Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

Hace frío, pero a Tom Burns Marañón parece no importarle. En la puerta del hotel SH Valencia Palace repasa, mientras se fuma un cigarro, los papeles de la conferencia que dará pocos minutos después. Invitado por el Club de Encuentro Manuel Broseta, hablará de la manzana podrida en que se ha convertido la democracia española. Dice estar nervioso y cuesta creerle. Sobre todo por el currículum que atesora. Fue corresponsal, en España, de Reuters, The Washington Post, la revista Newsweek y el Financial Times. Cercano y afable, parece que son sus ojos los que hablan por él. A Burns no se le entrevista, se conversa con él. Mantiene intacta la curiosidad y la capacidad de reflexión que todo buen periodista nunca debe jubilar. Porque esta es una profesión que nunca se abandona.

Si ahora me enseñara su tarjeta, ¿qué profesión leería en ella?

Es un poco vergonzoso. Lo que dice es “Consejero” (risas). Es la tarjeta de una empresa de la que soy consejero.

Pero, ¿sigue siendo periodista?

Intento ser un poco menos pobre antes que completamente viejo (risas). Sí, aún ejerzo el periodismo. Escribo dos columnas a la semana en Expansión.

Cada vez se venden menos periódicos en papel, pero tampoco los diarios hacen nada por cambiar esa dinámica. ¿Qué diagnóstico haría de la prensa española actual?

No solamente se venden menos periódicos, sino que cada vez cierran más quioscos. Quioscos que han estado ahí toda la vida y un día pasas y te das cuenta que han cerrado. No es sólo una cuestión de España, es un fenómeno bastante más global. En Inglaterra cierra, este mes de marzo, la edición impresa de The Independent, que era un periódico hecho con enorme valentía y rigor, posiblemente el último diario de calidad que se lanza en Inglaterra y mira cómo ha acabado. La edición europea de The Wall Street Journal, que es un periódico que admiro muchísimo, ya solo es digital. Yo vivo fuera de Madrid y casi todos los días me bajo a Madrid en transporte público y voy leyendo los diarios en la tableta. Algo está cambiando. Hemos vivido muchos años con la prensa en papel, pero… Hace muchísimos años, cuando empecé en Reuters, en Londres, a mí me parecía increíble que me pagaran por leer periódicos (risas).

Ya que ha mencionado lo de Reuters, hagamos un flashback y viajemos a la España de 1974 en la que aterriza como corresponsal de esa agencia. ¿Cómo era el país? ¿Qué es lo que más le llamó la atención?

Ya conocía el país porque había estado viniendo desde pequeño. Incluso estuve un curso, antes de estudiar en Inglaterra, en la universidad española. La verdad es que hice cosas raras en España antes de lo de Reuters. Pasé un mes en una mina en Asturias, muy cerca de Mieres, en un pueblo que se llama Turón, y también participé en una campaña popular de alfabetización en La Cabrera, que está en León. Una España muy rural. Por muchas circunstancias conocía este país. Pero sí es cierto que aterrizar aquí, como profesional, en un medio con tanto prestigio como es Reuters, fue muy increíble porque te dabas cuenta de la importancia que tenía la prensa extranjera en ese momento. Podíamos publicar cosas que otros no. Recibía muchísima información. Reuters estaba instalada en la Agencia Efe. Efe se encargaba de la información internacional de la agencia estatal y Cifra de los temas nacionales. Y la gente de Cifra me contaban muchas cosas que ellos no podían publicar.

¿Recuerda algún ejemplo concreto?

Reuters tenía un colaborador externo para el País Vasco que era un periodista estupendo, Ander Landaburu, el hermano mayor de Gorka, también fantástico. Ander me llamó una tarde, era a comienzos del 76, con Franco ya muerto, para contarme que la policía había abierto fuego, en Vitoria, contra unos manifestantes causando varios heridos. Que él se iba por los hospitales para intentar averiguar más cosas, pero que estuviera atento porque podría haber algún muerto ya que él había visto bastante sangre. Al poco rato, me vuelve a llamar y me dice que ha habido dos muertos. Yo escribo una nota en la que informo de lo sucedido. Media hora más tarde, sale un teletipo de Cifra y ya son cuatro las víctimas mortales. Pero a los pocos minutos, sale otro en el que se indica que se anule la información anterior a todos los efectos, sin más. Yo, como Cifra no era mi fuente e incluso había informado antes, lo dejo pasar y no rectifico mi información. Enseguida recibo una llamada de un director general del Ministerio de Información y Turismo, que era el que controlaba la prensa, para preguntarme el motivo por el que no había anulado la noticia. Se lo explico y el tipo se pone violentísimo, muy desagradable, amenazándome con echarme del país. No le hice ni caso. Por la noche, los periodistas nos reuníamos en un bar que había muy cerca de Efe, y el redactor jefe de Cifra me contó que no eran ni los dos muertos que yo había dicho, ni los cuatro de su noticia censurada, que eran cinco. Y eso no se contó aquí.

¿Qué destacaría de la prensa de aquellos años?

Ese mismo año del suceso de Vitoria, en mayo, se lanzó El País y tuvo mucho éxito. A mí me fascinaba Cambio 16, tenía muchos amigos allí, me encantaba. Curiosamente, la gente de Cambio 16, como Pepe Oneto o Juan Tomás de Salas, eran periodistas que se habían formado en agencias como France Press o en otros medios extranjeros, ya tenían una experiencia de otra manera de hacer periodismo. Y también estaba Diario 16 que, a su manera, porque nunca tuvo el poderío de El País, también tuvo su importancia.

¿Y si comparamos aquella prensa con la actual?

La prensa española tiene muy pocos medios. Y si no tienes recursos, si no puedes tener a los mejores y remunerarles como se merecen, permitirles que puedan viajar, moverse, que dediquen más de tres días a desarrollar una historia y no tener que escribir tres en una tarde,…entonces la calidad del producto decae de una manera asombrosa. Pero como decía antes, esto no es un problema exclusivo de la prensa española. Tengo lazos muy cercanos con el Financial Times, para el que estuve escribiendo muchos años, y me entristece que Pearson lo haya vendido al grupo Nikkei, que tienen un imperio mediático en Japón. Los estándares japoneses de prensa no se parecen casi nada a lo que era el Financial Times. Es penoso. Por ahora no ha ocurrido nada, pero cualquier día habrá un conflicto de intereses. Porque lo que sí es cierto es que antes en el Financial Times había más gente y tenían más tranquilidad para trabajar. Tenían hasta dietas (risas). Ahora para que te paguen un taxi ya debe de ser importante la noticia.

Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

¿Pesa mucho la responsabilidad en un corresponsal al ser sus ojos por los que miles de personas acaban viendo lo que ocurre en un país?

Yo nunca tuve esa sensación. Lo que siempre hice fue comprobar la veracidad de lo que contaba. Te pongo un ejemplo. 1 de octubre de 1975, Franco hace su última aparición en la Plaza de Oriente. No se le entendía lo que decía. Fue como el último acto del franquismo. Era una protesta por las condenas internacionales a los fusilamientos del 27 de septiembre de tres miembros del FRAP y dos de ETA. Yo hice lo que imagino haría cualquier periodista con sentido común. Calcule los metros cuadrados de la Plaza de Oriente y calcule cuanta gente cabía en un metro cuadrado. Mi cifra no tenía nada que ver con el millón y medio que decía la Prensa del Movimiento. Claro, luego bien que me insultaron y me dijeron de todo. La manera de trabajar del corresponsal no debería de ser distinta de cualquier otro periodista. Intentar tener, si es posible, tres fuentes buenas y contrastarlo todo antes de publicarlo. Y preguntarse dos cosas, por un lado si está siendo justo y equilibrado con la información que va a dar. Y, por el otro, lo que en inglés se dice so what, ¿y qué? ¿Vale la pena lo que estoy escribiendo? ¿Es interesante? Pensar si es novedoso, pero si vale la pena más allá de porque sea algo nuevo. Es algo que se aprende con el oficio y con buenos directores y redactores jefes.

En una columna suya, de hace unos años, en Expansión, a raíz de una información en el Financial Times sobre el proceso de independencia de Cataluña, reflexionaba sobre las relaciones que se establecen entre los corresponsales y sus fuentes. ¿Es posible blindarse ante determinados intentos por partes de estas de influir en la opinión final del cronista?

El corresponsal extranjero nunca va a tener esa reacción instintiva, digamos racial, de un español que cuando oye lo de la independencia de Cataluña piensa que están locos y son unos irracionales. Lo ves con más ecuanimidad. El referéndum de Escocia ha sido un ejemplo de cómo se pueden hacer las cosas. El corresponsal extranjero no va a ignorar el hecho de que una parte importante de la población catalana quiere tener, al menos, el derecho a decidir. Y lo va a escribir.

¿Es compleja la realidad española?

A mí me choca que aquí no se haya escrito más sobre alguns temas. Por ejemplo, del hecho de cómo en Andalucía existe un aparato económico de subsidio con todo lo que ello implica. La verdad es que sí, la realidad española es muy compleja. Los catalanes cuando hablan de la financiación están hablando igual que hacen los alemanes. Estos dicen que han hecho unas transferencias brutales al sur de Europa y ahí cobran una estupendas pensiones mejor que las de ellos. Es algo que una prensa amarilla lo levanta en dos segundos. Pues Cataluña respecto a Andalucía y Extremadura dice exactamente lo mismo.

¿Cómo se le explica a alguien de fuera de España la situación de desgobierno que estamos viviendo y la incapacidad de los políticos para alcanzar un pacto de gobernabilidad?

No lo entienden. La imagen es muy mala, fatal. En Europa hay coaliciones de todo tipo. Pero aquí como la partidocracia ha vivido en una burbuja, sin ningún debate interno ni nada que se le parezca, se ven incapaces de lograr acuerdos.

Fue testigo directo de la transición española. ¿Entiende las voces críticas que hacia ese período han surgido en los últimos años? ¿Qué es lo que se hizo mal?

¿Por qué pasamos de una fruta madura a una manzana podrida? Esa es la pregunta, por hablar de mi libro (se refiere a «De la fruta madura a la manzana podrida. El laberinto de la Transición española», Galaxia Gutenberg, 2015) (risas). Hay que tener en cuenta dos cosas. Por un lado, la Ley Electoral que permitió un tremendo poderío de los aparatos de los partidos y los partidos se convierten en unos entes absolutamente cerrados, sin debates internos, sin transparencia, sin rendir cuentas a nadie, cada vez más separados del electorado. Por otro lado, la Constitución no refleja el tema de controles y contrapoderes, la separación de los poderes. Siempre me ha parecido muy raro de la Constitución española. La americana lo tenía muy claro. Limitar el poder, evitar a toda costa la tiranía. En España eso no está en la Constitución, está en el espíritu, pero en la letra. No solo es que los partidos se convierten en esos cotos endogámicos con sus sistema clientelar y poca ejemplaridad, sino que es que lo ocupan todo. Ocupan el poder ejecutivo porque hacen las listas; ocupan  los ayuntamientos, las autonomías, toda la administración pública; y están presentes en el Consejo del Poder Judicial. No existe un control o un contrapoder enfrente de eso. Es esencial en una democracia. Aquí la Constitución se hizo rápidamente. No se tardó casi nada. El gran problema es que se redactó como si se estuviera construyendo una catedral, para que durara eternamente. Está esculpida en granito. No tiene elementos correctores. Es muy difícil enmendarla. Y cuarenta años después, la sociedad ha cambiado, no tiene nada que ver, pero la Constitución no puede acompañar en ese desarrollo. Esa cosa española de sostenella y no enmendalla me parece horrorosa.

¿Estamos viviendo una segunda transición?

Estamos a las puertas. Está claro que hay un antes y un después a partir del 20 de diciembre. La partidocracia se acabó. Igual que cuando se murió Franco se acabó el franquismo, aunque Arias Navarro no se enterara. Ahora, como digo, estamos a las puertas de esa segunda transición, pero no tenemos una clase política como la de la primera. Parece que no se dan cuenta de que la cosa está muy fea ahí fuera, que la crisis del 2008 no se ha resuelto, la clase trabajadora sigue pasándolo mal, la globalización ha cambiado todo el marco comercial internacional y se ha llevado por delante la paz perpetua, está el Partido Republicano en Estados Unidos cuestionando los tratados de libre comercio, los yihadistas, el Islam haciendo su particular guerra de los 30 años como la que hicieron los cristianos y eso no nos va a salir gratis, la crisis humanitaria, el cambio climático,… hay unos retos y unos desafíos en todo lo que nos rodea que hay que pensar mucho en ello. Y ves el debate de investidura y en el fondo están hablando de pequeñeces políticas y personalismos. Me parece patético. La mediocridad que ha dado la partidocracia es tremenda. ¿De dónde han salido Pedro Sánchez y su gente? ¿Cómo es posible que Rajoy dure lo que dure si no es porque controla el aparato de su partido?

¿Ha notado alguna vez el peso de sus apellidos?

Es algo de lo que no me gusta hablar mucho, pero siempre me preguntan por mis antepasados. Mi admiración por la figura de Gregorio Marañón no tiene límites. Siempre allá donde voy hay alguien que me recuerda su figura o, incluso me cuentan que mi abuelo cuidó a su abuela (risas).