«Raclette». Foto: Diego Seixo.

Una cena. O realmente dos cenas en una. Dos cenas paralelas, aunque coinciden en la misma mesa. Por un lado, Paula (ambiciosa ayudante de dirección de una serie de tv) y su pareja Raúl (actor de teatro alternativo) compartirán velada con Vero (enfermera y encargada de una huerta urbana) para hablar de su hijo de 12 años que ha sido seleccionado para protagonizar una ficción televisiva. Por el otro, Mario (periodista en paro) y Miriam (zoóloga) intentan superar la pérdida de su único hijo.

Estos son los puntos de partida de Raclette, una producción de la compañía gallega Ibuprofeno Teatro, finalista a cuatro Premios Max, que estará en Espacio Inestable del 21 al 23 de diciembre. Una obra escrita y dirigida por Santiago Cortegoso. Con él hablamos de las entrañas de la misma.

¿Qué es Raclette?

Es un mosaico humano, un reflejo de la sociedad contemporánea a través del universo de cada personaje. Del mismo modo que cocinan y comen distintos alimentos, se cocinan y se ponen sobre la mesa muchos temas, algunos más fáciles de digerir que otros. Se representan así, en esta Raclette, cinco universos que nos muestran sus conflictos y nos ofrecen una panorámica de la sociedad actual.

La obra supuso inaugurar una nueva etapa en Ibuprofeno Teatro, «asumiendo producciones de mayor formato con elencos más numerosos».

Como compañía queríamos dar un paso más y montar textos con más personajes, montajes que requiriesen una producción mayor, implicando a distintos agentes culturales y sociales. Nos parece fundamental el trabajo en red y sentimos la necesidad, por así decirlo, de ampliar horizontes, de ir un poco más allá, de salir de la comodidad y lo conocido, de aventura.

¿Cómo surge la idea de Raclette?

El primer impulso viene de un reto personal dramatúrgico: crear un texto de situación única, que se desarrolla durante una cena a tiempo real. Tenía muy clara una de las tramas: una pareja que invita a cenar a otra, porque una directora de casting necesita convencer a unos padres para que acepten que su hijo trabaje en una serie de televisión. El desarrollo de la idea llevó a la necesidad de introducir más personajes, de integrar dos tramas aparentemente inconexas en una misma mesa, cenando de una misma Raclette. Esa estructura tan curiosa es una de las bazas del espectáculo, ya que genera mucha inquietud ver a personas cenando juntas que no se relacionan entre sí, que ni se ven. Es además una metáfora de la incomunicación y la indiferencia que caracterizan a la sociedad contemporánea.

¿Qué te seducía y te permitía, creativamente hablando, la cena?

Me seducía la cena como espacio de comunión, de convivencia. Esos cinco personajes con sus conflictos, con sus traumas, sentados comiendo intentando digerir no sólo los alimentos. Ese paralelismo entre lo que se calla y lo que no, entre lo que se traga y lo que no, lo que se mastica, lo que se escupe, lo que se atraganta, entre la comida y las emociones.

«Raclette». Foto: Diego Seixo.

¿Qué papel juega la comedia en una obra con una fuerte carga dramática?

La comedia acentúa esa diferenciación entre las dos tramas que presenta la obra, hay dos tramas distintas y dos tonos que se contraponen. Una de ellas es un drama absoluto, en la otra hay un humor claro y un humor oscuro y ácido que presenta una serie de críticas sociales. La ironía está muy presente en la forma en que se expresan los personajes.

Los actores cocinan en directo lo que van a cenar. ¿Perseguías una mayor fusión de ellos con sus personajes y la trama? ¿Aumentar la sensación de realismo en el espectador? ¿Es un simple recurso escénico?

Buscamos el realismo como base de los diferentes elementos de la puesta en escena y del trabajo de los actores. El texto de Raclette se basa en una idea irreal: dos tramas que conviven en el mismo espacio con total naturalidad, los cinco personajes cenan sentados a la misma mesa, cogen comida de la misma fuente y vino de la misma botella, pero tres de ellos nunca se relacionan con los otros dos porque no viven en la misma casa, son dos historias diferentes que, aparentemente, no tienen relación. Es este planteamiento hiperteatral el que nos lleva a apostar por el realismo en la actuación y puesta en escena. Para jugar a la contra y generar inquietud en el espectador.

Por la disposición del público durante la obra, este se sienta y se siente muy cercano físicamente a los actores. ¿Buscabas establecer un grado de intimidad entre público e intérpretes o la idea era provocar cierta identificación en los espectadores con lo que está ocurriendo en el escenario?

Buscamos las dos cosas, intimidad e identificación. Raclette es una pieza de distancias cortas, siempre tuve claro que el público tenía que estar muy cerca, los personajes se sienten observados, el público se está metiendo en la intimidad de sus vidas, es un público voyeur. Pero todos, público y personajes, rodean esa mesa y miran hacia el centro, hacia la raclette. Todos forman parte de la mesa y todos viven en la misma sociedad.

Es una obra con un gran peso interpretativo. ¿Trabajaste de alguna manera especial con los actores?

Me gusta mucho hacerlos jugar entre ellos en los ensayos, que trabajen los personajes y las relaciones entre ellos sin el texto. También que jueguen con el texto pero fuera de la situación en la que se desarrolla en la obra. Me gusta obligarlos a ser creativos, a ponerlos en situaciones en las que les sea fácil generar emociones, que salten chispas entre ellos. En Raclette, en concreto, hay muchos momentos en los que desarrollan escenas sin texto, de forma paralela a la trama que está «hablando» -por así decirlo-. Estas surgieron en los ensayos, probando muchas cosas que se podrían ver, aunque en el texto no estuviesen. Ellos las fueron creando en un proceso de investigación que resultó muy productivo.

¿En qué beneficia y en qué perjudica el hecho de que confluyan en una misma persona la autoría del texto y su dirección?

Un perjuicio puede ser que no se rompa el texto, quiero decir que a veces una persona distinta encuentra cosas nuevas, otras lecturas, otros enfoques. Pero personalmente y aunque suene raro, en ese sentido no tengo ningún respeto por mis textos y me gusta incluir al equipo en el proceso de creación, precisamente para que se dé esta ruptura. Además la escritura y la puesta en escena, para mí, son dos momentos de un mismo proceso creativo.

La obra fue candidata a cuatro Premios Max. ¿Qué importancia crees que tienen los premios?

Los premios te dan visibilidad, en nuestro caso nos está ayudando a que se nos conozca fuera de Galicia. Pero lo importante es poder continuar presentando nuestros trabajos,seguir haciendo funciones. Recuerdo una entrevista a Agnès Varda en la que decía que tenía una vitrina llena de premios pero no conseguía financiación para hacer sus películas. Pues en esa lucha es en la que nos encontramos.