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Cuando la nostalgia vive un buen momento, las casas de moda miran a sus orígenes como es el caso de Chanel, y lo mismo sirve para las revistas, Vogue USA vivió con Diana Vreeland una época dorada que Anna Wintour se afana en repetir (aunque lo niegue). Volviendo a Coco, la mujer inventora del vestido negro que tantas vidas salva, podría ser comparada con otro mago del one-piece dress, Mariano Fortuny, tan ajeno a lo que estaba de moda como la propia Chanel pero con un código estético muy particular. Como original fue la vida de Francina Díaz Mestre, otra mujer pionera, pero en desfilar por las pasarelas de la Barcelona de Santa Eulalia y Pedro Rodríguez. De todos ellos, hablan los libros que recomendamos para este inicio de año. Imprescindibles historias biográficas de apasionados por la moda.

«Chanel», de Amy de la Haye. Editorial Nerea.

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Sobre Chanel se editan tantos libros que no da tiempo a asimilarlos. Los hay repetitivos, predecibles, interesantes e imprescindibles. Los dos que incluye la editorial Nerea en su catálogo entrarían dentro de los dos últimos apartados.

Por un lado Amy de la Haye se marca un escuetamente titulado Chanel, subrayado por la frase de la propia Coco «La costura es un negocio, no un arte» (ella siempre tan práctica). Un recorrido por los entresijos del negocio desde el nacimiento de la firma con el diseño de austeros e insólitos sombreros, hasta el rescate de Karl Lagerfeld ya en los años 80. El viaje resulta apasionante porque demuestra la capacidad de la diseñadora para levantar una y otra vez la marca (titánico esfuerzo el que realiza en dos ocasiones: en 1954 tras los quince años de parón por la Segunda Guerra Mundial y más tarde en los años 70 cuando los nuevos tiempos no parecen propiciar sus diseños). Tres claves fundamentales para el éxito del negocio: el trabajo intenso, la anticipación y la atención hacia los más pequeños detalles. El lujo era para ella la costura de calidad ( «era una maniática de las sisas, siempre estaba retirando mangas y recortando» relataba la editora Diana Vreeland). Los vestidos de Chanel tan deseados por la mujer de su época por cómodos, ponibles y a la vez con un toque de modernidad; curiosamente, no lucían igual en la gran pantalla de Hollywood (sus incursiones en el vestuario de películas fueron más bien un fracaso). Lo que hace pensar, que su moda a la vez atemporal y clásica, carecía del efectivismo del otros diseñadores y esta discrección ha sido una de las claves para que el estilo chanel se mantenga. Claro que los 70 le exigieron más, y con más de 80 años y  la única compañía de su insomnio y una pertinaz artritis, Chanel estaba más que agotada para seguir satisfaciendo al show business.

El kaiser de la moda hizo el resto, sus logros con la dinamización de la firma a través fundamentalmente de la venta de sus perfumes y accesorios se extienden hasta la actualidad. Karl tampoco parece dormir mucho por todos los palos que toca (diseñador, fotógrafo, director de cine, estilista, ilustrador…), siempre con una reverencia fundamentada en los orígenes de Chanel y su tenacidad. Dos ejemplos actuales de esa reverencia al pasado, los tenemos en la nueva campaña del primer perfume de Chanel, el Nº5:  con un homenaje más que evidente a la historia de la Maison, a través de un excepcional documental publicitario sobre su más célebre embajadora, Marilyn Monroe, cuyas declaraciones no sólo dispararon las ventas del perfume, sino que provocaron el regreso de la diseñadora en 1954. Y en el reciente desfile Métiers d´Art (que anualmente recorre ciudades del mundo emblemáticas en la vida de Coco Chanel), en Dallas,  porque fue Texas en particular (y Estados Unidos en general) donde Chanel hizo su fortuna en el final de los 50 y en los 60. Además en el desfile, se pudo ver por primera vez, el corto dirigido por el propio Karl Lagarfeld «The Return», Chanel  intentando recuperar el pulso tras una larga ausencia, en su empeño por seguir adaptándose al cambio de los tiempos. Lucha que cobra una especial significación si has leído este libro. La historia empresarial de Chanel está más de moda que nunca.

«Chanel íntima», de Isabelle Fiemeyer. Editorial Nerea.

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Este segundo título es el complemento perfecto para acompañar la lectura anterior. Muchas biografías se han publicado de Chanel pero pocas llevan el sello de autenticidad de un personaje poco dado a dejar nada por escrito, aficionada a deshacerse de la mayoría de sus cartas personales, que guardaba un  hermetismo sobre su vida, omitiendo los aspectos más dolorosos o simplemente inventándose otra vida.

No es el caso de este título que nos sumerge en su vida privada a través de fotografías de sus posesiones más íntimas que fueron talismanes que siempre protegió de las miradas ajenas; y lo que es más importante, de la mano de su sobrina Gabrielle Palasse-Labrunie que convivió con ella y a la que Chanel legó además de sus objetos y joyas más queridas, confidencias que merecían ser contadas en un interesantísimo libro como este.

Sorprender era una de sus claves que no sólo aplicó a sus diseños, sino a su vida que en nada se asemeja por original, a las pautas sociales. Poco apegada a su entorno material (pese al lujo en el que vivía), era capaz de prescindir casi de todo, haciendo partícipe a familiares y amigos de sus bienes: donaciones anónimas, regalos, ayudas desinteresadas que sustentaron a grandes artistas como Cocteau, Dalí, Paul Éluard… O desde su fundación COGA (acrónimo de Coco-Gabrielle) destinada a asegurar el pago de pensiones a determinadas personas cuando ella muriera. Una cara desinteresada y más desconocida frente a la de diseñadora exigente de rápido arrebato y enfados en el taller que era capaz de trabajar sin descanso durante ocho horas sin beber, ni comer, seis días a la semana (no es casualidad que muriera en el único día que se reservaba para descansar, el domingo).

Grata sorpresa también, su avidez por la cultura, el conocimiento, a través de la lectura de cualquier texto histórico, sagrado, metafísico o literario que le pudiera aportar luz sobre los misterios de la existencia. Y en esto tuvieron mucho que ver de sus amantes, porque de cada uno de ellos tomó el bagaje cultural que tan libre le hacía para viajar o vivir otras vidas, sin moverse de su diván: a las profundidades del alma de la mano del poeta Reverdy, a Oriente y las civilizaciones antiguas con Boy Capel, o a la elegancia y sencillez del estilo inglés del Duque de Westminster. Dejada o fugada, porque fue una mujer en eterna mudanza. Ella que había convivido con la muerte violenta desde muy niña (la de su madre, la de sus dos hermanas, la de su gran amor), a la única ausencia que no pudo sobreponerse, fue al abandono de su padre, al que esperó durante toda su vida.

«Memos. The Vogue Years 1962-1971». Diana Vreeland. Edited by Alexander Vreeland. Rizzoli New York.

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Memos constituye el wikileaks del mundo de la moda. Si aquellos eran cables diplomáticos de alto secreto, estas son cartas mecanografiadas por una secretaria al dictado de Diana Vreeland y posteriormente, rectificadas por la editora de moda, a mano con grueso rotulador, añadiendo o simplemente subrayando lo esencial para que fueran precisas como una flecha afilada. Los destinatarios todos sus colaboradores, una pléyade de fotógrafos, estilistas, redactores, diseñadores, colaboradores y amigos que hicieron del Vogue americano desde 1962 a 1971 una de las más influyentes revistas de moda.

Los memos están editados por alguien que la conoció de cerca, su nieto Alexander Vreeland, testigo excepcional en sus almuerzos de niño y abuela-poco-común, en el despacho de Vogue, sin interrupciones, solos ellos y sus temas, durante los treinta minutos necesarios para consumir el sandwich con un vaso de wishky (ella) y el helado (ambos); y dar paso de nuevo a la frenética actividad de la oficina. No podemos considerar los documentos como una cronología de la historia de la revista, lo que nos ofrecen es mucho más. Las cartas funcionan como testamento de un oficio al que se entregó como única forma de entender la vida.

Diane Vreeland despliega una visión comprometida y en ocasiones hasta visionaria de quien se sabe suficientemente capacitada de dictar con cuatro meses de antelación la moda que ocupará no sólo hojas, sino que tomará las calles. Para ello, marca sus pautas razonadas por el buen gusto, a sus colaboradores. Indicaciones que van de lo obvio, como cuáles serán los colores de la temporada o el peinado adecuado; hasta detalles que sólo una superdotada en la moda puede llegar a calibrar y que le obsesionan una y otra vez, como el largo de las prendas respecto a la anatomía («dejar las rodillas al aire con faldas y botas, es vital! «). Nada escapa de su análisis de prescriptora, es una implicación sin fisuras o tiempos muertos de responsabilidad. Una sola consigna suya es suficiente («estamos trabajando hacia el pie desnudo») para modificar conceptos de estilismo y por extensión, introducir mejoras en las sesiones de un editorial. Y le hacen caso porque es la jefa y además no se equivoca. «Lo mejor de las entrevistas son las preguntas que se hacen», dispara para alertar a sus redactores que vayan a las entrevistas con una batería de preguntas lo suficientemente interesante para no dejar ningún tema en el aire. No hay detalle que se le escape, ni tregua. Y este libro es un goce que permite profundizar en la edición de la moda desde un compromiso vital. Lo mejor de la pasión es que se contagia.

«Mariano Fortuny, arte, ciencia y diseño». Guillermo de Osma Wakonigg. Ollero y Ramos editores.

Mariano Fortuny arte ciencia y disenyo

Fortuny tiene algo que ver con Chanel en su afición por las civilizaciones pasadas que le llevaron a crear un vestido de túnica plisada: el delphos, la longue robe en soie, podríamos decir haciendo un guiño a la petite robe noir de Coco.

Hijo de pintor, el ambiente cultural de su hogar y las sucesivas estancias en París o Venecia, influyeron en su carácter artístico, creativo e inventor (registró más de una veintena de invenciones). Mariano Fortuny fue descrito por el periodista Ugo Ojetti así: «es tan simple y sobrio como un anacoreta. Siempre lleva ropa de verano, incluso cuando la bora sopla, siempre del mismo color y hecha con la misma tela: una capa de Inverness de paño negro, un traje ligero de sarga de color azul oscuro, una corbata de seda blanca, un sombrero negro flexible, zapatos de tacón bajo de charol o sandalias de cuero trenzado de color rojizo». No extraña por su retrato, que creara su propia moda al margen (¿el primer enfant terrible?), indeleble al paso del tiempo, centrándose en la mágica ejecución de un único vestido que luego modificó pero no en lo sustancial, porque en Fortuny no hay evolución. Hay una aportación sustancial de forma y fondo que pervive hasta nuestros días.

El misterio de su plisado hace que delphos con más de sesenta años de vida se mantengan intactos; El Museo del Traje y The Kyoto Costume Institute entre otros albergan la prueba de ello. Milagro al que llegó Fortuny controlando absolutamente, todo el proceso de fabricación artesanal. Tejidos de seda de excelente calidad, tintes naturales y de alquimia, cuyas fórmulas solo él y su mujer Henriette conocían y que fueron concebidos en su palacio veneciano: ingenios mecánicos de presión, calor y humedad para provocar el fino plisado irregular que quizás fuera reforzado con hilos cosidos a posteriori. Son algunos de los elementos básicos de un vestido que forma parte de la historia de la moda sin pretenderlo. Creado por un hombre del Renacimiento (escenógrafo, pintor, fotógrafo, diseñador de ingenios de iluminación, investigador de tejidos…) en la Europa que inauguraba el siglo XX.

Desde su atalaya con síndrome de Diógenes acumulaba belleza clásica (todo tipo de objetos, muebles, incluidas más de quinientas telas preciosas, exóticas, brocadas, barrocas, orientales y renacentistas, de herencia familiar), y se aisló de toda influencia presente para mirar al pasado, pero creando con los códigos de su época en lo que a ingenio se refiere, un vestido que atravesaría el espacio y el tiempo. Una delicia ese curioso matrimonio à trois entre arte, ciencia y diseño.

«Francina, más allá de la Moda». Lunwerg editores.

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Francina Díaz Mestre, la joven altísima para la época (Barcelona años 50-60) no quería encorvarse en el metro como hacían otras para disimular su altura. «La tímida audaz» que en estas memorias sencillas, frescas, sinceras; dibuja un retrato que es el suyo, el de una modelo, pero también el de una época (o varias) y una sociedad (o varias) convencionalista, clasista y demás sufijos -ista, de los que intento siempre escapar. Una España «muy lejos de todo y con poca información (…) socialmente cerrada y culturalmente gris».

Recuerdos junto a grandes diseñadores como Pedro Rodríguez (en un idilio de ida y vuelta, «a Francina le salieron los dientes en mi casa») que empezaba a esculpir los vestidos directamente amoldando la tela sobre el cuerpo de la modelo, con Pertegaz (que tapaba con forro a sus modelos antes del desfile por temor al plagio), o la casa de alta costura, Santa Eulalia ( donde llegó a ser maniquí fija). Relatos de sus viajes a Suiza y París donde desarrolló su carrera internacional, para culminar en la creación de su propia escuela de modelos ya en los ochenta que se convertiría en agencia. Un perfil el de su vida íntima muy próximo al de Coco Chanel, el de una mujer libre para una sociedad demasiado encorsetada.

Una moda que basculaba entre Madrid y Barcelona, clásica la primera, más transgresora la segunda, al estilo de París, y además con la ventaja de concentrar a las empresas de producción textil. Un periodo que transitó entre el apogeo y agonía de la alta costura para dar paso en los setenta al prêt-à-porter. Y al fenómeno en España que se denominó Moda del Sol (agrupación de empresas del sector textil para democratizar la moda y bajarla a ras de calle) presentado con un gran desfile en el Liceo de Barcelona que se extendió después a todo el territorio. Pero no todo fue trabajo, la autobiografía baila al ritmo de las noches de Bocaccio o del restaurante Flash Flash, es la Barcelona de la gauche divine por la cual Francina y las demás modelos transitaban para que creativos publicitarios cayeran en la cuenta de su potencial para futuras campañas. Ver y dejarse ver era la consigna. Más allá de la biografía de Francina, es una radiografía de una época.