Ana Penyas. Foto: Biel Aliño.

La obra de Ana Penyas es como una poliédrica máquina del tiempo. Recupera el pasado para explicar el presente y entender el futuro. Así ocurre con En transición, una lección de historia ilustrada, con guión de Alberto Haller, editada por Barlin Libros. Un recorrido por casi el último siglo de España en el que el poder narrativo y explicativo de las imágenes de Penyas y la fuerza expresiva de su estilo personal se convierten en el mejor vehículo para viajar por nuestra memoria y no olvidar . Abstenerse militantes intensos y talibanes.

¿Cómo surge En transición?

Alberto Haller, el editor de Barlin Libros, descubrió una de mis imágenes y me invitó a tomar una cerveza para contarme el proyecto. Yo acababa de autoeditarme un libro sobre un hombre que contaba sus experiencias en el franquismo (Los días rojos de la memoria) y su propuesta me encajaba, era como avanzar en la historia y hablar de la época posterior a la dictadura. La propuesta nació de él, pero fue todo muy orgánico, ambos hemos aportado mucho al libro, no es que él se encargara del guión y yo de las ilustraciones y ya está. Fue un trabajo conjunto.

¿Qué te atraía de una época como la transición que no viviste porque aún no habías nacido?

Creo que muchas causas del presente no se pueden entender sin explicar lo que ocurrió durante la transición. Igual que el franquismo me enseñó muchas cosas de lo que es España hoy en día, la transición me ha enseñado muchas otras. Y eso es lo que quería, entender España, la sociedad, la política,… Aunque la transición no la viví como tal, si tengo un escenario de mi infancia en los ochenta y los noventa, que para mí tiene mucho que ver con esa época.

¿Cómo te documentaste?

Por el libro que comentaba antes sobre el franquismo, la primera parte de En transición, la que cubre la guerra civil, la posguerra, el exilio, … hasta la muerte de Franco, esas ilustraciones me salieron muy rápidas. Antes de que Alberto me propusiera el libro yo había empezado a ver documentales sobre la época porque era algo que me interesaba. Encontré un ciclo que se había organizado en Madrid, 40 años no es nada, que incluía documentales militantes de los setenta y me fascinó. También había leído el libro La Cultura en transición (de Giulia Quaggio). Es decir que antes de recibir la propuesta ya tenía adelantada una parte de la documentación. Lo que sí hice una vez aceptado el proyecto fue buscar fotógrafos que hubieran documentado aquellos años, los setenta y ochenta.

Es un libro crítico con la transición desde el mismo inicio con esos borregos bajo el título y al mismo tiempo el final destila preocupación por si con todo lo originado por el 15M se repitiera la decepción.

Sí. Tanto la lectura de Alberto como la mía sobre el 15M ha variado mucho. Cuando me propuso el libro, ambos estábamos bastante esperanzados con lo que estaba ocurriendo. Pero luego tal y como han evolucionado los acontecimientos, cuando un año y pico después retomamos el proyecto, el tono que habíamos ideado no nos valía. La última imagen del libro nos costó mucho sacarla. En un principio, Alberto había pensado en un texto como de fuerza, de manifestación, heroico,… y ese sentimiento yo no lo tenía. Si el libro tenía que entregarlo a finales de septiembre, esa ilustración la acabé diez días antes (risas). Y fue gracias a que estando en Buenos Aires asistí a una charla en la que participaba una de las Madres de Plaza de Mayo, que de hecho sale en el dibujo, y descubrí la necesidad e importancia de que no se perdiera la base de lo logrado, la memoria. No transmitr algo triste, sino medioesperanzador tranquilo.

Llama la atención la importancia que tienen las bocas en tus dibujos. Se acaban convirtiendo en el rasgo de mayor expresividad de los personajes, incluso cuando desaparecen coincidiendo con el franquismo.

En Los días rojos de la memoria ya lo hice. A los que habían perdido la guerra, a la gente de izquierda, no les puse boca a ninguno. Me gustó ese juego de permitirme, aunque estaba trabajando con imagen documental, cierto simbolismo estético. Y es algo que he interiorizado y le doy mucha importancia a pensar bien qué boca o qué ojos pongo.

En una entrevista anterior nos comentaste que el amarillo era un color que no utilizabas mucho. Aquí tampoco aparece. ¿Qué te transmite para que no lo descartes?

Es verdad (risas). No sé, a nivel compositivo me funciona muy poco, como si me desmontara la armonía que yo tengo en la cabeza. Es algo que me pasa también con la ropa. Manías de artista o ilustradora (risas). Pero creo que me estoy reconciliando con él poco a poco.

En transición ha coincidido en las librerías con otro trabajo tuyo, Estamos todas bien (Salamandra Graphic). ¿Percibes algún tipo de influencia entre ambos libros?

Sí, Estamos todas bien es anterior y me sirvió para decidir que el punto de vista para contar En transición fuera desde la calle. Salirme de la historia oficial y de los grandes nombres. Que sí, que saliera Franco, pero sin dedicarle una viñeta, que apareciera su imagen en un cuadro de una casa en una de las páginas.

Tus tres libros se centran en la recuperación de la memoria, la política y social de un país o la personal y familiar propia, ¿tus próximos trabajos van a seguir ahondando en el pasado?

Sí, porque aunque trate algo del presente ya forma parte de mi estilo que la memoria tenga su protagonismo, igual no total pero incluyendo guiños seguro. Ahora lo que me interesa mucho es seguir avanzando, seguir indagando en la memoria, en el pasado, pero como digo avanzando, mirar y pensar en los noventa, en los 2000.