Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

La herencia del gobierno del PP, además de las arcas vacías, nos ha legado una galería de personajes que parecen sacados de algún reality lisérgico. Marcos Benavent, Alfonso Rus, Mari Carmen García Fuster, María José Alcón o, la pareja estrella: Rafael Blasco y Consuelo Císcar. La realidad supera con creces a la ficción. Así pues, esta tiene que reinventarse para no quedar en desventaja. Xavier Puchades lo hace en «Saqueig» (Bromera, 2016), Premi de Teatre Palanca i Roca – Ciutat d’Alzira 2015. Como antes lo hizo en «Èxit (abans de les eleccions)», primera parte de una trilogía de la que solo faltaría conocer su tercer brazo.

En «Saqueig», dos mujeres, madre e hija, viven en un bloque de apartamentos edificados ilegalmente en la costa. La segunda cuida de la primera. La primera es la visión futura de uno de esos personajes apuntados en el primer párrafo. Puchades conoce bien los resortes de la comedia negra. Sabe que la exageración es básica para que estalle el conflicto. Aquí, además, forma parte de la realidad que se nos cuenta. Es lo que tienen las personas histriónicas, que hasta cuando se caricaturiza su comportamiento hiperbólico, pensamos que son así. Sin duda, el más certero retrato de toda una época.

Lo mejor que le puede pasar a alguien que escribe es que se note su presencia, su estilo, sin necesidad de dejar su aliento en el texto. El autor de «Saqueig» prescinde de atiborrar el libro de indicaciones de acción y espacio. Solo las necesarias. Y así la narración fluye a un ritmo adictivo. Puro teatro. Ayuda, y mucho, la habilidad para escribir diálogos de Puchades. Frases que han sido reescritas hasta que suenan con la naturalidad necesaria. Réplicas y contraréplicas trabajadas con exigencia. No hay nada mejor para definir a un personaje que dejarle hablar. Siempre que se haga bien, claro está, como es el caso.

Cuando los excesos superan a la indignación se suele recurrir al humor para hacer digerible la situación. Surge la típica expresión «reír por no llorar», tan anestésica como peligrosa. Xavier Puchades lo sabe y por eso no permite que el texto se acomode. Cierto que hay algunos golpes cómicos antológicos (siempre por parte de la Consuelo Císcar del futuro), pero también que el drama aparece en toda su crudeza, con algunas frases que provocan dolor de tuétano solo con leerlas. El equilibrio entre ambas opciones es la mejor arma de denuncia. De recordar lo que ocurrió aquí. Un compromiso que en el autor no es nuevo ni fruto del oportunismo de la nueva situación política. Existió cuando debía existir. Teatro comprometido y en valenciano. «Saqueig» lo es. Por eso, no debería quedarse en un libro, sino saltar a los escenarios. A quién corresponda…