3 final), que evitó la destitución de Rafa Benítez como técnico valencianista, propiciando el comienzo de una época brillante para el conjunto che, con dos ligas, una UEFA y una Supercopa Europea en tres temporadas. O como el gol de Fábregas, en la Eurocopa de 2008, en el lanzamiento decisivo en la tanda de penaltis en los siempre, hasta entonces, denostados cuartos de final. Sin ser ninguno de los dos definitorios para un campeonato, su grandeza residió en trascender al juego, incidiendo en el curso de la entidad (club o selección), considerándose ambos como el inicio indiscutible de las etapas gloriosas posteriores del Valencia y de España.

A lo largo de su historia, el Levante UD ha competido en todas las categorías del fútbol nacional, desde la Primera División hasta la Tercera. Con ascensos y descensos en su trayectoria, múltiples han sido los goles decisivos en el paso a una categoría superior. Ubicado en los altares del levantinismo se encuentra el gol de Vall, conseguido en el encuentro de vuelta de la promoción a Primera, disputado en Vallejo el 2 de junio de 1963. El tanto del centrocampista catalán sentenció la eliminatoria. Ese 2-1 a falta de veinte minutos, unido al uno a dos cosechado en la ida, posibilitaba el ascenso a la División de Honor por primera vez del conjunto granota. Y, junto al de Vall, el de Rivera, en el estadio Chapín de Xerez. El 5 de junio de 2004, a similitud con Vall en el minuto 70 y con empate a uno, el manchego de Puertollano, Alberto Rivera, marcó el gol del ansiado retorno a la máxima categoría del fútbol español más de cuarenta años después. Un gol que coronó al Levante como campeón de la Segunda División, máximo título oficial reconocido al club azulgrana, con esa Copa de la República (con honores irrefutables de copa de España, al mismo nivel que las del Rey y las del Generalísimo) huérfana de la honra que le corresponde. Aun cuando el Levante ascendió a Primera un par de veces más (2005-06 y 2009-10), el «sentiment» de los goles de Vall y de Rivera resulta insuperable. Simbolizan el excitante deseo del levantinismo final y plenamente  alcanzado.

Junto a ellos en ese ámbito emocional, podría situarse el gol del malagueño Juanlu al Motherwell el 23 de agosto de 2012, el primero del Levante en una participación continental. O, más puristamente, el del valenciano de Orriols, Juanfran, un mes más tarde en el Ciutat de Valencia al Helsinborg, por ser este ya conseguido en la Europa League de hecho, en su jornada inicial de la fase de grupos, y el del andaluz de Málaga en la eliminatoria previa. Tanto el de Juanfran como el de Juanlu se caracterizaron por una orgullosa y sosegada emotividad en el levantinismo, superada ya, desde la madurez, aquella ilusión más angustiosa, por anhelada, presente en los tantos de Vall y de Rivera. En la temporada 2012-13, la entidad granota podía comenzar a ambicionar un nivel de gestas superior, acorde a su nueva situación deportiva y económica, más asentada y saneada.

Consciente de su actual privilegiada posición, el levantinismo valora las acertadas decisiones adoptadas por el club guiándole hasta la que es la época más dorada en su centenaria existencia. Exceptuando el oasis de dos temporadas en la élite del fútbol nacional en la temporada 1963-64 y siguiente, el Levante UD hubo de sobrevivir durante todo el siglo anterior en las categorías de plata y bronce. Caótico fue su deambular por la Segunda División B, e incluso por la Tercera, en las décadas de los setenta y ochenta: en 28 temporadas, desde 1968-69 a 1995-96, sólo en 7 compitió en Segunda División, no superando jamás su estancia en más de dos cursos consecutivos. Un estadio con capacidad para 30.000 espectadores, albergando una media máxima de cuatro mil irreductibles en su graderío. Penurias en la Segunda B, con fases de promoción injustas e interminables, y la continua decepción por el fracaso en el propósito del ascenso.

La mañana del 27 de junio de 1999, el levantinismo en pleno, ajeno a las celebraciones de la noche anterior por el título de campeón de Copa del Rey de su rival vecino blanquinegro después de dieciocho años de sequía, tenía una cita importante en la Ciudad Deportiva del Real Madrid contra el filial merengue, en la quinta jornada del grupo C de la fase de promoción a la Segunda División. La victoria les conducía directamente al ascenso. Fernando Sales en los minutos 21 y 49 sentenció el partido con dos goles que valieron cumplir el objetivo, en principio modesto, pero que, analizado desde la perspectiva temporal, colocó los cimientos de este Levante más exitoso. Con esos dos goles del sevillano, el equipo azulgrana abandonó la gravosa Segunda División B, comenzando una posterior consolidación durante cinco campañas en la categoría de plata, tan necesaria para adquirir la suficiente confianza en el ambicioso y eterno intento de volver a jugar en la Primera División cuarenta años más tarde. Jamás se pudo simbolizar mejor la liberación de todo el levantinismo que en ese par de tantos de Fernando Sales: el origen de su auge como club.

Durante ese lustro venidero en la Segunda División, la trayectoria del equipo progresó inicialmente acorde con los cánones garantistas del éxito del ascenso: un séptimo y un octavo puesto en las clasificaciones de las dos primeras temporadas confirmó la aparente solidez de su proyecto. Competir en la categoría por tercer año consecutivo asimismo lo refrendaba. Y como superar la adversidad quizás sea requisito en la fortaleza de todo crecimiento, en esa temporada de 2001-02, el Levante UD así lo constató como condición necesaria en su desarrollo. Así, el 25 de mayo de 2002, jugaba su último partido de liga en Numancia, partiendo desde el puesto decimonoveno, primero de los que descendían a Segunda B, y empatado a 47 puntos con Polideportivo Ejido y Nástic de Tarragona. El gol average entre los tres era favorable al equipo almeriense, único de la terna con opciones independientes en la salvación. Ganando, el Polideportivo continuaba un año más en la división de plata del fútbol español. Y así ocurrió. Aun siendo conocedor de su desafortunado destino, el Levante disputó bravamente su encuentro en Soria, simbolizando en Antonio Roa toda su garra y coraje por permanecer en la categoría. Su gol y el de Benjamín otorgaron al conjunto valenciano la victoria, insuficiente en el logro de sus objetivos. Su posición final en la tabla clasificatoria no varió y descendió como el mejor de los peores: el puesto diecinueve, el mismo que le sirvió semanas después para, debido al descenso administrativo del Burgos CF por su imposibilidad de convertirse en sociedad anónima deportiva, poder recompensarle con otro año más en la Segunda División. Fortalecido por el infortunio, en la siguiente  temporada obtuvo el cuarto puesto y,  en la 2003-04, con Manolo Preciado al mando del plantel levantinista, se proclamó campeón en Xerez, ascendiendo a la División de Honor y cerrando el ciclo iniciado cinco años antes en la ciudad deportiva del Real Madrid. Los goles de Benjamín y Roa en el estadio de Los Pajaritos de la capital soriana representaron esa constancia del levantinismo, tan presente siempre en su idisosincrasia como club , y un homenaje a aquellos tres mil hinchas implacables, fieles siempre a su Levante en su peregrinaje en los años ochenta por los campos de la Tercera División.

El 3 de julio de 2008, el Levante UD presentó concurso de acreedores ante el Juzgado de lo Mercantil número 2 de Valencia. En un periodo de cuatro años, se pasó del gol de Rivera en Xerez a no poder asumir los pagos a proveedores. De junio de 2004 a julio de 2008, dos  ascensos, dos descensos, y la bancarrota. En manos de los jueces y de nuevo en Segunda, el Levante inició la pretemporada con tan sólo seis jugadores profesionales en su plantel. Con 80 millones de euros de deuda, el Levante, junto a la administración concursal, se apropió de las acciones de la entidad, manteniéndola en autocartera, intentando evitar la desaparición como club desde una gestión interna, austera y sensata, lejos de los dispendios de la última etapa, con múltiples gastos en fichajes y fichas de los jugadores, presunta causa del déficit en el balance económico del club, abocado a su inminente disolución. Supervisada la gestión por tres administradores concursales, aún se logró confeccionar una plantilla digna para competir, asegurándose la permanencia deportiva en esa convulsa campaña.

El 13 de junio de 2010, en un Ciutat de Valencia abarrotado, el Levante optaba al que podría suponer su cuarto ascenso a la Primera División española. Debía vencer al Castellón y que el Betis no venciera en el Helmántico al Salamanca. Ambos se produjeron: 3-1 al Castellón y el empate del equipo sevillano. La euforia levantinista  festejando la proeza del retorno a la élite del fútbol español se desató, por segunda vez en su historia, en el propio feudo granota, siendo protagonista en esta ocasión el Ciutat como en 1963 le correspondió al desaparecido campo de Vallejo. Pertenecer nuevamente a la nobleza del fútbol español posibilitó enormemente poder cumplir el convenio de acreedores negociado, tan imprescindible para su supervivencia como club: se pactó con  la administración concursal un inexorable  calendario a cinco años de pagos a los proveedores pendientes de cobro. Los ingresos por derechos televisivos, por publicidad o por taquillaje durante las seis temporadas consecutivas en Primera han asegurado liquidez, eludiendo cualquier posible demora en los pagos y fortaleciendo la estructura de la entidad, mucho más presta ahora a poder afrontar con mayor madurez posibles contratiempos deportivos. Un descenso, aun asumiendo su inherente problemática, ya no significaría el abismo para el levantinismo, sino otra circunstancia más, superable en su devenir como modesto club de fútbol

A este ascenso de 2010, le continuó la época más triunfal del club blaugrana. El liderato en la tabla de la Primera División el 23 de octubre de 2011, el sexto puesto final y la consiguiente disputa por primera vez una competición internacional de clubes (la Europa League 2012-13) y, sobre todo, el afianzamiento definitivo en la máxima categoría. Aun cuando los goles de Vall en el 63, de Rivera en el 2004 o de Juanlu y Juanfran en el 2012 soportan  la cuota máxima emotiva del levantinismo, probablemente sean los anotados por Juanlu, Xisco y Javi Guerra en el 3-1 al Castellón los  que originaron su evolución como club moderno, comprometido con la historia y responsable con el futuro. Ajenos entonces a la importancia  del hito, marcaron el punto de inflexión en su progreso como club. Son, seguramente, los tres goles más trascendentales de la historia del Levante UD.