Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

En marzo de 2003, una privada conexión entre Japón-España cambiaría el rumbo de nuestra gastronomía. Los propietarios del restaurante tokiota Mibu (el matrimonio Hiroyoshi y Tomiko Ishida) son invitados por Ferran Adrià a elBulli para poner en práctica, sin cortapisas, su cocina japonesa en los fogones del restaurante de Girona. Gracias al beneplácito de la meditación practicada por la pareja, aceptan el ofrecimiento y el reto. Abandonando por unos días su hábitat de una sola mesa (en el opulento barrio de Ginza) para ocho comensales por turno, pertenecientes a un selecto club gastronómico de 300 socios.

En el viaje llevan de equipaje (junto a su equipo) todos los ingredientes y utensilios necesarios (hasta el agua embotellada) para cocinar, con una programación milimétrica de los tiempos tal, que escalonan las llegadas para que aquellos alimentos que transportan y que son perecederos como el pescado macerado, verduras… aterricen poco antes del inicio del evento culinario. Pero, además, traen consigo material intangible: espiritualidad y religiosidad. Una manera de entender la cocina desposeída de toda superficialidad. Sus ingredientes más preciados.

Tres jornadas de éxito gastronómico y satisfacción personal que se narran en este manga de sensaciones y sensibilidad («Mibu.elBulli», de Rika Tanaka y Ochiai, Norma Editorial, 2015) con el tempo del final de las prisas. Un relato que aproxima a hitos como el del primer uso del hielo seco a modo de técnica culinaria realizado en España, o el uso del tofu (tan popular tiempo después). Las bases de una cocina (kaiseki) que desmonta sus propios ingredientes con simplicidad, y que afianzó el camino de la deconstrucción que el mismo Ferran Adrià se había empeñado en recorrer. Y hasta hoy. Todo es historia. Una historia en forma de cómic y, también, un espectáculo teatral.