Luis Fernández es el autor del libro Las calles y su historia. Anécdotas y protagonistas del nomenclátor de València (Drassana, 2017). Un libro que os cambiará la vida. No como prometen hacerlo esos de autoayuda, sino en vuestra vida cotidiana, cuando por ocio, trabajo o disfrute, caminéis por las calles de València. El industrial Fos, el atleta El Roget, Àngels Brull y Federic Feases, la Señora de la Plata, Saud Bin Abdelaziz rey de Arabia Saudí, Grace Kelly y el príncipe Rainiero o títulos desaparecidos como los de Mitjagalta, Palpacuixes o Cagalabraga, saldrán a vuestro paso u os acompañarán en vuestros paseos al tiempo que os harán revivir una parte de la historia de la ciudad.

Su pasión por las calles es tal que hasta en la foto que nos facilita para la entrevista busca una historia curiosa. «La foto tiene truco, detrás de mi está la placa de la calle del Maestro Chapí, rotulada con este nombre en 1910. Pero en la segunda mitad del siglo XX se regularizó la toponimia de la ciudad y entre otras cosas se unificaron nombres para que una misma vía no tuviese 3 o 4 nombres distintos, como era el caso. Ahora este tramo de calle es considerado plaza de San Esteban, y el nombre del músico Chapí fue a parar a una calle del barrio de la Fonteta de Sant Lluís. Pero la placa artística que se puso en su honor en 1910, sigue en la calle primigenia, donde me he hecho la foto, para sorpresa y confusión de vecinos y turistas».

En Verlanga teníamos una sección llamada Una calle para…, en la que cada mes un invitado elige a quien le gustaría que se le dedicara una calle en València. Teniendo en cuenta la temática de tu libro, no encontramos mejor manera de comenzar la entrevista que pidiéndote que participes.

De pequeño siempre fabulaba con mis propias ciudades. Trazaba calles, barrios y puertos, y sobre ellas escribía sus nombres, a veces inventados y otras, la mayoría, surgían por imitación del callejero de València o de las madrileñas calles del Monopoly. A posteriori supe que a través del registro de entrada del Ayuntamiento podías sugerir nombres para que fuesen rotulados en nuestras calles. Así he participado activamente en la demanda oficial para incluir en el nomenclátor callejero de València el nombre de varios personajes que consideraba esenciales, como el arquitecto Javier Goerlich o la recuperación de la calle del médico Lluís Alcanyís, que tenía una pequeña calle en el desaparecido barrio de las Luces de Malilla. Pero si ahora tuviese que poner un nombre a una calle de nuestra ciudad, recuperaría alguno de los apelativos populares con los que estaban rotuladas las vías de Valencia antes de mediados del siglo XIX, cuando fueron eliminados del callejero por ser considerados vulgares. Estos nombres procedían del pueblo y respondían a criterios prácticos y funcionales, y por tanto no se encontraban condicionados ni instrumentalizados por el poder. Y dentro de ese corpus onomástico, recuperaría aquellas denominaciones que mejor reflejan la idiosincrasia de los valencianos, los malnoms o anécdotas que tan bien representaban la inventiva y la socarronería de nuestra tierra. Por ejemplo yo bautizaría una calle con el nombre de Palpacuixes, y lo haría cerca de donde se encontraba originariamente este topónimo, en un callizo sin salida cerca de la calle Comedias. Un atzucac donde no existan ni números ni puerta a casa alguna, tan estrecho, que para pasar haya que llevar los brazos caídos y las manos pegadas a los muslos.

¿Cómo surge tu interés por la toponimia urbana de València?

La toponimia es consustancial a la cartografía y esta a su vez a la geografía. Esa fue siempre mi vocación. Luego el entorno familiar lo es todo. Mi madre me regaló un atlas del mundo que apenas podía sostener entre mis manos y mi abuelo, un amador de las glorias valencianas, tenía un plano facsímil del padre Tosca en el recibidor de su casa (que ahora preside el salón de la mía). Y más tarde la formación universitaria (soy ingeniero topógrafo) me aportó el conocimiento transversal necesario para poder tejer todos aquellos conocimientos adquiridos casi inconscientemente.
Pero a la vocación hay que añadirle pasión. Pasión por mi ciudad, por su historia, su evolución urbana y por el origen de su toponimia. Fue en este punto donde surgieron inquietudes que la bibliografía existente era incapaz de resolver. Ese es el momento en el que mi interés por la toponimia urbana de València se convierte en obsesión, cuando no encuentras respuestas a preguntas a priori tan simples como quién, cómo, cuándo y por qué se rotuló tal nombre en esta calle. Luego ya está el veneno de la investigación, el sumergirte en archivos y hemerotecas y empezar a encontrar mucho más de lo que habías ido a buscar.

Leyendo el libro da la sensación de que no estás satisfecho con el callejero valenciano, ni en ocasiones con los criterios que se han seguido para nombrar las calles. ¿Qué crítica sería la principal que harías y por qué tipo de opciones te decantarías?

Es que no ha habido criterio alguno. Los callejeros urbanos conmemorativos son injustos per se. Solo hay dos calles mayores, tres plazas principales y dos grandes vías. Por comparación o por omisión, siempre habrá algún agraviado. Después está la instrumentalización política a la que ha sido sometido por los regímenes imperantes en cada momento. Pero todo esto es inherente a los espacios públicos de las grandes ciudades de España y Europa. El problema de València es que no se confeccionó un proyecto de toponimia urbana paralelo al proyecto de ensanche a finales del siglo XIX, como si hizo Barcelona, por ejemplo.

Los nombres de las calles representan un parte de la historia de la comunidad y además ayudan a generar memoria histórica colectiva y autoestima. Mientras en Barcelona las principales calles del ensanche fueron dedicadas a los territorios que formaron la Corona de Aragón y a instituciones y episodios míticos de la historia de Cataluña, en Valencia bautizamos calles en honor a Ercilla o Palafox y glorificamos en nuestro ensanche a conquistadores castellanos.

En el callejero de València cuesta encontrar (como si ocurre en otras ciudades) cierta contemporaneidad popular (calles o plazas dedicadas a John Lennon, Fofó, Rosendo, ….) que puede que ayuden a desacralizar y acercar más las calles a los ciudadanos. ¿Por qué crees que ocurre?

Tal y como está concebido y regularizado el espacio público conmemorativo de la ciudad de Valencia, es cierto que cuesta encontrar estos referentes populares, pero sí que los hay. Tal vez lo que haga falta es hacer más pedagogía y divulgación del índice onomástico de la ciudad. Se me ocurren varios ejemplos: Nino Bravo tiene una calle dedicada y en el barrio donde vivió, una escultura. Los humoristas Don Pío y Tip también tienen una calle a su nombre en la ciudad, este último en el Perellonet, justo donde pasaba sus vacaciones. Son tres ejemplos de personajes populares valencianos, muy queridos y reconocidos en nuestro nomenclátor, cuyos homenajes públicos pasan totalmente desapercibidos para la mayoría de la ciudadanía. Por eso, insisto, para acercar más las calles a los ciudadanos hay que sacarlas de los archivos y darlas a conocer. València tiene un relato fabuloso a través de los nombres de sus calles, vamos a contarlo.

¿Cómo llevas a cabo tus investigaciones (hemerotecas, archivos, libros,…)? ¿Con qué parte de todo el proceso es con el que disfrutas más?

Para llevar a cabo el estudio de la toponimia urbana de la ciudad parto de una bibliografía y una cartografía básica. Según la época de estudio, empiezo por el plano del padre Tosca y los escritos de Orellana del siglo XVIII y continúo con sus sucesores, Lamarca, Boix, Carboneres, Llombart, etc. y los primeros planos topográficos y de ensanche del siglo XIX. En el siglo XX ya contamos con más y mejor documentación, como el plano catastral de los años 30 y 40, y las obras de Godofredo Ros, Almela y Vives o Corbín. La toponimia siempre tiene que ir ligada a la cartografía.

Una vez aislado el objetivo, la consulta de los archivos municipales, es obligatoria. Allí se encuentran los expedientes de rotulación de gran parte de las calles de la ciudad. El quid de la cuestión. En esta parte del proceso de investigación se disfruta mucho, entre legajos y expedientes marchitados, buscando el documento preciso que desvele quién y porqué se le dedicó una calle a Cristóbal Sorni a principios del siglo XX. Aún así, creo que con la parte que más sigo disfrutando es con la lectura de los planos de la ciudad. Siempre se descubre algo nuevo, un nuevo trazado, un nombre que no aparece en la documentación, una calle desaparecida, … El estudio de la evolución urbana de Valencia a través de la cartografía es una experiencia fascinante.

Una de las conclusiones que se extraen de la lectura de tu libro es el desconocimiento que tenemos de nuestra propia historia, teniendo como tenemos una puerta muy accesible a la misma en los nombres de las calles. ¿Cómo crees que podría revertirse esa situación?

Efectivamente, los monumentos y los nombres de las calles constituyen un aspecto muy significativo para el conocimiento de la formación del imaginario mítico colectivo, de nuestra memoria histórica. Es cierto que transmiten una determinada versión de los acontecimientos, pero precisamente por eso es tan necesario su conocimiento, para entender qué parte de la historia se nos ha querido hacer recordar a los ciudadanos y por tanto también cuál se nos ha querido hacer olvidar. El problema es que siempre hemos leído y nos han contado la onomástica urbana de Valencia a partir de los personajes que la componen, nunca desde el contexto histórico en el que se produjo esa rotulación, quién y cuándo la propuso y porqué en ese lugar. Aquí, el Consistorio tiene mucho que hacer y decir. Primero, abordar una publicación rigurosa al respecto y, posteriormente, invertir en difusión y divulgación. El propio espacio público sería un buen púlpito, desde las propias placas rotuladoras y usando las nuevas tecnologías y las redes sociales.

Hay hallazgos muy curiosos en el libro como el que relatas en el capítulo Las montañas de Quatre Carreres. ¿Cómo descubres la coincidencia entre la nomenclatura y la situación geográfica de las calles y las sierras alicantinas del mismo nombre?

El relato de las montañas de Quatre Carreres es un caso curioso. Siempre me llamó mucho la atención este conjunto de calles por donde circulaba el trenet a Nazaret y siempre lo he tenido presente para su estudio pormenorizado. Pero tal y como explico en el libro, son calles de las cuales no existe documentación oficial. No existe ningún expediente que nos diga cuando y quien decidió rotularlas y por tanto se abre un abanico de hipótesis. La mía se sustenta en la calle Oltà, bautizada muchos años más tarde que el resto (Bernia, Puigcampana y Montgó), y que mantiene la temática de las sierras alicantinas y la disposición desde un punto de vista en concreto de estos accidentes geográficos sobre el callejero. Esa perspectiva la descubrí después de muchas indagaciones, gracias a Google Earth y en última instancia, gracias al panel informativo del mirador del cabo de Sant Antoni de Xàbia, donde finalmente corroboré que las cuatro sierras se disponían en el mismo orden en el que están en sus calles en nuestra ciudad. Es pura poesía toponímica.

Descubres historias fascinantes como la de Joaquín Manuel Fos, muy cinematográfica, con una vida que daría para una estupenda serie. ¿Qué satisfacción experimentas cuándo te topas con una joya así?

Desde luego, un rótulo tan escueto como el de Calle Fos, no hace presagiar el personaje tan carismático y singular que se esconde detrás de ese apellido. ¡Y es la única referencia que tenemos de él en nuestro espacio público! Bueno, y la campana de les Escuelas Pías bautizada con el nombre de San Joaquín en su honor.

A Fos lo descubrí realizando un estudio sobre el barrio de Velluters. Su calle está en el Carmen, pero él era un industrial sedero arraigado en la calle del Bany, donde tenía su casa solariega. Ya había leído algo sobre su vida, pero cuando empecé a bucear por las biografías que hay escritas sobre él, algunas apócrifas, me di cuenta lo ignorantes que somos de nuestra propia historia, de los personajes y leyendas que todavía quedan por contar y lo bien que nos viene el nomenclátor callejero como excusa para poder divulgarlas. Y eso hice, usar su calle como pretexto para volver a poner los focos sobre este ilustre personaje valenciano.

¿Hay alguna calle cuya historia se te resista?

Durante la expansión urbana de la ciudad de Valencia en el primer tercio del siglo XX, más allá del anillo delimitado por el camino de Tránsitos, en la periferia, muchas calles fueron rotuladas por los propios vecinos o por pequeños constructores que levantaban viviendas entre huertas y abrían calles sin ordenación urbana alguna. Muchos de estos topónimos hacían referencia a personajes anónimos del barrio, vecinos o propietarios de tierras, que con el tiempo el Ayuntamiento fue sustituyendo por el nombre de personajes ilustres de nuestra historia. Pero algunas de las denominaciones populares ha perdurado hasta nuestros días, como por ejemplo, la calle de Mas y Boher en el barrio d’en Corts. Se trata de personajes anónimos vinculados al barrio en una época puntual cuyo rastro es difícil de seguir. Luego están las calles míticas, como la de Roters, sobre la cual todavía hoy siguen apareciendo teorías sobre su significado. Aquí, antes de aventurarse conviene ser cauto, interpretar de forma correcta a los clásicos y conocer bien la topografía y estructura urbana medieval de la ciudad. A partir de ahí, cualquier hipótesis puede ser válida.

¿Cómo cambia tu paso o paseo por una calle una vez has incorporado su historia a tu imaginario personal? ¿Te has sorprendido alguna vez parado reviviendo en tu cabeza la historia en cuestión o algo parecido?

Uno ve y pasea con otros ojos València conforme va adquiriendo nuevos conocimientos sobre ella. A mí personalmente me produce mucha desazón pensar en la ciudad que fue y que ya nunca recuperaremos. En el proceso de construcción y destrucción de la trama urbana. En ese sentido la toponimia urbana ayuda a contextualizar los cambios que ha ido sufriendo la ciutat vella. Estoy pensando por ejemplo en José Rodrigo Botet y en la plaza que le dedicaron a principios del siglo XX o la calle donde nació Wenceslao Querol, que hoy lleva su nombre y que nada tiene que ver con el barrio que alumbró al genial poeta. Esto, lamentablemente, es extrapolable a decenas de barrios y calles de València. Lugares de la memoria donde lo único que nos puede aferrar a ella es su denominación. Ahí radica también la importancia del patrimonio toponímico.

De todas las historias que cuentas en tu libro, ¿cuál es tu favorita?

En el momento de iniciar la edición del libro tenía más de las 30 historias que al final se publicaron. Tuve que seleccionar las que yo consideré más interesantes y la verdad es que, a pesar de que se quedaron fuera relatos de calles y personajes de la ciudad increíbles, el resultado ha sido muy bueno. No podría destacar ninguna por encima de otra, todas tienen algún detalle que las hace únicas. La de Giorgeta se produce en un periodo histórico muy convulso, y eso se refleja en la rotulación de la avenida. La historia del barrio de Cantarranas, su desaparición y el origen de su toponimia también me parece brutal. Pero también personajes como Àngels y Federic o Isabel Nebrada nos ayudan a entender la ciudad y sus barrios en un momento puntual de su historia. Creo que ese es también uno de los éxitos del libro, que a través de los protagonistas del nomenclátor urbano se puede ir entrelazando la evolución urbana y social de la urbe.