Libros primera persona singular

Foto: Eva M. Rosúa.

Escribir es muchas veces un estriptís. Intencionado o no, emocional o no, real o no, lo que no hay duda es que ayuda a conocer mejor al que está al otro lado del libro. A su autor. Es el caso de los cuatro de esta selección. Hay de todo, un libro de viajes, una relación epistolar, unas memorias que no lo son y una recopilación de artículos.

Vicent Chilet es de esos periodistas deportivos que no se enfundan la camiseta de su equipo favorito cuando escriben una crónica o un artículo. Es de los que siempre intenta contar algo más de lo que ocurre en un campo de fútbol, una rueda de prensa o un clónico entrenamiento. Le gusta rebuscar en el pasado, en la historia, o dar protagonismo al presente más oculto. Siempre en un segundo plano. Cediendo la atención al objeto de su escritura. Una sana costumbre que incluso consigue mantener en «Slow West. Crònica d’una ruta americana» (Drassana), un libro de viajes entre Seattle y California, escrito en primera persona, pero sin ningún afán exhibicionista.

El libro de Chilet podría ser primo hermano del magnífico «América, América. Viaje por California y el Far West», de Xavier Moret. Más allá de por las coincidencias geográficas en algún momento de ambos, por la sabia y acertada combinación de las experiencias personales, las anécdotas familiares que surgen en el trayecto, las imprescindibles referencias socioculturales y el fiel testimonio de lo que visita. Hay en el periodista valenciano un interés por radiografiar sociológicamente al estadounidense de a pie. Y son esos pasajes algunos de los mejores momentos de un libro en el que también destaca la convivencia en armonía entre Clint Eastwood, Brooke Shields, Larry Bird, Gaizka Mendieta o David Lynch. El autor no se olvida del lector y le hace partícipe del viaje, sabiendo generar en el mismo las sensaciones que va sumando a medida que cuenta kilómetros. Así, la llegada en los capítulos finales a San Francisco es una explosión no solo literaria, sino para todos los sentidos.

Ignacio Carrión también es periodista. Uno de los mejores que ha tenido, y tiene, este país. Por eso mismo, no se le hace el caso que merece. Para él escribir es casi tan vital como respirar. Pese a lo renqueante de su estado de salud, ha publicado dos libros recientemente. Ambos con la editorial Renacimiento. «Cartas a Lola desde USA» y un nuevo volumen de sus «Diarios (2011-2015)». El primero de ellos recoge las cartas que le mandaba, a finales de los ochenta, desde los Estados Unidos, a su compañera en Diario 16 y Cambio 16, Lola Díaz. Misivas que nunca obtuvieron respuesta, pero que no por ello dejaron ser escritas.

En las cartas, Carrión disecciona la actualidad norteamericana, con fina ironía, rica prosa y su estilo incofundible en el que todo lo que cuenta, importa. Da lo mismo que hable de una convención demócrata en Atlanta en la que se elige al candidato a las presidenciales que de James Tabacca, un señor que defiende a golpes, en un avión, su derecho a fumar durante el trayecto Boston – Los Ángeles. Hay espacio para la buena literatura (Raymond Carver, John Fante,…), pero sobre todo para el periodismo. Y no solo por las punzantes reflexiones que hace sobre su profesión en una época que nada tiene que ver con la actual, aunque comparta parecidos males, sino porque las poco más de cien páginas que componen el volumen se revelan como un manual en el que confluyen, por ejemplo, en una adictiva mezcla, el reporterismo y el artículo de opinión. Varios géneros en uno, porque al final lo que importa es que esté bien escrito y narre historias. Y de ambas cosas Carrión sabe y mucho. Es un libro que vale por todo un curso de la asignatura de Redacción Periodística. Ojalá algún profesor tenga a bien recomendárselo a sus alumnos y el futuro de este oficio sea algo menos tenebroso de lo que se intuye.

Marcos Ordoñez es, como no, periodista. Además de escritor. En muchas ocasiones ambas actividades cohabitan. «Juegos reunidos» (Libros del Asteroide) podría ser una de ellas. Una nueva entrega de sus recuerdos, en esta ocasión con concesiones a la ficción. De fondo, la Barcelona de los años 70. Ordoñez tiene una facilidad pasmosa para crear universos. No importa que sea las memorias de un actor («Alfredo el Grande: Landa lo cuenta todo», Aguilar, 2008) o la historia de dos hermanos de familia de artistas que tienen que rendir cuentas con su pasado («Puerto Ángel», Destino, 2000).

Al autor catalán hay que reconocerle su documentada reivindicación de la cultura pop(ular) española, la que conforman actrices desconocidas como Mercedes de la Aldea o vilipendiadas por una anécdota como María Asquerino; bares; tiendas; discos; personajes, sin carga peyorativa en el término; … una prolongación de su misma admiración hacia sus correspondientes en Francia o Estados Unidos. El libro puede leerse como la crónica de una generación, pero no es un ejercicio nostálgico. Se celebra ese pasado (y sus ganas de beberse, en todos los sentidos, el mundo) y se da las gracias a todos aquellos que lo hicieron posible, como Francisco Casavella, Gato Pérez, Vainica Doble, Juan García Hortelano o François Truffaut. Ordoñez completa el triángulo memorístico que Juan Marsé y Javier Pérez Andújar vienen escribiendo sobre la ciudad condal. Un relato que encuentra su perfecto epílogo en el último episodio, con guiño hacia José Agustín Goytisolo, y que nos convertiría en mejor persona si lo revisáramos, al menos, una vez por semana.

Sí, cuatro de cuatro, Juan Puchades es periodista. Su relación con la música ha estado siempre presente en su carrera profesional. Como autor de diversos libros (especialmente recomendable «Peret. Biografía íntima de la rumba catalana», Global Rhythm, 2011) o firmando textos en publicaciones tan variadas como Rolling Stone, Zona de Obras o Mondo Sonoro. También, en la revista Efe Eme que él dirigía. Cuando esta cabecera abandonó el papel por el formato digital siguió siendo su responsable y empezó a escribir una columna semanal titulada como el libro que nos ocupa, «El oro y el fango». Se cumple ahora, día arriba día abajo, un año del último artículo (protagonizado por Javier Krahe que acababa de fallecer) de la misma. Juan, ahora, dirige la revista Cuadernos Efe Eme (extensión reposada de su hermana online, de nuevo en papel y con periodicidad trimestral) y también se le puede leer en el suplemento Babelia del diario El País.

«El oro y el fango» (Biblioteca Efe Eme) agrupa gran parte de aquellos textos, añade alguno inédito e incluye otros que aunque no aparecieron en ese espacio concreto, su autor los considera semillas del mismo. Escritos que destilan una, cada vez, más necesaria opinión personal. Con un sano espíritu crítico (incluso hacia su profesión) combina agudos comentarios sobre las supuestas bondades de internet; sensatas reflexiones acerca de temas tan variopintos como el oficio de productor, las tiendas de discos, o las reediciones; confesiones personales, y necesarias, como la del breve capítulo «¡Paren máquinas!»; acertadas páginas con afán pedagógico (intencionado o no, no importa) como las dedicadas a los pioneros del rock and roll; entusiastas palabras hacia profesionales (Julio Bustamante, Roy Orbison, Moris, José Ramón Pardo,…) no siempre reconocidos como merecen; y por encima de todo muchos libros, discos y canciones. Además, de una triada («1977-1980, los años que cambiaron el pop español», «Aquellos maravillosos años» y «La Movida y el revisionismo histórico») imprescindible para entender la música que llegó con la transición.