Ilustración: Eva M. Rosúa.

Ilustración: Eva M. Rosúa.

En la era actual, en que los datos proliferan en abundancia, la estadística emerge como una ciencia fundamental para su ordenación, discriminación y optimización. En el ámbito futbolístico, las fichas de cada partido presentan múltiples referencias numéricas, relativas a diferentes indicadores en los que basar o justificar los avatares sucedidos. Reseñas de pases realizados, tiros a puerta, posesión del balón, kilómetros recorridos, faltas cometidas, reflejan un enfoque en el que el orden objetivo prepondera sobre el subjetivismo: las opiniones de los eruditos sirven para argumentar cada una de esas áreas medidas y medibles; su objetivo dista de un enfoque global de lo acontecido en el encuentro disputado, centrándose principalmente en examinar las influencias habidas en el juego sobre el valor de la variable estudiada y comentada. Esta tendencia analista científica, importada de otros deportes más justos en los que unos índices  favorables son garantía de éxito, resulta incapaz para explicar la nula correlación en muchas ocasiones entre la consecución simultánea de una extraordinaria estadística y de un pésimo resultado final en el marcador. Esa incertidumbre del fútbol como una de sus características más significativas y atractivas, es la que permite que la inferioridad de un equipo no presuponga su derrota segura, ni que un mejor juego y mayor número de ocasiones asegure su triunfo. Desde su propia originalidad, el fútbol apuesta por la inquietud y reniega de las evidencias probabilísticas.

En esta misma línea, los organismos del fútbol, a semejanza con otros deportes, han institucionalizado ciertas distinciones sustentadas en criterios de la regularidad. El ciclismo o el tenis, independientemente de coronar a campeones de grandes campeonatos (Tour, Giro y Vuelta, o Roland Garros,Wimbledon y Open USA y de Australia) o incluso de torneos mundiales (campeonato del Mundo en el deporte de la bicicleta o Trofeo Masters en el de la raqueta), son deportes con sus clasificaciones de UCI World Ranking o de ATP, en que otorgan los títulos de ciclista o tenista más regular en cada temporada. La FIFA, quizás por mitigar en parte el fracaso de su campeonato mundial de clubes, también potencia el galardón que se le da a aquel equipo que, según su departamento de historia y estadística del fútbol (IFFHS), es el mejor club del mundo. Promediando datos como los de partidos ganados, goles marcados, resultados obtenidos y valor de títulos alcanzados entre otros, elabora una clasificación que distingue anualmente al Mejor Club del Mundo. La pasión del aficionado valora con relativismo la frialdad de este título, tan sólo apreciado cuando es recibido por su club, ninguneándolo en caso contrario. Pese a los intentos de la FIFA, a nivel de gloria deportiva de clubes, los campeonatos de la UEFA superan sin paliativo a los del máximo organismo mundial del fútbol. La magnificencia de la copa de Europa resulta insuperable.

La decepción del valencianismo por perder las finales de esa Champions League en 2000 y 2001 no se redujo por su posterior título de Mejor Club del Mundo en 2004. Posiblemente se vanaglorió más el seguidor ché por haber tenido en sus filas al mejor jugador del mundo, Mario Kempes en 1978: una distinción emocional, más en concordancia con el alma del aficionado valencianista. Además del máximo goleador mundialista argentino, otros míticos futbolistas de talla nacional e internacional han defendido el escudo de la entidad valenciana: Puchades, Claramunt, Albelda, Fernando, Baraja, Cañizares, Vicente, Piojo López, Mendieta, Ayala, Bonhoff, Penev, Arias, Mundo, Gorostiza,Villa, Silva, Wilkes, Romario,… Junto a esta retahíla, siempre existió la presencia de otros, exentos del fulgor de sus compañeros coetáneos, merecedores de un mayor reconocimiento por sus méritos, individuales y colectivos, avalados por la constatación contundente de unos datos objetivos.

En la próspera década de los cuarenta, el Valencia se caracterizó por su conocida delantera eléctrica: Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza. Tres vascos y dos valencianos. Injustamente se omite la presencia de Silvestre Igoa, un vasco adoptado por Catarroja en su juventud, mestizo entre Euskadi y Valencia. Igoa contribuyó enormemente a los éxitos de esos años y, aunque la anterior delantera pasó a los anales de la historia, puristamente la auténtica fue la formada por Epi, Amadeo, Mundo, Igoa y Gorostiza, con Asensi en posiciones más atrasadas, primero de medio ala y, finalmente, como zaguero central o diestro. Excepto la primera de las Copas de España, el resto de las conquistadas (3 ligas y 1 copa) ya fueron con Igoa en el plantel. Mundialista por España en Brasil-50, la estadística goleadora de Igoa en el Valencia resulta considerable, siendo el sexto máximo goleador en su historia en partidos oficiales, tan sólo superado por Mundo, Fernando, Kempes, Waldo y Villa, así como el segundo en el ranking de goleadores valencianistas en el torneo de Copa. Aun cuando su salida del club hacia la Real Sociedad no fuera ortodoxa, el valencianismo haría bien en recordar la significativa aportación de Silvestre Igoa al Valencia  en  una de sus épocas doradas. El número de goles marcados por el delantero vasco rotundamente lo manifiesta.

En los años setenta, el jugador que más partidos y minutos disputó defendiendo la camiseta del Valencia fue José Cerveró. Lateral de ambas bandas, se adueñó de la izquierda, formando con Carrete, Botubot y Arias el cuarteto defensivo titular en la segunda mitad de la década. Tras licenciarse en el Mestalla, Cerveró ascendió en la temporada 1973-74 al primer equipo, permaneciendo durante diez temporadas, resultando indiscutible para los muchos y diferentes entrenadores que le dirigieron. Caracterizado por una gran regularidad, el de Real de Montroi fue partícipe principal en las finales de Copa del 79 y de la Supercopa europea del 81, ésta ya cuando la irrupción de Tendillo desplazaba a Botubot al lateral zurdo, relegando a Cerveró al banquillo. Fiel a su club, aun cuando su presencia resultaba ya testimonial, quiso permanecer en él hasta finalizar la temporada 1982-83. Con el deber de la permanencia cumplido optó por la retirada, engrosando el selecto grupo de aquellos que sólo vistieron en toda su larga trayectoria deportiva una única camiseta: la blanca del Valencia CF. Satisfecho ya por ser un profesional del fútbol y en el equipo de su tierra, poder lucir su brazalete de capitán en un equipo plagado de estrellas supuso para Cerveró el mayor halago como trabajador de su Valencia.

Consecuencia de la ansiada regeneración tras la agoniosa permanencia, el club valenciano apostó en los años venideros por  jóvenes promesas. Se asentaron en la plantilla, con mayor o menor continuidad, canteranos como Giner, César Ferrando, García Pitarch, Granero, y recalaron de otros equipos futuribles jugadores como Jon García, Quique Flores o Carlos Arroyo. Este último, madrileño, procedente de la escuela del Alcorcón, tras un corto periplo en el CD Mestalla ascendió a la primera plantilla esa misma temporada, la 83-84. Jugador dotado de elevado nivel técnico, permaneció doce años en el Valencia, posiblemente los considerados más duros de su historia. Su extraordinaria clase, que  siempre le sirvió para comenzar las temporadas como titular, no bastó jamás para mantenerlo como indiscutible durante toda la campaña; le lastró siempre su baja disposición táctica defensiva, condenándolo a roles distantes del protagonismo. Sufrió el descenso de categoría y participó decisivamente en el retorno a la Primera División. Si bien en su palmarés tan sólo pueda presumir de tres subcampeonatos (dos de Liga y uno copero), a nivel individual se posiciona en el olimpo blanquinegro. Con la misma templanza de su juego, Arroyo aceptó ese papel secundario, tan paradójicamente importante analizando ciertas estadísticas del conjunto che. El madrileño es el sexto futbolista valencianista con mayor número de encuentros oficiales jugados, una posición relevante y honorable, ostentada por mitos como Gento en el Real Madrid, Calleja en el Atlético o el mismo Messi en el Barcelona. Y lidera la clasificación del jugador con más presencias saliendo del banquillo, claro reflejo de su trayectoria, con un tercio de sus partidos jugados iniciados  desde la suplencia. Esa intermitencia en su carrera penó su posible debut con la selección española, siendo, de entre los veinticinco jugadores en el ranking de partidos jugado en el Valencia CF, el único virgen con España. Su última presencia valencianista en Mestalla, el 19 de mayo de 1996, la coronó marcando el gol de la victoria frente al Espanyol, en el minuto 62, dos tan sólo después de haber saltado al césped. La ovación con que recogió el estadio el tanto, agradeciéndole su agridulce trayectoria, aportó a sus destacables registros esa pasión tan imprescindible para un completo y justo reconocimiento.

En la clasificación histórica del trofeo Pichichi, sólo aparecen cuatro jugadores del Valencia CF: Mundo y Kempes, por partida doble, y el brasileño Waldo y el valenciano de Moncada, Ricardo Alós. En la temporada 1957-58, con diecinueve tantos, Ricardo lo consiguió, compartiendo honores junto a Badenes y Di Stéfano. Con el título de máximo goleador de Segunda División logrado en la temporada anterior, jugando cedido en el Sporting, con 46 tantos (cifra máxima aún no superada), Ricardo Alós añadió  un segundo record, aún vigente en la actualidad, a su palmarés: haberlo conquistado en Segunda y, posteriormente, en Primera en dos temporadas sucesivas. Desafortunadamente, a tan excelsa productividad no le acompañó una confianza del valencianismo, minimizando injustamente sus logros, reduciéndolos sólo a la virtud de un oportunista rematador. Aun participando una tercera parte en la temporada siguiente y casi testimonialmente en el tercero de sus años como jugador del equipo che, Ricardo mantuvo un promedio goleador de 0.55 goles por partido, al nivel de grandes mitos blanquinegros, como Waldo, Soldado o Villa. El aficionado valencianista, de carácter acogedor y enaltecedor  de las hazañas de sus estrellas foráneas, quizás debería enorgullecerse tanto o más de aquellas gestas de «gent de la terreta», al menos si son de la altura de las logradas por Ricardo Alós, su único Pichichi canterano y valenciano.