Foto: Massimo Sestini.

Fotografía de Massimo Sestini que formaba parte de la exposición World Press Photo 15.

La temporada cultural 2015-2016 en Valencia está a punto de ser historia. Se acaba el curso y es hora de hacer balance. Convocamos a un comité de expertos para que le ponga nota. Son los responsables de la sección de cultura de los principales medios de la ciudad, en papel u online. Por orden alfabético: Vicente Chambó de Makma, Mikel Labastida de Las Provincias, Salva Torres del suplemento Arts del diario El Mundo y Eugenio Viñas de Cultur Plaza.

A todos ellos les hemos hecho las mismas cuatro preguntas:

[su_note note_color=»#ffffff»]

1.- ¿Qué valoración haces de la temporada cultural 2015-2016 en Valencia?

2.- ¿Qué nota le pondrías de 0 a 10?

3.- ¿Qué ha sido lo mejor?

4.- ¿Y lo peor?

[/su_note]

¿Cómo estaba la calle? Abarrotada.

Inauguración de la galería Pepita Lumier. Foto: Eva M. Rosúa.

Vicente Chambó (Makma)

1.- No podría plantearme hacer la valoración de una temporada sin hurgar en la raíz. Si queremos asegurar un futuro con presencia de elementos culturales en la vida cotidiana, un futuro en el que se valore al profesional de la música, al diseñador, artista plástico, actor, director o poeta, tendríamos que disponer ya de un marco legislativo y de educación que pudiera dar frutos a medio plazo. Un plan audaz y de consenso con espacio para el mecenazgo privado capaz de consolidar, profesionalizar y dar valor a los oficios propios de cultura. Los primeros años de formación son muy importantes y no hay tiempo que perder si queremos ver los frutos en la siguiente generación.

Las grandes inversiones de dinero público en eventos culturales como la Bienal de Artes Plásticas o La Mostra realizados años atrás, son un ejemplo de fracaso, y en contraste, debemos poner en valor la eclosión (no institucional) de festivales como Russafart, o Intramurs. En el ámbito privado, destaca la capacidad de movilización de la Galería Pepita Lumier, un proyecto que sorprende por su programación y por su dinamismo, y que ha apostado por artistas como Paco Roca o Paula Bonet por citar dos ejemplos. En cuanto a dinamismo y capacidad de convocatoria también es importante la labor de pazYcomedias y Espai Tactel, que con el resto de galerías de arte (Luis Adelantado, Punto, Mr. Pink, Espai Visor, Set Espai D’Art o Alba Cabrera) ya organizan la puesta de largo de las galerías para septiembre. En materia de cine, es muy loable el festival Cinema Jove, ya consolidado y que sigue progresando a nivel internacional. Sin salir del séptimo arte, hay que recordar también el valor de Mostra Viva como reivindicación y ejemplo de lo que se debe o no hacer con el dinero público.  En cuanto a teatro, no pueden quedarse libres de elogios la Sala Russafa, o la compañía alcoyana La Dependent. Por otro lado, estamos expectantes ante el cambio de escenario del Consorcio de Museos y su apuesta por ramificar y descentralizar sus acciones. Pero no solamente hay que despotricar respecto a lo público, tenemos la obligación de hacer autocrítica y ver dentro del marco en que nos movemos, dónde podemos mejorar, y qué cuerda debemos afinar para que las iniciativas sean sostenibles a medio largo plazo, incluso con menos presupuesto de dinero público y aunque los vientos no sean favorables.

En ese escenario han sobresalido artistas como Ana Vernia, Ernesto Casero y Cristina Ghetti (respecto a galerías), y  Mery Sales, ésta última, recuperando vida y obra de un personaje tan interesante como Hannah Arendt. en su exposición en La Nau.

2.- Un 7.

3.- Aunque no está bien que lo diga, la convocatoria y posterior exposición del premio de Dibujo que lanza MAKMA con DKV. En ella se resume nuestra particular apuesta por dar valor a artistas con talento y aproximar al público el arte contemporáneo desde la infancia, y no hemos encontrado mejor fórmula que la convocatoria esté orientada a cuentos o fábulas a través del dibujo como obra de arte definitiva. La exposición de la artista galardonada en 2015 fue Estefanía Martín Sáez, que centró su trabajo en varios personajes femeninos y secundarios de los cuentos. Ya hemos sacado la segunda convocatoria, de la que adjunto enlace: http://goo.gl/FkLqsM.

4.- Es triste ver edificios fascinantes como la majestuosa Biblioteca de San Miguel de Los Reyes sin visitantes. También la sala La Gallera, o las Atarazanas, por citar algunos ejemplos. Hay muchos más. Eso duele.

Foto: Alberto Conejero.

Fotografía de Alberto Conejero de la obra «La piedra oscura», ganadora de 5 Premios Max, que se representó en Las Naves.

Mikel Labastida (Las Provincias)

1.- Ha sido una temporada que nacía con las expectativas muy altas porque, por primera vez en 20 años, se desarrollaría bajo el mandato de dirigentes de otros partidos políticos -que no fuesen del PP- en las instituciones. Tanto público como agentes culturales eran conscientes de que asistíamos a un cambio de ciclo, que parecía que iba a deparar transformaciones significativas en el panorama cultural. No ha sido así. Tampoco era fácil. No es sencillo modificar el modo en que se han gestionado los teatros o los museos durante dos décadas, aplicar nuevas políticas, que éstas den sus frutos y encima que sean visibles. Pese a ser conscientes de esto, se palpa una sensación generalizada de descontento. Hay planes que no terminan de arrancar, programas que sobre el papel tienen una pinta estupenda pero que si no se dotan de dinero son inservibles, proyectos que no acaban de materializarse, sectores que continúan esperando un impulso que los haga resucitar, conglomerados a los que se les ha cambiado el nombre pero que siguen funcionando tal cual lo hacían hace unos años.

Esto, en cuanto a lo institucional. Al margen de las instituciones, Valencia vive en los últimos años un momento de gran agitación cultural. Pero no tiene nada que ver con los políticos ni con sus decisiones, sino al impulso de profesionales y colectivos particulares e independientes que tomaron la determinación hace tiempo de no quedarse con los brazos cruzados ante la inacción o ante gestiones erráticas y pusieron en marcha iniciativas para cubrir terrenos que consideraban desatendidos. Así nacieron festivales en barrios y otras plataformas escénicas y artísticas que se han ido consolidando. Con el cambio político todos ellos esperaban mayor mimo y sintonía. Pero no ha sido así. Sólo hay que ver cómo se han gestionado el reparto de ayudas a iniciativas culturales (a dedo y con criterios cuestionables), lo cual ha decepcionado mucho a quienes llevan tiempo propiciando cambios y peleando en esta ciudad. Afortunadamente esto no les ha desanimado y la oferta cultural ha sido amplísima. Ha habido fines de semana en que había posibilidad de elegir entre más de diez alternativas potentes. Tener posibilidad de elegir siempre es un lujo. Pero a las iniciativas privadas hay que abrigarlas para que no se enfríen.

2.- La dejaría en un 7, en parte por el buen hacer de colectivos y agentes independientes. Y porque hay que dar un voto de confianza hacia nuevas las formas de proceder de los gobernantes y esperar que no se queden en promesas y planes sin fundamento.

3.- El rumbo que ha tomado el IVAM, con exposiciones bien pensadas, bien ejecutadas, bien arropadas con otras actividades a su alrededor que las complementan. Esa misma línea parece que también ha emprendido el MuVIM. Destaco además las programaciones e iniciativas de Las Naves y La Rambleta, que ya tenían tras de sí unas trayectorias interesantes y las han mantenido. A estos espacios municipales se ha unido esta temporada El Musical, recuperado de las garras de José Luis Moreno, y al que le falta aún definir qué quiere ser y qué quiere hacer, porque ha entrado como un elefante en una cacharrería, haciendo mucho ruido con títulos potentes pero sin crear antes un proyecto definido y que no entre en el terreno que ya desarrollaban otros. Y lo mejor también son esos festivales que se han profesionalizado, que al público le plantean una oferta notable y en los que se paga a todo aquel que interviene. No se puede perpetuar lo de trabajar por amor al arte.

4.- La inactividad en los museos municipales, los códigos de buenas prácticas no cumplidos (siguen los dedazos), la indefinición de los teatros de la Generalitat. La falta de sorpresa en las propuestas de los nuevos dirigentes. Nos hemos quedado con las ganas de decir «esto sí», «ahora sí»….

Salva Torres (Suplemento Arts de El Mundo)

1.- Ha sido una temporada cargada de buenas intenciones (Plan Estratégico de la Cultura, Código de Buenas Prácticas, Marca Musix…), que habrá que ver si termina produciendo cambios reales. De momento no se han percibido, ya sea porque los nuevos cargos necesitan y se toman su tiempo o porque allí donde no se han producido cambios la dinámica es parecida. El IVAM parece que remonta el vuelo, no así el MuVIM; el Museo de Bellas Artes está por ver, como el Consorcio de Museos, el Principal o el Escalante. Y el latiguillo de «no tenemos dinero por culpa de la mala gestión y corrupción del anterior gobierno», puede convertirse en la nueva, por vieja, letanía. Y el último que cierre la puerta…Eso sí, habrá que dar un margen de confianza.

2.- Aprobado (cinco), con posibilidades de ir mejorando la nota en septiembre.

3.- Que al margen de las grandes esperanzas depositadas en el nuevo gobierno, la ciudadanía haya tomado conciencia de su responsabilidad y proliferen las iniciativas tipo festivales de barrio, crecimiento imparable de La Cabina y la reapertura de los Cines Aragón por obra y gracia de una cooperativa de entusiastas amantes del cine.

4.- La falta de un criterio general que permita a todas las iniciativas por igual acceder a las ayudas públicas, de manera que no tengan que pasar unas por caja, mientras otras («por decisión estratégica de gobierno», según se apunta ahora) tengan acceso directo a cuantías mayores. Cuidadín, cuidadín, no vaya a ser que con otros ropajes se vuelvan a establecer clases.

"Moira", una de las obras de la programación del Festival 10 Sentidos.

«Moira», una de las obras de la programación del Festival 10 Sentidos. Foto: Eva M. Rosúa.

Eugenio Viñas (Cultur Plaza)

1.- La temporada ha estado marcada por las expectativas que supusieron los distintos cambios de gobierno. No era ya solo una cuestión de fluidez económica a partir de los escasos recursos (la cultura es la gran víctima de la infrafinanciación de la región, ya que por establishment moral no es una prioridad social), era una cuestión emocional. Ese era el gran protagonista y mi impresión es que ha servido para poco más que generar frustración entre los agentes culturales independientes. Es cierto que según que agentes, especialmente muchos de ellos activos durante los últimos gobiernos socialistas de los 80 y 90, han sabido en qué despachos sentarse para lograr un exangüe líquido para poner en marcha proyectos o elevarlos a cierto nivel. Sin embargo, los impulsores de empresas culturales y creativas más recientes, con la PICUV como referente de aglutinamiento (pero solo una parte de todos ellos), se han dado de bruces con la mejor de las intenciones pero la menor de las acciones de apoyo por parte de las instituciones a aupar propuestas que deberían estar llamando la atención en el ámbito nacional.

Aunque la procesión va por barrios, la precarización es total. Apenas hay casos de internacionalización y, más allá del cine de animación, que es como un islote con sus derivadas hacia el entorno de videojuegos y de la web interactiva, los profesionales de la cultura lo son en un limbo económico que difícilmente otro sector sería capaz de asumir. El audiovisual, precisamente, está en coma inducido por su trabajada dependencia de Canal 9, la misma adicción que estrangula su dimensión a la espera de un maná (su reapertura) que nunca se asemejará a lo que fue. Por otro lado, las escénicas dieron un puñetazo sobre la mesa en la entrega de los pasados Premios Max (arrasando), acto de entrega al que fueron unos nuevos equipos de Gobierno a los que la presencia junto a los generadores de cultura y la mano abierta al diálogo (o al menos a la escucha) no se les puede negar. Lo que sucedió en los Max solo era una réplica de la espoleada generación de creadores escénicos, algunos de ellos hijos de otro sistema de conexión de escenarios en todo el País Valenciano que ahora se debería tratar de reimpulsar; otros, hijos de Dansa València o el Festival VEO, como activos propios o como espectadores; los más recientes, hijos de la nada, de las puertas cerradas de instituciones y empresas privadas, capaces de impulsar sus propias actividades y generar nuevos públicos ajenos a la incomodidad de su tiempo. Me pregunto qué les pasaría por la cabeza a los teatros, compañías y productores de Madrid y Barcelona, allí donde las empresas privadas que todos sostenemos (energéticas, de telecomunicaciones, grandes distribuidoras…) invierten en cultura.

En la música, con un Órgano Autónomo del Ayuntamiento de la ciudad (el Palau de la Música) cuyo presupuesto es superior al de las suma de las concejalías de cultura del nuevo gobierno (¡tres!), las bandas de pop, rock, jazz, folk, los creadores de canciones tan necesarios, y cualquier estilo que no se derive de bandas, orquestas, orfeones y coros es más que independiente, desprotegido. No cuenta, no interesa, pero por suerte tiene su propio público, aunque habría que preguntarse qué sería de ese ecosistema sin gente como Tranquilo Música supeditando su vida a que haya una oferta constante de conciertos. Ellos o el festival Deleste, por hablar de microempresas que mantienen la línea de oxígeno que nos sostiene con el nivel cultural de otras ciudades en España (más o menos), son los mismos que luego no pueden optar a ninguna ayuda municipal ya que tienen ánimo de lucro. La música, con todo ese contexto, tiene una auténtica perversión del sistema, pero por suerte el marchamo de las bandas de música, nuestro clima y las ganas por compartir canciones siguen convirtiéndonos en un lugar lleno de potencialidades y momentos geniales a lo largo del año.

José Miguel G. Cortés está desplegando su primer curso con una programación íntegra en el IVAM. De su puño y letra, se puede decir, porque nuestras fuentes habituales insisten en el personalismo y las formas en las que el nuevo director del centro está atrayendo hasta Valencia algunas exposiciones que, a todas luces, han llevado al centro cultural a un lugar más aproximado a lo que nunca debió dejar de ser. Es posible que el agravio comparativo del periodo Consuelo Císcar nos impida juzgar con mejor perspectiva este presente, pero exposiciones como Construyendo nuevos mundos, Gillian Wearing o Boltanski, entre otras, logran algo tan sano y sencillo como volver a recomendar visitas constantes al museo. Es interesante también el cambio de registro en el Museo de Belles Arts de València donde su director provisional (o no) ha acompañado un plan museológico que remodela su sentido y recorridos, pero también está tratando de que el antiguo seminario San Pío V deje de estar de espaldas a la ciudad. El Centro del Carmen y otros espacios que deberían ser una constante de sinergias culturales (La Gallera, Los Baños del Almirante…) penden de un presupuesto ridículo como el de Consorcio de Museos; una superestructura que tiene más de estructura que de catalizador de arte. La mención sirve para recordar que tanto este órgano como CulturArts, ese holding que integró a los institutos culturales, han cambiado de cara a través de un sistema de concurso cuya conveniencia y entramado bien darían para un texto todavía más extenso que este.

En el ámbito de la moda se establecen dos bandos poca voluntad de diálogo: del anterior establishment a quien ya se escindió del mismo, el conflicto digievolucionado de Semana de la Moda contra Dimova o al revés. La ilustración, por su cuenta, mantiene su nivel de explosivo que, con perspectiva, ha generado algunos profesionales muy potentes en el ámbito internacional, la aparición de nuevas economías al estilo de Pepita Lumier y unas jornadas del cómic (las de Asovalcom) suficientes. En el mundo del diseño, el que por nombres propios y vigencia internacional más medallas podría colgarse en los últimos 25 años, continúa la conversación interna sobre la endogamia que se deriva -a mí parecer- del varapalo que supuso la crisis a los momentos de abundancia y formación de cientos de profesionales durante la pasada década. En materia patrimonial, los focos los han acaparado la reapertura de la Iglesia de San Nicolás y el Colegio de Arte Mayor de la Seda, impensables recuperaciones sin los fondos privados de la Fundación Hortensia Herrero y que sostienen uno de los pocos hilos de regeneración de patrimonio ante la ausencia de una financiación seria. En materia arqueológica, peor. Por su parte, el IVC+R sigue al ritmo que sus recursos humanos posibilitan. En materia fotográfica (y no es poco lo que va introduciendo el IVAM, tal y como lo hace con el audiovisual o el cómic) seguimos disfrutando de importantes revisiones en materia fotoperiodística, con una sana tensión para el espectador entre World Press Photo y PhotON y la refrescante propuesta que supuso El Diari Indultat (otras Fallas son posibles).

El mundo del libro ha visto como buena parte de las ayudas institucionales se han ido al cajón del fomento de la lectura, algo que, por lo consultado con buena parte de los -crecientes- editores no ha sentado mal. El estado de la edición está en un momento dulce y pese al batiburrillo que supone la Fira del Llibre, ese tablao del que este año su organización ha decidido sostener que se ha vendido más que nunca pero no ha dicho qué títulos y cuánto por título (dar cifras propias sale gratis), las empresas tras el libro made in Comunitat no solo han iniciado una escalada de publicación, sino que han generado una competencia interesantísima. Sembra Llibres o Llibres de la Drassana siguen completando, por ejemplo, un catálogo impecable. La dotación de los Premis Literaris Ciutat de València, por cierto, han sido unos claros beneficiados por el Consistorio. Las cuantías por disciplina se han multiplicado y a partir del próximo curso deberían deparar importantes cosechas.

Y, por último, está ese factor agregado últimamente al ámbito cultural para algunos medios, pero que otros consideramos propio: la gastronomía. El factor turístico, nuevamente, utiliza su apellido y pone en tela de juicio una relación que, por pujante, también genera un incomprensible recelo entre ciertos agentes. Pero es sin duda uno de los arietes de experiencias, ideas y vínculos con lo que sucede, se hace y somos. Los nombres propios del curso son tantos que es injusto destacar uno solo, pero por abrir la variante sobre la mesa (con o sin mantel; con o sin mesa), se puede destacar la publicación del influyente Caldos por Ricard Camarena, un libro de Montagud que copa las conversaciones en las primeras cocinas de España, el trabajo de algunos de los productores de vino de la D.O Utiel-Requena, haciendo alquimia a partir de la uva bobal y llevando este sabor propio a lugares impensables antes de ayer, o la consolidación de los proyectos de cervezas naturales Tyris y Zeta, llamadas a convertirse en operadores de peso durante mucho tiempo.

2.- Con todo lo dicho, me resulta imposible reducir mi percepción a un número. Prefiero poner en valor…

3.- El arreón de Intramurs para Ciutat Vella, que el Conde de Torrefiel pisara un escenario valenciano, el Festival 10 Sentidos en toda su extensión, los directos de Badlands y Gener, la fiesta de Nochevieja de la Plaza del Ayuntamiento, la confluencia de los proyectos de Per Amor a l’Art y Ricard Camarena en Bombas Gens, las residencias estivales de escénicas de Espai Rambleta (Under25), el fin de semana del Deleste Festival, A España no la va a conocer ni la madre que la parió, exportar la muestra del IVAM Construyendo nuevos mundos a los CaixaForums y la expo València Línia Clara, la expo La modernitat republicana a València en el MuVIM (podría convertirse perfectamente una permanente del museo), el disco «Arco Mediterráneo» de Alberto Montero, que Juan Carlos Iñesta sea un referente innegable, los ambiciosos proyectos de cine de animación activos en la ciudad, el videoclip de Corinne Films para Soledad Velez (y otras publis que han hecho ellas este año y el propio disco «Dance and Hunt» de ella), la audiencia cosechada por La Cabina haciendo el único festival de mediometrajes del mundo en Valencia, la programación constante del Teatre Calderón de Alcoi y su Mostra, el nuevo presupuesto de Sagunt a Escena, los nuevos precios del Palau de les Arts y su ocupación, la reapertura del Teatre Musical y Carme Teatre, Tercera Setmana como semilla de lo que debe ser, que el Museu de Belles Arts de València pase a llamarse exactamente así, la dinamización cultural de Rambleta en redes sociales, las giras de Dani Miquel y Pep Gimeno ‘Botifarra’, que una editorial como Bromera cumpla 30 años, sus traducciones de Pierre Lemaitre (y que visitara la ciudad durante VLC Negra), el impagable trabajo de las cerveceras naturales Tyris y Zeta abriendo nuestro paladar a nuevas experiencias gastronómicas, que haya aparecido un barman gastronómico como Pau Castillo (Ameyal), la rutinaria conexión con el mundo del arte contemporáneo en las galerias Luis Adelantado, Rosa Santos y Espaivisor (oxígeno para la ciudad), que Tranquilo Música haya cumplido 20 añazos -a saber qué sería de la programación de conciertos en la ciudad sin ellos- y que un teatro privado como el Olympia haya alcanzado el centenario.

4.- La ausencia de una política cultural en la ciudad, la distorsión de las Fallas sobre la imagen de la ciudad turística low cost frente a su posibilidad como ocupación artística de la vía pública, la distorsión del turismo sobre las posibilidades culturales de la ciudad, la flagrante ausencia de una Ley de Mecenazgo (que ha de llegar), la enorme contradicción de albergar una efervescente población creativa y no tener un medio audiovisual público en pleno siglo XXI que sea capaz de vehicularlo a la sociedad, la película de l’Alqueria Blanca, los proyectos por subvención con cualquier ánimo, pero sobre todo con ánimo lingüístico… Y también autocrítica: confundir que los recursos públicos y las Administraciones tienen mucho que ver con la creación, no estimular lo suficiente a estados independientes para los agentes culturales y no darles ni poder ofrecer tanto espacio y ser lo suficientemente atractivos como para que la sociedad disfrute de su actividad.