Foto: Miguel Ángel Puerta.

Foto: Miguel Ángel Puerta.

Juan Antonio de la Puente nació en Santander, a los dieciocho años se vino a Valencia a vivir y fue en Barcelona donde encontró su destino. A Juan Antonio de la Puente nadie le llama así. Todo el mundo le conoce como Tintxi. «Fue mi madre quien me lo puso. Desde que tengo uso de razón recuerdo que siempre me han llamado así, tanto la familia como los amigos. No significa nada en especial ese nombre«.

Tintxi se gana la vida, principalmente, como carpintero, pero en un bajo de la calle Fray Juan Monzó tiene su particular mundo de fantasía. La curiosa edificación de la zona ya invita a expandir la imaginación. Es como un reducto de la antigua ciudad, con vías desiguales y edificios pequeños, una especie de pueblo tan a pequeña escala que apenas se extiende unos metros.

Pepe Otal, figura importante en el mundo de las marionetas en este país, fallecido en 2007, fue decisivo para que Tintxi acabará manejando los hilos en la oscuridad de unos cuantos personajes. Se conocieron unas Navidades, navegaron juntos y una cosa acabó llevando a la otra. «Empecé de casualidad en Barcelona en 1989. Pepe me pidió que le ayudara a acabar unos escenarios y cuando llegué, el que se encargaba de manipular las marionetas con él, no podía y me puse yo, porque en una semana tenía que estrenar la obra que estaba ensayando. Lo hice y ahí empezó todo».

Foto: Miguel Ángel Puerta.

Foto: Miguel Ángel Puerta.

No es una figura de referencia en la escena valenciana y él es el primero que lo reconoce. «No soy el tirititero más adecuado para una entrevista porque yo voy muy a mi aire, soy muy anárquico. Hay gente que trabaja con más intensidad y se dedican al 100%». Pero el suyo es un perfil ante el que cuesta no sentir curiosidad. Su tempo calmo contrasta con el ritmo que tres aceras más allá de su calle parece inundar a toda la gente. Tal vez por eso, quita méritos a cualquier aspecto relacionado con su actividad artística. Tintxi aprendió todo lo que pudo con Otal, pero no se conformó. Ha hecho cursillos de todo tipo, de voz, de construcción de escenarios y muñecos, incluso se apuntó a la Universidad Popular para aprender a patronar. «Ahora mismo es muy fácil construir marionetas, pero cuando yo empecé no. Hay cientos de tutoriales en internet que enseñan a hacerlo».

Ni todos los avances tecnológicos ni todas las consolas del universo han conseguido derrotar a las marionetas. El influjo sobre los más pequeños es letal. Pero es que con los adultos ocurre lo mismo. «Siempre hay un niño latente en cada uno de nosotros», apunta Tintxi. Sobre la atracción que despiertan los títeres tiene claro que el mérito no corresponde a los muñecos, sino a «la fantasía y la imaginación”. Palabras que acaban resonando una vez fuera de su taller, con la misma energía con que se reivindicaban en la gloriosa programación televisiva infantil de los ochenta. Mientras, Juan Antonio de la Puente se queda a solas con sus criaturas, fabricadas con materiales tan distintos como la madera de balsa o el poliespan, pertrechando nuevas historias para ellas, sabiendo que la prisa ya no es que no sea buena consejera, sino que hace tiempo la expulsó de su vida. Es la ciudad y su gente.