Foto: Eva M.Rosúa.

Foto: Eva M.Rosúa.

Manu Górriz llega puntual a la cita, en la acepción más exacta de la palabra. Ni un minuto antes ni uno después. Con la tranquilidad del que pasea, por las calles de una ciudad, con el falso aislante de unos cascos. Falso porque cuesta creer que no esté alerta por si tiene que registrar algún comportamiento humano que pueda convertir en una de sus historias. Manu Górriz es profesor. También monologuista. Uno de los mejores de Valencia. Nacido en San Marcelino, para más pistas.

Confiesa que tiene semblante serio, pero lo que transmite es calma. Cuando habla, cuando escucha, cuando con la mirada recorre el Centre Cultural La Beneficència. Nos cruzamos con algunos niños en plena explosión de felicidad por el día que pasarán fueran de sus aulas. Todos llevan móvil. Manu no. Lo tiene estropeado y lo echa de menos. Sus numerosos seguidores en twitter seguro que también.

Sin salir de La Bene, entramos en una iglesia neobizantina. Data de 1883. Por supuesto, rehabilitada. Es uno de esos secretos de los que debería presumir más la ciudad. El culto religioso ha sido sustituido por el culto a la música los fines de semana. Es impresionante. El arquitecto Joaquín María Belda (el mismo de la Cárcel Modelo o la Estación del Pont de Fusta) fue su responsable. No puede haber mejor lugar para hablar de humor. Sobre todo, cuando se comulga con aquello de que la risa es cosa seria. Y necesaria.

¿Cómo llegas al humor?

Llego a través de Jesús Manzano. Siempre me había interesado mucho el humor. Yo era de los que no se perdía a Buenafuente en tv3 y me encantaba. Escribía mis cosas, pero nada, vamos, cuatro paridas. Un día, busqué monologuistas en Valencia para contactar con ellos. Mandé un mail a Manzano, que siempre me recuerda que le hablaba de usted, y la verdad es que me ayudó bastante y me presentó a la gente del Circuito. Me dijo que hacían unos castings y me presenté a uno en el Café Tocado. Salió todo bien. Me programaron con otros compañeros haciendo pequeños trocitos hasta que ya tuve un repertorio para espectáculo completo, un año, o año y medio, después.

¿De pequeño eras el típico niño gracioso que no paraba a ninguna hora?

Era más imitador. Luego lo he perdido. Imitar y contar chistes eran mis especialidades. En el colegio era el que sacaba los motes a los profesores y entre clase y clase, subía a la tarima e imitaba cada vez a un personaje.

¿Quién te hacía reír por entonces?

No lo recuerdo. Estaban Martes y Trece en nochevieja. Y los vídeos de Gila, las cintas de Eugenio, pero no es un recuerdo de esos que te marcan. Luego ya sí con «No te rías que es peor», mítico del mediodía, que comíamos viéndolo y salía Pedro Reyes. Pero no era un aficionado puro y duro a la comedia.

Esos primero textos que contabas que escribías, ¿eran para alguien?

No. Los tenía en una libreta. Apuntaba cosas que se me ocurrían o me llamaban la atención. Sin pensar si eran para un monólogo o no. Por entonces, estaba en la Universidad, así que imagino que sería en las libretas de clase.

¿Te costó mucho dar el paso de enfrentarte a un público y dejar que lo que escribías abandonara tu ámbito privado?

La verdad es que no. Nunca he tenido miedo escénico, ni siquiera la primera vez. Estoy tranquilo ante el público. También es cierto que por mi trabajo de profesor es algo a lo que estoy acostumbrado. Fui una persona muy vergonzosa en mi infancia, pero para actuar la he perdido completamente. No lo paso mal. Hay compañeros que me dicen que se ponen malos, que tienen que beber agua,… hombre, el gusanillo lo tengo, porque si no fuera así no lo haría. Pero ni me tiemblan las piernas, ni se me queda la mente en blanco, ni nada.

Cuando estás en el escenario, ¿eres consciente de los momentos en que esperas que se ría la gente?

Siempre. Eso sí, a veces hay públicos que se ríen con unas cosas y otros con otras. En los primeros minutos ya sabes si es un público que se ríe con unas cosas u otras. Luego hay gente que le gusta todo y gente que no le gusta nada. Te das cuenta y piensas «hoy va a ser una hora muy larga o muy corta» (risas).

Antes has hablado de Eugenio, Gila, Martes y Trece,… ¿Quienes serían, hoy en día, tus referentes?

Toda la gente de Muchachada Nui. A mi generación nos ha influido mucho. Recuerdo estar en casa viendo el programa y pensar que eso es lo que quería hacer. Que se te ocurra una parida absurda ligada a la cotidianidad y que la gente conecte con ello, que se sienta identificada y se ría. También el programa «Ilustres ignorantes», con Colubi, Cansado y Coronas, que no son cómicos de monólogo, pero tienen una fluidez que me gusta mucho. Y Buenafuente y Berto, por supuesto.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

¿Se puede aprender a ser cómico o hay que tener una base innata de la que partir?

La base es imprescindible para toda arte escénica. O, incluso, para todo arte en general. Luego eso se puede potenciar, que duda cabe, pero yo he asistido a cursos de comedia y no he aprendido nada. Lo digo sinceramente. No me enseñaron nada que no hubiera hecho ya de manera innata. ¿Escribir con un remate o un chiste? Es que no escribo así. Lo que cuento hace gracia o no la hace. Juego con los gestos y no me va a enseñar nadie a cómo tengo que poner mi cara. Pero igual hay gente a la que sí les vale. A mí, no.

¿Debe tener límites el humor?

El límite lo debe marcar la ofensa. Mucha gente se escuda en una falsa libertad de expresión para ofender al personal. Eso no es humor. Les gusta la provocación y entran a saco en ello. Creo que se pueden hacer bromas de casi todo, pero sin insultar. Decía Woody Allen que la comedia es tragedia o drama más tiempo. Es obvio, pero también hay dramas con los que igual no se debe hacer tanta sangre. Hay gente que habla de todo y yo lo respeto.

Encima del escenario, con la adrenalina de ver que la gente se está riendo, ¿es fácil echar el freno y no meter el dedo en la llaga en esos temas que pueden molestar o es muy difícil no dejarse llevar?

A veces te pasas, pero sin maldad. Uno sabe, cuando dice o hace algo, si es con maldad o no. Y uno sabe, también, hasta donde puede llegar. Se puede hacer una broma subida de tono y la gente se divierte mucho, pero eso hay que saberlo conducir.

En tu carrera, ¿qué importancia han tenido los concursos?

Importancia han tenido dos, que son en los que he participado. El del Circuito Café Teatro, que ya no lo tomo como un concurso, sino en disfrutar las actuaciones en los diversos sitios, pero claro como después la gente vota… He participado dos veces. En la primera me eligieron cómico revelación y en la segunda gané el primer premio. El Circuito es importante no sólo por el premio, sino por todo el recorrido que haces. También participé en el del pub Ópera, que ahora ya ha cerrado. Fue muy importante para mí. Quedé segundo y a partir de ahí empezaron a salirme bastantes cosas. Pero creo que llega un momento en la vida en que no hay que concursar más. Los entiendo como una lanzadera y si no te has lanzado igual es que no es lo tuyo. Hay cómicos que lo siguen haciendo. Cada uno que haga lo que quiera.

No es un concurso propiamente dicho, pero ganaste también el «Actúa en el Aire», del programa «En el aire», de La Sexta.

Lo pasé un poco mal de nervios porque que el tiempo fuera un mintuo, dos minutos, para el tipo de humor que yo hago es fatal. Yo no hago chistes, cuento cosas, entonces es difícil poder calcular el tiempo que necesito. En la final empleé un poco más de tiempo, pero porque falló el crono, aunque el público no se enteró. Nosotros teníamos un reloj delante y cuando actuaba el segundo cómico se paró. A partir de ahí no sabíamos en que minutaje estábamos. Yo lo llevaba cronometrado, pero como hubo dos risas, me descuadraron el tiempo.

Ganar cualquier premio debe resultar muy satisfactorio, pero si encima el jurado, como en este caso, lo formaban cómicos (buenafuente, Berto,… )y, además, son profesionales que admiras, supondrá un plus, ¿no?

Te das cuenta cuando estás allí. En la sala de espera con el resto de compañeros, caí en la cuenta que cuatro años antes yo veía a Buenafuente en mi casa y ahora estaba en su programa. Es un impacto actuar para ellos y que, además, les guste y te premien.

A raíz del premio, ¿no surgió la posibilidad de incorporarte al programa?

Hice un casting, pero no cuajaba para lo que Buenafuente tenía pensado. Hice la prueba, era la primera vez que hacía algo así, porque lo mío no es esto, imagino que me pondría como un flan y no cuadró. Andreu sí que me sigue por twitter, así que imagino que el interés sigue estando.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

¿Cómo es el proceso de elaboración de un monólogo?

Jamás me he sentado a escribir un monólogo. No soy capaz. Parto de una idea, algo que me hace gracia o me llama la atención, y la desarrollo en el escenario. Con la adrenalina de estar allí arriba surgen muchas paridas. Te fuerzas. Incluso hay veces que contesta alguien del público y ese comentario, si le das la vuelta puede ser un chiste. Con eso voy confeccionando la historia que cuento y va creciendo. Antes si estructuraba el monólogo, pero me aburría. Soltar una hora como si fuera un sermón mecaniza la actuación. Ahora lo que hago es ir cambiando de posición los trozos de los que se compone. Como si fuera un músico que va cambiando el orden de las canciones en sus conciertos. Hay compañeros que tienen diversos monólogos y cada día los van alternando. Eso cuadra muy bien, porque en un mismo local puedes hacer varios espectáculos. Yo no sigo ningún orden. Alguna vez me han preguntado antes de una actuación si iban a ver algo nuevo y es que no lo sé, puede que sí, pero totalmente desestructurado. Lo hago por mí. Es que, como digo, si no, me aburro.

Cuando se te ocurre un gag nueva o una situación que pueda ser el punto de partida de alguna histoira, ¿lo pruebas antes delante de alguien de confianza?

No. Directamente en escena. El otro día lo hablaba con mi mujer. Estoy escribiendo una novela y ella me preguntaba si no podía ir leyendo lo que tengo escrito para decirme si le parece que está bien o no. Le dije que no. Y me acordé de un anuncio de cerveza que empleaba frases de Bukowski. Había una que decía que si necesitabas leer lo escrito a tu mujer o a tus amigos es que no estabas preparado, como diciendo que te la tienes que jugar. Si te preguntas si algo gracioso lo es, es que dudas. Si no estás seguro, no va a hacer gracia. Lo sueltas con miedo y la gente lo nota.

¿Qué vida tiene un monólogo, una historia, un gag?

Hay trozos que se jubilan. Un día dejan de hacer gracia. No hay ninguna razón, pero ocurre. Algo que era graciosísimo no provoca ninguna risa en una actuación. Lo vuelves a probar y pasa lo mismo. Cuando llevas un mes con esa dinámica, lo eliminas. Y ese fragmento, en un año, lo puedes volver a incluir y volverán a reírse. Debe tener que ver con lo que decía de la actitud. Lo has quemado. Ya no lo dices a gusto y el público se percata.

¿Cómo reaccionas ante la ausencia de risa en una actuación?

Lo asumes y confías en que la próxima gracia la rían. Piensas en lo que va después, porque si no, la actuación se acabaría.

¿Y si tampoco se ríen?

Eso ha pasado. La comedia es así. A lo mejor tú no has estado bien, o ellos no tenían muchas ganas de reír. Puede que sea un público que no encaja contigo. O igual es el mismo acto en sí en el que actuas y la gente no está animícamente preparada. Por ejemplo, hacer una presentación de algo muy formal e, inmediatamente, después pretender que la gente se descojone y aplauda. Sonríen, pero nada más. Lo pasas mal. Aunque la gente diga lo contrario, porque aquí todo el mundo se echa flores y lo peta allá donde va, por una actuación buena buena, de verdad, hay tres o cuatro malas. De las que yo considero malas. Porque hay compañeros a los que todo les parece genial.

Uno de los rasgos más definitorios de tu humor es la habilidad que tienes para jugar con los silencios.

Cuando empezaba, y quería dedicarme a esto, fui a ver actuar a Ernesto Sevilla. Me impactó mucho cómo jugaba con los silencios. Se quedaba callado, nos miraba, ponía caras, sonreía y yo me partía de risa. Algo de herencia familiar también debe de haber, porque mi padre cuentas las cosas y se queda callado. Es algo que me gusta mucho hacerlo en el escenario.

Resulta curioso que algunos tacos como «cabrón» o «hijo de puta» sigan despertando hilaridad entre el público.

Eso no pasa de moda. En España el taco es fundamental. Yo digo muchísimos. Soy muy malhablado y no me puedo contener. Tanto actuando como en el ámbito personal. Siempre lo he reivindicado, pero es cierto que luego depende de la gente. Hay a los que nos les gusta nada y a los que les encanta. Hay público que dices «polla» y parece que no han oído la palabra en la vida y unas risas y unos aplausos… pero hay otros que lo sueltas y se oye como un murmullo de desaprobación.

¿El monologuista debe escribirse sus propios monólogos?

Si quiere hacer reír de verdad y que la gente sienta lo que él transmite, sí. Es fundamental. Escribo para mí. Si el mejor guionista del mundo me escribiera un texto, yo tendría que darle toda la vuelta, porque si me limitara a contar lo escrito no tendría gracia. La gente nota que en esos casos está impostado. Es lo que pasa con «El Club de la Comedia». Muchas veces son actores que no han desarrollado una faceta de stand up. Lo que hablábamos antes de los silencios y las caras. Está todo muy guionizado. Incluso la expresión gestual. Y eso no hace risa. Son personas muy profesionales en lo suyo, pero es que el stand up es algo completamente distinto. Los textos son buenos y, seguramente, si te lo cuenta el propio guionista, te partes, pero así resulta artificial.

¿Hay mucho intrusismo profesional en el humor?

Demasiado. El humor en España, en estos momentos, está disparado. Vive su mejor momento. Nunca han habido tantos cómicos como ahora. Y buenos. Hay gente que hace cosas muy buenas, fantásticas. Lo que pasa es que frente a eso, hay muchos supuestos humoristas que se han subido al carro. Pero como siempre pasa con cualquier fenómeno. Al final, el tiempo pone a todos en su sitio y quedan los que tienen que quedar. La gente no es tonta y sabe elegir. Pero mientras, pues tienes que ver cosas como a Carmen Lomana haciendo un monólogo. Esto no es lo suyo. Hará otras cosas muy bien.

En ese «boom» del humor, ¿tiene algo que ver la crisis económica?

Sí. Supongo que cuanto más complicada está la cosa, más hay que hacer reír. En España, además, tenemos una tendencia que me parece muy buena, que es el reírnos del desastre. Va en nuestro carácter. Pasa algo malo y se hacen bromas. Ahí está el twitter que enseguida se llena de comentarios, aunque a veces hay quien se desfasa. El cachondeo bien llevado te hace olvidar durante unos minutos lo que está ocurriendo. Y también tiene que ver esa relación con que mucha gente no tiene empleo y se han lanzado al escenario a ver si hay suerte.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Al margen de los monólogos, ¿te gustaría adentrarte en otros campos de la comedia?

Me gusta mucho el sketch. He hecho algunos con Manu Badenes y quedaron bien. No es una posibilidad, tampoco, que me haya surgido. A la gente de Comedy Central sí que les he comentado que me gustaría participar en lo que hacen ellos en ese formato. Pero lo que, de verdad, me gusta es la actuación en directo.

Has dicho antes que trabajas como profesor, ¿crees que podrías llegar a vivir de la comedia? En el caso de que un día los ingresos fueron parejos, ¿darías el paso de abandonar la docencia?

No lo sé. Hay que tener una mentalidad muy de artista para ello. Es admirable. Se lanzan de cabeza. Yo no sé si soy tan arriesgado, porque siempre he tenido mi empleo. Estudie Ingeniería Informática y soy profesor de Informática de ciclos de Formación Profesional. Ese es mi trabajo. El arte es un poco efímero y en la comedia aún más. Hay programas de televisión donde hoy ves a alguien y dos meses después pones ese mismo programa y ese colaborador ya no está. Pero es que no está ahí y no está en ningún lado. Lo tuvieron, les gustó, funcionó, pero salió otro y lo acabó sustituyendo. No hay ninguna garantía en ese sentido. La tele ya no es como antes porque hay mucha oferta. El «boom» lo pegan cuatro o cinco, como Dani Rovira, que ha tenido un año muy bueno, ha estado en el momento adecuado. Pero pocos más.

En tus clases, ¿te has sorprendido, alguna vez, haciendo un monólogo?

Hago, hago (risas), cuando la cosa está aburrida nos reímos un rato. Bromeo con ellos. Son gente de 16-17 años y ya es un público adulto.

Tienes más de 12.000 seguidores en twitter, ¿supone alguna presión cuándo escribes algo en esa red social?

Ninguna. Escribo paridas y la gente lo sabe. Me gusta mucho twitter. Esta afición me viene más por mi lado informático. La verdad es que estoy muy presente en internet, también en facebook, pero es que como digo, me gusta mucho. Me hice yo la web, llevo personalmente mis redes,… creo que son muy importantes. Te permite contactar con gente que te interesa. La clave es escribir mucho y estar todo el día conectado.

¿No tienes miedo a que, con tanta exposición, te roben una idea o un gag?

Ese riesgo existe, pero también cuando actúas en un escenario. Estás vendido. Te pueden copiar en ambos sitios. No peleo. Si alguien utiliza parte de mi trabajo en su nombre, allá él.

¿Es habitual registrar los monólogos?

No. Se confía en la ética de los compañeros. Aquí todo el mundo se conoce. Si alguien copia se acaba sabiendo. Es matemática pura. Porque lo normal es que cuando actúas haya otros cómicos viéndote. Y nos sabemos los monólogos de los demás.

¿Cómo ves twitter como canal propio de humor?

Hay gente muy buena. Por ejemplo, Luis Álvaro, que ha colaborado con Buenafuente, es una pasada. Me da envidia sana comprobar lo ocurrente que son algunos usuarios. Me cuesta tener esa agilidad mental para la comedia.

¿Te ves obligado a ser gracioso las veinticuatro horas del día?

No. De hecho, soy un tío serio y seco. Siempre he sido así. Creo que tiene su punto cómico. Contar paridas con una apariencia seria.

Como Eugenio.

Exacto. Imagino que sería como yo, serio y seco, y sin la obligación de estar jovial en todo momento. Luego, está la gente que no me conoce bien y, cuando sabe a lo que me dedico, me pide que cuente un chiste. Es una de las cosas que más me fastidia. Ya sólo por habérmelo pedido, no se lo voy a contar. A lo mejor, si nos hubiéramos tomado tres cervezas y no me pidiera nada, igual me arrancaba y le contaba unos cuantos, pero así no, porque me siento forzado y es que, encima, yo no cuento chistes.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.