Quedo con Eduardo en Ostras,Pedrín. Cerveza y vermut. Papas y boquerones en vinagre. Me deja un libro de El Zurdo. Hablamos de fútbol, política, sus viajes y del paso del tiempo. Hacemos una suma y una resta. Igual de lejos estaban de nosotros los clásicos de los años 40 cuando éramos unos canis que lo están los 80 de los chavales de ahora. Me dice que invita él. En unos días cumple 50 años.

Ceno con Néstor en Bocatame. Croquetas, una ensalada de atún y brochetas de langostinos. Cervezas. Hablamos de trabajo, salud, música, teatro, València y del paso del tiempo. Reconocemos que cuesta recuperarse de una noche de jarana. Y dudamos que compense. Invita él.

Todas las mañanas, de lunes a viernes, cojo el 19. Bajo en la Plaza del Ayuntamiento y ando hacia El Carmen. Voy por María Cristina. Dejo en la Plaça dels Porxets la estatua sucia de Blasco Ibáñez. En un puesto de fruta del Central un chico le dice al dependiente que va a volver a estudiar. «Un boli pesa menos que una bandeja». Una barrendera limpia de envases de hamburguesas los escalones de acceso a la Lonja. De una de las fachadas de la Iglesia de los Santos Juanes sale un ruido que no consigo descifrar. La terraza de Muez está llena de gente desayunando. Al otro lado de la calle veo a un antiguo conocido. Iba al instituto un curso menos que yo. Seguramente acaba de dejar a su hija en el colegio y se va a trabajar. Hace años también coincidíamos en El Carmen. Pero de noche y cuando alargábamos las horas porque no teníamos prisa.

El Carmen, de día, parece sereno. Por contraste me hace pensar en sus noches. En las de hace años. No recuerdo nada especial que sucediera más allá de muchas risas y la compañía de unos amigos que, por fortuna, sigo conservando. Bueno, y la despedida del dj de Capsa que tan bien imitaba Ferniex. O las empanadillas gigantes de la Fábrica de Muñecas. El Carmen de día hoy gana por goleada a El Carmen de noche de hace años. El paso del tiempo es lo que tiene.

Andar por sus calles es como vivir en una doble dimensión. Pasado y presente se mezclan. Ya no está el Silver, pero en un balcón de esa finca han reconvertido una minicadena musical en macetero. Enfrente hay ahora una comisaría. Imposible no sonreír al pensarlo. En la peluquería Marisa Ramón conviven un cartel y un interior de estética y diseño ochentero con un grafiti de Julieta XLF en la puerta de madera. Otro de David de Limón en IO Restaurante es vecino de un patio sobre el que se encuentra San Antonio Abad. ¡El Forn tiene wifi! Disfruto entre esos dos mundos sin ningún atisbo de nostalgia. Asumo los cambios y me divierten los vestigios que reactivan mi memoria. Busco flashes en las esquinas. Un ejercicio casi imposible de practicar unas calles más al centro. Las franquicias barren los recuerdos. Los turistas fotografían los suyos. Nada invita a nada. El paso del tiempo es lo que tiene.