Estadio Ciutat de València. Foto: Diego Obiol.

Superada la etapa inicial de la transición a la democracia, con Constitución aprobada por referéndum en 1978 y golpe de estado fallido en el 81 incluídos, el país estaba sumido en una etapa de eclosión contracultural y de libertades, en un movimiento sociológico de modernidad en todos los ámbitos artísticos, como el cine de Almodóvar o Fernando Trueba, los genuinos fanzines en la prensa escrita, la moda de Agatha Ruiz de la Prada, la televisión con programas como La edad de oro, y, fundamentalmente, la música con grupos míticos como Radio Futura, Nacha Pop, Gabinete Caligari, Los Secretos, Alaska y los Pegamoides, Loquillo y los Trogloditas y Parálisis Permanente, reconociéndose los conciertos de “Homenaje a Canito” en la Escuela de Caminos de Madrid en 1980 y, principalmente, el 23 de mayo un año después, de “El concierto de primavera” en la ETS de Arquitectura, como origen de la movida madrileña y, por ende, de la española.

El fútbol español, en depresión tras el fracaso del Mundial de España-82, encontró su icono en esa Quinta del Buitre, ya transgresora desde sus inicios siendo capaz de convocar, jugando en el filial madridista del Castilla, a 87.000 espectadores en el Bernabeu, en partido de Segunda División, frente al Bilbao Ath, la tarde del sábado 3 de diciembre de 1983. De fútbol dinámico, técnico y preciosista, alejado del canon rudo y sobrio establecido, su propia condición de canteranos y madrileños, cuatro de nacimiento más el onubense Pardeza de adopción, influyó sobremanera en la regeneración del fútbol español , refrendada con los cuatro goles de Butragueño a Dinamarca en Queretaro, en el Mundial-86, con el famoso cántico pidiendo su presencia en la Moncloa. Posiblemente lograron simbolizar la movida para esos aficionados, ávidos de referentes con que confluir su pasión por el fútbol con ese movimiento de explosión de creatividad. Una década cromática y brillante coincidente en duro contraste con una etapa gris y en penumbra del Levante UD, desnortado y vagando por las categorías modestas del fútbol nacional e incluso mitificando modestos ascensos a la Segunda B.

En los inicios de ese decenio, en la temporada 1980-81, compitiendo el Levante en la división de plata y colocado, en el ecuador de la competición, en puestos de ascenso a la Primera División, su junta directiva decidió acometer el fichaje de Johan Cruyff. En marzo de 1981 debutó contra el Palencia, venciendo el Levante por 1-0, en una de esas cuatro victorias conseguidas por el club azulgrana en los trece encuentros disputados por el holandés durante su periplo en el conjunto granota, en el que el Levante pasó desde la tercera posición a quedar clasificado finalmente noveno, lejos de cualquier opción de retorno a la máxima categoría del fútbol español. Esa misma campaña, con más de una veintena de encuentros disputados irrumpió en la primera plantilla levantinista uno de sus jugadores más carismáticos y comprometidos de su historia, Vicente Latorre.

Su desafortunado debut en la temporada 79-80, penalizado con su sustitución en el minuto 30 con un 2-0 desfavorable contra el Cádiz, en la segunda jornada del campeonato, damnificó su asentamiento en la primera plantilla del club de Orriols, posponiéndolo al siguiente curso, cuando ya, con 21 partidos jugados y 18 de ellos desde el inicio, se comenzó a escribir la historia del, probablemente, jugador más importante, junto a Juan Puig y Antonio Calpe, de la historia del Levante UD.

Al finalizar esa campaña, deberes con el servicio militar lo trasladaron a la capital de España, significando la 81-82 un breve paréntesis en su trayectoria azulgrana. Carente de representante y muy exiguos los medios de información deportivos entonces, Vicente hubo de promocionarse en Madrid en busca de un equipo donde poder seguir jugando al fútbol mientras cumplía con las milicias. Con una foto de su gol al Castilla en el Bernabeu la temporada anterior y su reconocida labor ejercida de lugarteniente de Cruyff como curriculum, finalmente recaló en el San Fernando de Henares donde, con más guardias que entrenamientos, consiguió superar el trance patriótico manteniendo un aceptable tono físico con que retornar al Levante en la temporada siguiente, encontrándose un club sumido en la Tercera División, efecto de un doble descenso deportivo y administrativo. A la pérdida de categoría de la división de plata en el terreno de juego, se le añadió otra inmediata posterior por incumplimiento de pago de las deudas, con su consecuente y traumática pérdida de nivel social y competitivo.

Comenzó la temporada 82-83 asumiendo ya Latorre responsabilidades y, junto a la encomiable ayuda del veterano Floro Garrido, condujo al equipo a disputar la promoción de ascenso a Segunda B, impidiéndole el Real Avilés Industrial su ansiado retorno a la categoría de bronce. Retirado Garrido a la finalización de la campaña, Latorre se erigió en líder manifiesto del levantinismo ya desde esa 83-84, temporada de retorno, esta vez sí, a la categoría de bronce, conseguida al derrotar al Ourense en la eliminatoria definitiva. Después, un año de permanencia, con posterior descenso a Tercera División en la siguiente, la de 1985-86, y su inmediato retorno a Segunda B, catalogaron indefectiblemente al Levante como el equipo ascensor de la década. Afirmación que se mantuvo hasta el final de los 80 cuando, en la 88-89, ascendió ya finalmente a la Segunda A en el estadio del Nules, culminando con esta gesta Latorre su deber como capitán.

Prácticamente diez años más tarde, el Levante formaba parte de nuevo de la división de plata del fútbol nacional. En su último curso como jugador granota, compitió en 23 encuentros y en tan sólo 6 como integrante del once titular, augurando esa menor presencia su cercano final con el dorsal diez azulgrana a la espalda. Plenamente satisfecho de los complejos propósitos individual y colectivo alcanzados, no haber disfrutado Vicente en su trayectoria de un ascenso a Primera, ni saboreado el liderato momentáneo en la máxima categoría, ni participado en competición europea alguna, no minimiza ni relativiza su meritoria labor en aquel Levante tan precario social y deportivamente sino, más bien, engrandece su nivel de lealtad, siempre anteponiendo su fidelidad al Levante como condición prioritaria de su carrera.

Centrocampista técnico y corpulento, de larga zancada y de fuerte pegada en sus frecuentes llegadas al área, Latorre aún destacó más luciendo y ostentando la capitanía en una época árida y compleja para el conjunto valenciano. Su implicación como capitán contribuyó a intermediar y a consensuar con la directiva levantinista, evitando posibles causas internas en la plantilla que pudieran incidir en su desaparición como club en esa etapa tan convulsa a nivel nacional en la que llegó a certificarse la defunción de entidades históricas como la AD Almería en 1982, el Burgos CF en el 83 o el mismo CD Málaga en 1992, por impago de deudas a proveedores, al Estado y, fundamental y particularmente, a sus jugadores. Descartó migración a equipo alguno cuando sólo tres mil irreductibles poblaban el cemento de las gradas del Nou Estadi, siempre orgulloso de lucir su escudo y brazalete aun por los campos de Tercera.

Su compromiso con el Levante UD , inapelable como jugador, continuó en el tiempo y, así, en el verano de 2008, presidiendo el sindicato de accionistas minoritarios del Levante SAD, hizo causa común con el presidente de honor, Ramón Victoria, y diversos grupos de sentidos levantinistas, en el objeto de la salvación del club. En quiebra técnica, con fondos opacos de inversión optando por su adquisición, su implicación como referente del levantinismo ayudó a clarificar el proceso a aplicar que salvaguardara la continuidad de la sociedad. También destacable resultó su presidencia de la asociación de veteranos hasta 2016, con presencia en la Fundación, dotándola de la entidad e identidad necesaria como base primordial en el futuro del club granota.

Club centenario e histórico, su modestia no le impide al Levante UD poder presumir de haber tenido en su plantilla futbolistas internacionales campeones de Europa como Calpe, Cruyff y Mijatovic, de un máximo goleador de la Libertadores como Caszely, de jugadores de la calidad de Wilkes, Vicente, Rivera y Rossi, o del compromiso y profesionalidad de Tomassi, Descarga y David Navarro. Asimismo, referentes para el levantinismo son Gaspar Rubio, Juanito Puig, Vicente Camarasa, Calpe padre, Domínguez como único jugador internacional levantinista, Ballesteros o Juanfran, pero seguramente ninguno de ellos tan trascendente en su historia como Vicente Latorre, el mítico capitán de los ochenta.