Gerardo Esteve en «Tiempo luego insisto» (2007). Foto: Eva Ripoll.

Gerardo Esteve es un clásico de las artes escénicas valencianas. De las de calle y las de sala. Solo o en compañía. Y, como si fuera un agente secreto, siempre con una doble misión personal: divertirse y divertir. Ligeros de lenguaje ha sido hasta ahora su último montaje. De él, de su pericia con las palabras, de sus inicios, de su incierto futuro, y de más asuntos importantes o no, hablamos a continuación.

¿De dónde viene tu pasión por el lenguaje, por los juegos de palabras?



Cualquier conocimiento que yo pudiera tener, sobre cualquier asunto, diría que son intuitivos. No soy un estudioso, que elige una materia y la estudia a fondo. Leo, veo cine, teatro y danza, voy aprehendiendo conocimientos sobre la marcha y luego, influenciados por ellos, me hago mi propia composición de lugar. Pero, para responder más claramente la pregunta, diría que de Tip y Coll. Yo sería un adolescente, con 14 ó 15 años, cuando empezaron a salir en televisión y hacían aquellos juegos de palabras tan hilarantes e imaginativos. Y vi que aquello me cosquilleaba y estimulaba el cerebro y pensé que a mí también se me podría dar bien. Aunque la cosa se fue gestando poco a poco y fueron aparecieron otras influencias sobre el lenguaje, el humor y el absurdo: Hermanos Marx, Keaton, Beckett, Ionesco, Gómez de la Serna, Queneau, el Dadaísmo, el Surrealismo…

¿Cómo pasas de estudiar Medicina a dedicarte a las artes escénicas?



Empecé a estudiar Medicina porque mi intención era hacer Psiquiatría. Hasta el tercer curso, que lo tengo aprobado, me interesó la facultad porque aprendí cómo funcionaba el cuerpo humano, y eso me gustaba mucho, Anatomía, Bioquímica… pero para poder especializarme en Psiquiatría tenía que hacer toda la carrera. Y a partir de cuarto había que estudiar Obstetricia, Ginecología, Quirúrgica… y a mí la clínica no me interesaba para nada. De hecho, mientras estuve allí, me escaqueaba cuando había que ir al hospital para hacer las prácticas. Además, estando en segundo y con 20 años me fui, por mi cuenta, a un psiquiátrico en Pamplona, para ver cómo era por dentro y tener mi primer acercamiento con las llamadas enfermedades mentales. También mantuve contactos con varios psiquiatras de Bétera que estaban tratando de poner en práctica algunos conceptos de la llamada antipsiquiatría y que cuestionaba el modelo que se estaba realizando hasta entonces.

Tras estas experiencias, llegué a la conclusión de que uno no se vuelve loco per se, sino que la estructura y condición social tienen una influencia decisiva. ¿Es sano mentalmente trabajar ocho horas en una cadena de montaje o estando de pie en una caja de supermercado? En mi opinión, no. Además, empezaba a notar que “peligraba” mi propia estabilidad mental y yo solo no iba a cambiar a la sociedad y sus mecanismos. Me desencanté. Todo este proceso personal coincidió con que una amiga me preguntó si quería hacer teatro para niños y le dije que sí solo por la posibilidad de conocer gente nueva (chicas) y de divertirme. Y ahí empezó de alguna manera todo.

Aquello del teatro me empezó a gustar más y la psiquiatría menos. Me dejé la carrera a medias y en 1979, sin red, me lancé de lleno a buscarme la vida teatral. Me fui a Barcelona a ver qué “pescaba”. Allí, obtuve mi única formación académica teatral que consistió en un mes de pantomima y otro de clown. Volví a Valencia en el 81 y ya como Profesor Malvarrosa empecé a actuar casi todos los domingos en la Plaza de la Virgen por mi cuenta y pasando la gorra. Lo hice durante 2 años y lo utilizaba más como un laboratorio de aprendizaje que como una forma de ganarme la visa. Me empezaron a salir actuaciones pagadas y, con ellas, me iba “rodando” y adquiriendo experiencia teatral.

Profesor Malvarrosa. «Declaracion de principios» (1982).

En 1983, coincidí con Rafael Ponce en un festival en Murcia y surgió nuestra relación artística. Entre 1983 y 1989 colaboramos con frecuencia haciendo diversas acciones de calle y en 1990 nos constituimos como Esteve y Ponce para realizar trabajos destinados a los teatros. Nuestra relación duró hasta 2005 y creamos 8 espectáculos originales a partir de sus textos y pusimos nuestro granito de arena en la historia del teatro contemporáneo español con nuestro estilo personal. Y, por el momento, aquí sigo.

¿Tienes alguna palabra preferida?



Elegir una sola es muy complicado, porque mañana pensaría en otra y además ¡hay tantas! Hay palabras como beso, melancolía, horizonte, suspiro, utopía… que me gustan por su sonoridad y por lo que significan. También hay otras que nos pueden gustar solamente por su musicalidad: almohada, abanico, columpio, lapislázuli o zarzaparrilla…

Las posibilidades del lenguaje en sí mismo son enormes a la hora de utilizarlo como fuente de inspiración para la creación escénica y más aún si lo reúnes con la poética, el juego, el humor, la acción y el movimiento. Básicamente, estas han sido mis herramientas.

¿Qué diferencias encuentras entre aquellos primeros años y los de los actores que empiezan hoy en día?

Cada generación tiene su correspondiente mapa de problemas y facilidades. Desconozco cuáles son los motivos que cada cual elige para dedicarse al teatro. Yo me tiré de lleno a la piscina de una forma totalmente espontánea e inconsciente, sin demasiadas reflexiones y sin “pensar en el futuro”. Es decir, con total “irresponsabilidad” por mi parte. Me fui a Barcelona porque allí estaban Els Joglars, Els Comediants, Tortell Poltrona, los Saltimbanquis del Dr. Soler y otras compañías que hacían teatro con un contenido lúdico y se lo pasaban muy bien. Al ver el nivel que tenían llegué a la conclusión de que yo era un cantamañanas (risas), que no sabía nada y decidí empezar a copiar de unos y otros hasta que me llegasen mis propias ideas. Cuando llegaron, coincidieron con los primeros gobiernos del PSOE tanto a nivel nacional como en muchos ayuntamientos que impulsaron la construcción de teatros municipales o casas de la cultura que no existían. Mientras estos se acababan, surgieron muchos festivales de teatro de calle (Madrid, Valladolid, Almería, Santiago de Compostela, Guadalajara, Valencia, …) Allí acudía yo con mi maleta, hacía las actuaciones que me tocaran y luego te podías quedar todo el festival viendo las propuestas del resto de compañías nacionales e internacionales.

Yo siempre he aprendido haciendo y viendo. Pero la etapa con Ponce fue fundamental por todo lo que evolucioné gracias a lo hecho con y por él. Además los 90 fueron unos años de una gran e intensa actividad teatral para todos. Las giras y el número de actuaciones que se realizaban hoy en día son impensables o limitadas exclusivamente a espectáculos muy comerciales.

¿Cómo definirías lo que haces?

Mis trabajos son atemporales porque no los construyo en base a la actualidad del momento ni siguen ninguna corriente estética o estilística. Me baso, fundamentalmente, en mi universo y realidad personal. Esto tiene la ventaja de que los puedo ir modificando y mejorando con el tiempo. De ahí, que me he apropiado del término “extemporáneo” para definir lo que hago.
Por otro lado, nunca he querido crear “arte”. De hecho, cuando en alguno de mis montajes tengo la sensación de que un momento pudiera parecer “artístico”, lo descarto. Me gusta componer situaciones originales e imágenes teatrales en el escenario pero evitando ponerme “mayúsculo” o “sentimental”.

Lo mío es más sencillo que un botijo y sólo me considero un artesano: hago encaje de bolillos.
En mis espectáculos no un hay mensaje como tal, el mensaje estaría en la forma y en los conceptos que la generan y por lo tanto no es explícito, sino implícito. También me gusta pensar que, dichos trabajos, si nos lo hiciera yo, no existirían como tal. Me conformo con ofrecer al espectador una propuesta inteligente e imaginativa y que se lleve a casa algo que no esperaba.

No pienso en el público ni qué temas están en el candelero a la hora de pensar en una posible creación. Dicho esto, es obvio que mi intención es conseguir que les interese mi propuesta y que les haga tilín. Tampoco tengo la necesidad de contar mi “verdad” sobre los asuntos del mundo, ya hay otros creadores que lo hacen y muy bien, en el teatro, en el cine, en los libros… Tampoco, de que haya “contenido social” explicito en lo que hago. Desde mi punto de vista, toda creación es ya de por sí, política puesto que va dirigida a otros, a la sociedad. Otra cosa será la calidad e interés de la misma.

Gerardo Esteve y Miguel Ángel Montilla en «Ligeros de lenguaje» (2016). Foto: Juan J. Maestre.

Tu querencia por el lenguaje se eleva a la máxima potencia en tu último montaje,  Ligeros de lenguaje, con una partida de ajedrez en la que intercambias frases hechas con Miguel Ángel Montilla.

Durante los ensayos tuvimos dudas. Primero, pensamos en memorizarlas pero suponía un ejercicio memorístico considerable y por eso optamos por grabarlas y que en la función se oyeran nuestras voces en off. Después, elegimos jugar una partida de ajedrez, que nos permitía estar en un segundo plano, y así concentrar la atención de los espectadores mientras se iba escuchando el listado grabado con las frases hechas.

En Ligeros de lenguaje se proyecta cierto disfrute en la creación de muchos personajes y en contar muchas historias.

Hay una apuesta personal por plantear las situaciones teatrales con los mínimos elementos narrativos. Evitar desarrollos, buscar una síntesis y quedarme con el concepto. A partir de ahí, unir todas las micro escenas, cada una con su propia entidad, mediante un juego escénicamente dinámico y con su propia lógica interna. El desarrollo es la pieza entera. Tampoco utilizo una estructura basada en el sketch o el gag. Me interesa el todo en su conjunto. Me gusta utilizar el símil del caleidoscopio para mis puestas en escena: un ligero “movimiento” y cambia lo que se ve. En cuanto al personaje, no lo construyo al uso. A mí me gusta diferenciar entre actuar e interpretar. Yo actúo, no interpreto. Me refiero a que yo no necesito estar “dentro” de ningún personaje o interpretar un rol concreto, sino que soy yo mostrando otros “yos”. Trabajar a partir de uno mismo, en definitiva.

¿Cómo te planteaste la puesta en escena de la obra?



Mi idea fue que la narración escénica se produjera sólo entre nosotros, de puertas adentro. Un juego continúo en el que fuésemos pasando de una cosa a otra sin solución de continuidad y sin una relación directa con el público. Es como si el espectador nos mirase por el ojo de una cerradura, como si nos “espiara” sin que nosotros fuéramos conscientes de ello.




¿Cómo llega Miguel Ángel Montilla a la obra? ¿Crees que ha tenido alguna presión por si se le comparaba con Ponce?



Él hizo dos trabajos con Francachela Teatro y yo vi uno de ellos en Carme Teatre y me interesó su hacer y su gran presencia escénica. Le propuse la idea y le encantó. De hecho, en su tiempo, él había visto en Villena, de donde es, un par de obras de Esteve y Ponce y le gustaron mucho. No creo que tenga ninguna presión por posibles comparaciones con Ponce, porque tal vez Miguel Ángel se parezca más a mí que a él, y yo he acabado, salvando las distancias claro está, haciendo un poco de Ponce (risas). La diferencia entre Ponce y yo era que yo adoptaba el rol más tranquilo y él el explosivo, porque en gran parte éramos así como personas. Miguel Ángel es aún más pacífico que yo (risas). Ojalá se den las circunstancias y podamos volver a trabajar juntos.

Esteve y Ponce en «Los hombres del tiempo» (1997).

¿Qué ventajas e inconvenientes hay entre estar solo en un escenario o acompañado?

Si estás acompañado es mucho más descansado física y mentalmente y, es obvio, se pueden hacer, crear y contar más cosas en el escenario. No obstante, en mi forma de concebir el teatro, el número de intérpretes no afectaría a la manera de actuar y sería la misma que si se estuviera solo. Es decir, total libertad y una suma de todas las diferentes individualidades. Todos los participantes tendrían el mismo peso e importancia en la puesta en escena a realizar. Dicho esto, me gusta tanto el trabajo en solitario como en compañía porque mi intención será siempre la misma: disfrutar de lo lindo y más contento que unas castañuelas. No hay más tu tía.

Hemos hablado de tu pasado y presente, ¿qué hay del futuro?



Tras el fin de mi etapa con Ponce en 2005, he generado 4 trabajos en solitario (Solo ante el delirio, Tiempo luego insisto, Mi casa es tu caso y Con lo puesto y un botijo) y 3 acompañado (El jazmín de los cerebros, Zangolotinos en escabeche y Ligeros de lenguaje). Ahora, he decidido abrir un paréntesis y no realizar ninguna creación que dependa exclusivamente de mí y mis ideas.

Así pues, mi permanencia en el teatro dependerá de que alguna de las diferentes compañías, instituciones, salas, festivales a los que ya he ofrecido mi bagaje teatral se interese y me “llamen” para colaborar en sus futuras creaciones o proyectos. Me gustaría, en esta última etapa, tener la oportunidad de trabajar en equipo con diferentes creadores y creadoras de la escena valenciana o del resto del país. Sobre todo en la faceta de dirección escénica que es la que más me atrae actualmente. Pero si me buscaran como actor pues bienvenido sea. Si no surgiera nada de estas expectativas, entonces poco a poco y como dijo aquel replicante: “me diluiré en el tiempo como las lágrimas en la lluvia aunque haya visto teatros llenos por el mero hecho de hacer teatro, conocido los misterios de la dramaturgia extemporánea y encontrado los tres pies al gusto”.  Lo ya bailado, no me será quitado.