Detalle portada Soledad del corredodr de fondo

Alan Sillitoe (1928-2010) escribió La soledad del corredor de fondo en Alicante. El escritor británico estuvo cinco años residiendo en España impulsado por la necesidad de alejarse de su país (al que acabaría volviendo) para seguir contemplándolo (y quien sabe si buscando entenderlo) desde la distancia. Nada en principio (empezando por las propias declaraciones del autor) puede hacer pensar que su estancia en la Costa Blanca influyera en el relato sobre el joven Colin Smith y demás cuentos del libro. Al menos hay que celebrar que el tono gris y represivo de la España de finales de los 50 (otro día habrá que analizar lo extraño de su decisión de viajar a un país bajo la dictadura de Franco, tan alejado de su ideología) no afectara la frescura y el compromiso de la obra.

La soledad del corredor de fondo_Alan SillitoeLa editorial Impedimenta reeditó el libro con un prólogo a cargo de Kiko Amat, quién tanto debe a Sillitoe. No hace falta (por no resultar redundante con la historia de la literatura) reseñar los aciertos narrativos y el impulsivo estilo que recorre cada uno de los relatos. Desde el más popular del corredor de fondo hasta la entroncada relación de un cartero con su ex-mujer (esa que a modo de provocación y humillación le suelta «Mi padre solía decir que sólo leen libros los tontos, porque les queda mucho por aprender») pasando por la epopeya matrimonial (algún pope actual de esos que tanto gusta aplicar sentencias talibanas a los demás ya lo estaría acusando de misógino) que vive Jim Scarfedale (Sillitoe es de esos escritores que acierta cada vez que bautiza a un personaje).

Es este un libro que se recomienda solo. Un descuidado buceo por sus páginas basta para querer compartir y descubrir (o tal vez sea más exacto, redescubrir) las vivencias de los personajes que pululan por el volumen. ¿Cuántos lectores jóvenes se ganarían si su lectura fuera recomendada (desterremos ya el concepto de obligatoriedad) en las escuelas? Porque Sillitoe en realidad no escribe, boxea con las palabras, y eso acaba marcando al lector como si le hubieran estampado en la cara un certero gancho de derecha.