«La vida inventada de Godofredo Villa».

Verano de 2014. Godofredo Villa tiene 89 años y tres guerras a la espalda. Está a punto de recibir un homenaje con honores de estado. Durante la espera, echa la vista atrás y recuerda su propio pasado, que ha circulado paralelo al de la Europa del siglo XX.

Este es el argumento de La vida inventada de Godofredo Villa (Teatre Talia, del 4 al 7 de abril), una obra de Sònia Alejo, dirigida por Xavier Puchades e interpretada por Pep Ricart, Clara Crespo, Arantzazu Pastor y Àngel Fígols.

Pep Ricart es Godofredo Villa y en Verlanga hemos querido rendirle un homenaje, como le ocurre a su protagonista, si bien no con honores de estado, sí con el reconocimiento de sus compañeros, que es mucho mejor. Para ello hemos preguntado a cuatro profesionales de las artes escénicas valencianas por Ricart. Los cuatro, que han trabajado en algún momento con él, son la propia Arantzazu Pastor con quien comparte escenario en esta obra, la actriz, directora y dramaturga Begoña Tena, el productor Toni Benavent y Carles Alfaro que le ha dirigido hasta en seis ocasiones.

Arantzazu Pastor:

Cuando nos dijeron, después de la lectura, que Pep Ricart sería Godofredo, pensé de repente en la primera vez que lo vi actuar… Recordé aquella escena de Nascuts culpables con Cristina Plazas que no sé por qué razón no he olvidado nunca. Yo tenía 22 años y aún estaba estudiando y pensaba mientras los veía: «¿Llegaré alguna vez a saber hacer lo que ellos están haciendo?».
Han pasado casi veinte años y cada vez que he visto a Pep en un escenario, desde entonces, me he seguido haciendo la misma pregunta.

Así que cuando me enteré que iba a trabajar con él, un referente tan grande para mí y para toda mi generación, se me puso una cosilla en la barriga que me vuelve cada vez que tenemos función… Ay, que responsabilidad… ¡Y qué ilusión!

Begoña Tena:

Nunca olvidaré la primera vez que trabajé con Pep. No nos conocíamos personalmente y Paco Zarzoso nos unió en matrimonio Macbeth en Zero responsables. Llegué al primer ensayo casi tiritando. Sentía tanta admiración por Pep, tanta emoción (y algo de miedo) por trabajar con él, que apenas osé decir nada, excepto mis réplicas que me sabía al dedillo. Pero él llegó muy tranquilo. Y sin saberse el texto. Teníamos 4 ensayos y él se los pasó con el libreto en la mano, leyendo en voz alta y moviéndose sin cesar. Memorizo texto y acción a la vez, me dijo. Y yo asentí mientras lanzaba mis frases al aire, sentada en una butaca, observando a ese papel desplazándose como un rayo de aquí para allá. Hasta que en el último ensayo soltó el papel y le vi la cara. Y nos vimos. Y pocas veces he vuelto a sentir la compañía auténtica, total, e incondicional, del otro en escena. Qué compañero tan generoso, tan atento, tan alerta. Qué oído gigante para escucharlo todo, lo que se dice y lo que no. Cuánta maestría. Cuánto yo diluido en un nos. Cuánta fortaleza y fragilidad. Cuánta verdad. Pocas veces he vuelto a disfrutar tanto como actuando con él. Aunque es peligroso; puedes quedar hechizada mirándole… y no darle la réplica a tiempo. Y eso no le gusta. Porque a veces pienso que Pep no es un actor, sino un músico atento al tempo. Pep escucha los latidos del silencio. Por eso nada, cuando él está en escena, queda muerto. Con los años, le he escrito varios textos. Un honor y una enorme responsabilidad. Porque Pep es un gran lector, un hombre culto que no fanfarronea de lo que sabe ya que, ante todo, es un ser elegante. Analítico hasta desentrañar y pulir la palabra precisa y certera, feroz comentarista de textos, pensador infatigable, discutidor tozudo, tiene además el don de aunar cabeza y estómago, la risa y el llanto. Un actor poliédrico e inteligente, terriblemente divertido, y absolutamente humano. Un prodigio en escena. Un imán.

Toni Benavent:

Pep Ricart es un actor de pura raza. De esos por los que vale la pena ver cualquier espectáculo solo por su presencia. Esto no quita que, además, sea muy cuidadoso a la hora de escoger los trabajos y busque especialmente aquellos personajes que para él tengan interés. Y siempre acierta.

Nos conocemos mucho tiempo. Casi más de treinta años. Y hemos trabajado muchas veces juntos en el teatro y en la tele. Antes de que nos conociéramos, le vi por primera vez en el espectáculo Cel enllà tot son vinyes, de Moma Teatre, y me impresionó. Poco después, trabajamos juntos a las órdenes de Joaquín Hinojosa en su versión de La cantante calva, también para Moma Teatre. Especial mención merece su interpretación de Woyzeck dirigido por Carles Alfaro o todas sus colaboraciones con La Hongaresa, difícil destacar solo una porque todas están a la altura de la excelencia. O en el Micalet, donde también ha dejado trabajos de alto nivel. Además de en Moma, en Albena trabajamos en televisión en la serie Unió Musical Da Capo y en dos memorables interpretaciones teatrales. Una haciendo de Kafka en Kafka i la nina viatgera y la otra haciendo de Tim Tooney en Novecento, el pianista de l’oceà, el conocido texto de Alessandro Baricco.

Sus interpretaciones consiguen emocionar, porque Pep Ricart se mete siempre muy dentro de los personajes, hasta el tuétano. Por ello, es uno de los grandes actores. Entra a dibujar los personajes, hacerlos visibles y creíbles y siempre sin dejar de ser él, que es lo más difícil de hacer. Por todo ello, Pep Ricart es uno de los imprescindibles de nuestro teatro actual.

He tenido la suerte y el placer de convivir con él muchos años en Moma Teatre, en mis inicios, y en varias ocasiones en Albena y puedo afirmar que siempre que está Pep, los personajes crecen y el resultado final mejora y una parte lleva su sello.

Por eso, esperamos cada nuevo trabajo en el que Pep Ricart participa, porque sabemos que venderà, por un tiempo, su alma para ponerla al servicio del espectáculo, porque en definitiva nos hará soñar y vivir otras realidades que es lo que todos los espectadores quieren.

Estoy impaciente ya por ver este nuevo trabajo, La vida inventada de Godofredo Villa, que por lo que sé, además, está rodeado de un gran equipo actoral y creativo. Así que, nos vemos en el Talia.

Carles Alfaro:

Lo primero que me viene a la cabeza pensando en Pep es que habría que diferenciar entre la persona y el actor, aunque es imposible de disociarlo en su caso. Nunca podré olvidar el personaje de Woyzeck (en El cas Woyzeck, 1992), en el que la frontera entre actor y persona, entre personaje y ser humano, fue totalmente inexistente. Era la cuarta vez que le dirigía y siempre se me quedará grabado por su capacidad para hacer una inmersión sin reservas en esa locura luminosa que tenía nuestra propuesta.

Creo que es importante, también, destacar su compromiso con la profesión y, sobre todo, con el concepto de colectivo, de seres humanos que se unen para un objetivo. Ese concepto colectivo de la creación que tiene Pep siempre me ha parecido muy admirable. Y eso se traduce en una generosidad como actor como pocas veces me he encontrado, es muy compañero. Es, en el muy buen sentido de la palabra, un auténtico suicida actoral. Ese compromiso también es extensible con la lengua. Es de las personas que más me han estimulado en ese sentido.

Es un actor, y esto es importante para mí, que combina extraordinariamente lo lúdico y lo lúcido. Cuando éramos muy jóvenes contaba anécdotas de su padre, que fue actor de teatro aficionado en Bétera. Su padre tenía un recurso en escena que no le fallaba nunca, un trémolo, como un tembleque en la voz y en el gesto, con el que la gente se reía mucho, era un éxito absoluto. Pep nos lo escenificaba y era muy divertido vérselo hacer a él. Era muy tierno, el auténtico teatro popular, que muchas veces se confunde con un teatro exagerado y muy primario y obvio, y no tiene que ser necesariamente así.

Pep tiene el don de ser muy cómplice con el espectador, y al mismo tiempo ser muy personal y comprometido desde la autenticidad interior. No solo sus personajes expresan cosas, sino también él a través de ellos. Y esto le hace muy singular respecto a la profesión valenciana. Puede parecer que hay muchos actores así, pero con esa ironía y esa inteligencia al servicio del público no es habitual. Tiene un enorme sentido del humor que lo aproxima al mejor concepto del clown. Dentro de Pep hay un gran clown, contenido, pero que cuando se suelta es un gran poeta. De esos actores poetas que tiene un mundo interior que con enorme generosidad lo comparte sin pudor.

Para mí, en su momento, fue un actor fetiche, un actor que nunca me puso límites. La verdad es que tengo muchas ganas de volver a trabajar con él.