El Circo Raluy Legacy está en Valencia por primera vez (en La Marina hasta el 28 de enero). H.G.Wells, Philip K. Dick o el científico Emmett «Doc» Brown de Regreso al futuro sonreirían al entrar. Porque el viaje en el tiempo está asegurado desde incluso antes de tomar asiento. Carruajes que parecen llegados de tiempos remotos (como es el caso de un antiguo camarote móvil), estética retro, un ambiente de espectáculo perdido en el calendario pero presente en la memoria recibe al público.

Esa sensación de esta viviendo otra realidad no se abandona durante las más de dos horas de atracciones. La ilusión como motor de cada actuación. Sea el riego de un número en el que se juega con fuego o los equilibrios imposibles encima de un candelabro aéreo. Viendo a los artistas que se suceden se tiene la percepción de que proceden de otra época. Por la elegancia con que se mueven, por el respeto y disfrute con su profesión, por reivindicar con su trabajo un oficio.

Iya Traore. Foto: Ralf Langenhorst.

Si la calidad de un circo se mide por las bocas que consigue dejar abiertas, el Raluy Legacy aprueba con nota muy alta. Difícil olvidar los malabarismos con el balón de Iya Traoré encaramado a una farola. El guineano que llegó a compartir vestuario con Ronaldinho en el PSG es uno de los nombres de referencia mundial en el fútbol freestyle. También es imposible no recordar el espectacular número de las patinadoras Niedziela y Emily Raluy, que sobre una pequeña mesa redonda alcanzan velocidades de órdago al tiempo que realizan llamativas figuras, atreviéndose a vendarse los ojos en un momento dado.

El aroma de atracción eterno se respira en los números cómicos, en la poesía visual que desprenden Jean Christophe y Kerry Raluy con sus telas, en la magia de toda la vida. No es que el tiempo se detenga, es que el público aparca por un momento su estrés y aprieta el interruptor de la fantasía.

Luis Raluy sale a la pista con su cara pintada de blanco y el público se calla. Hace un sencillo número con una especie de bastón y mucho humor y la gente rompe a aplaudir. Tiene 75 años, padece Parkinson y fuera de la pista es una eminencia de las matemáticas. Por su cuerpo corre sangre circense y una afición algo obsesiva por los libros y el Quijote en particular. De lo segundo tiene culpa su curiosidad infinita. De lo primero su padre, con el que comparte nombre, una de las figuras más importantes del circo de este país, a la altura de Charlie Rivel o Tortell Poltrona. Además del primero de una saga, los Raluy, que lejos de extinguirse sigue sumando nuevos miembros. Porque no hay que olvidar que el espectáculo, siempre, debe continuar.

Niedziela y Emily Raluy. Foto: Ralf Langenhorst.