Casi en el tiempo de descuento, pero por fin llega Distancia 7 minutos a València. Después de cuatro años de trayectoria, con más de 350 representaciones y con giras por Latinoamerica, aterriza en la Sala Russafa del 9 al 12 y del 16 al 19 noviembre. Después solo habrá una representación más en Betxí y la obra descansará para siempre.

Distancia 7 minutos cuenta la vida de un juez que se ve obligado a irse a vivir con su autoritario padre. Las relaciones entre ambos, los recuerdos que surgen y algunos de los juicios a los que se enfrenta profesionalmente el protagonista forman la columna vertebral del montaje. Un producción de la compañía barcelonesa Titzina Teatro, o lo que es lo mismo Pako Merino y Diego Lorca. Ellos se encargan de la dramaturgia, la dirección y de subir al escenario, desdoblándose Merino en varios personajes.

Dos actores, dos mesas, un sofá y una pizarra bastan para poner en pie una obra que ya han visto más de cien mil espectadores. Un «menos es más» que la compañía defiende como una de sus señas de identidad. Nos lo cuenta el propio Pako Merino:

Siempre que trabajamos intentamos crear espacios que sean sugerentes, cuando nosotros escribimos las obras y los personajes que interpretamos Diego y yo, intentamos resumir a la esencia cada momento del espectáculo. En Distancia 7 minutos aparecen la casa del padre, la del hijo o representamos juicios, pero no rellenamos toda la escenografía con lo que sería una casa o un juzgado reales. Lo resumimos a la mínima expresión para dejar espacio a la gente.

No es una cuestión económica. Hemos podido leer en alguna crítica en la que hablaban de «escenografía reducida de compañía de poco presupuesto». Y no es así. Porque precisamente lo que intentamos es todo lo contrario, hacemos todo un trabajo de creación e imaginación y después empezamos a quitar elementos, para dejarlo en lo mínimo posible para que el público pueda, con su propia imaginación, viajar con nosotros.

Puede que solo se vean dos mesas, pero las marcamos con luces y músicas y es entonces cuando los espectadores rellenan el espacio con sus propias vivencias. Y eso es un trabajo, no surge por casualidad.

Para explicarlo siempre ponemos el mismo ejemplo, salvando las distancias. Miró no pintaba cuatro rayas porque tenía poco dinero para comprarse pinturas. Era porque había llegado a ese punto después de mucho trabajo y de un proceso creativo largo en el que había ido eliminando espacios para reducir su obra a la mínima expresión.