vinilos

La música es universal. De acuerdo. No entiende de nacionalidades. Perfecto. Pero nuestra cabeza necesita un orden de lo más básico, así que marchando unos discos de aquí (Alfredo Sorlí i Boscà, Hombre Corcho), otros de allá (Sanjosex, Trapece) y alguno de más allá (Parquet Courts).


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«La estación de las lluvias» Alfredo Sorlí i Boscà (Hall of Fame)

¿Es posible grabar la banda sonora de una película que no existe? Sí. Alfredo Sorlí i Boscà lo hizo en «La estación de las lluvias», registrado el año pasado. Catorce temas que incitan al oyente a dejar libre su imaginación y crear su propia historia, mientras van sonando los cortes del disco. Las fotos de la portada y el cuadernillo interior refuerzan esa sensación, que evoca unos tiempos lejanos y pasados que poco importa no haber vivido.

Sorlí i Boscà es miembro de El Futuro Peatón, lo fue de los extintos Megaphone Ou La Mort, y ha colaborado con artistas como Algora o Néstor Mir. En este primer álbum en solitario se decanta por sonoridades clásicas, de orquestaciones hipnóticas (imposible escapar al atractivo de «El viaje de la nube tóxica» con la que se abre el disco) y que coquetean ligeramente con la electrónica («Luchinushka»). Un trabajo extremadamente moderno, en el buen sentido de la palabra, que debería haberle llevado a una extensa gira, de ciudad en ciudad, por todo el país. Pero amigos, ya conocen aquello de la marca España.


Hombre Corcho

«Volver a casa» Hombre Corcho (Musice)

«Y aunque el destino siempre es incierto / casi adivino que el nuestro será eléctrico», cantaban Hombre Corcho en su primer disco, «El futuro duerme», como si fuera una declaración de intenciones. Un álbum, aquel, que ya apuntaba los derroteros sónicos por los que circulaba el grupo segorbino: rock de poderosas guitarras, aires hard setenteros, medios tiempos con carga emocional y al menos un single («La espera») por el que otras bandas venderían su alma al diablo.

Ahora llega «Volver a casa» y aunque la receta sigue siendo similar, ha mejorado ostensiblemente. Parece como si el grupo hubiera aparcado la urgencia que suele acompañar cualquier primer trabajo y, sin dejar de sonar potentes, disfruten más con sus canciones. Alex Sapena canta con mayor empaque y con cierto enfado vital, unas letras en las que el desengaño (propio de estos tiempos tan inciertos que vivimos) adquieren (casi) todo el protagonismo. La banda suena más compenetrada, han arrinconado el espíritu de Fito o M-Clan, han crecido estilísticamente y, en este momento, junto a las enseñanzas de Sex Museum o Enemigos, es posible reconocer algunos apuntes garageros (por ejemplo, en el tema que da título al disco) e incluso algún tímido acercamiento a propuestas menos rockistas como la de Depedro («La fiesta terminó»). Y sí, siguen añadiendo hits («Calor y playa») a la colección. Continuan siendo eléctricos, pero da la impresión de que no renuncian a nada.


sanjosex

«Festival» Sanjosex (Bankrobber)

Hay títulos de discos que facilitan mucho el trabajo a los periodistas. «Festival» de Sanjosex, es uno de ellos. El músico catalán, después del viaje introspectivo (no solo personal, sino también tradicional) que supuso «Al marge d’un camí», necesitaba abrir la espita del optimismo. Así se ha sacado de la manga un álbum vitalista, desenfadado, ecléctico, animado, en el que transmite la sensación de no haber dicho «no» a todo lo que le sugería su cabeza.

Como su amigo (y compañero de sello) Mazoni, ha dado un giro de 180 grados a su trayectoria, pero sin perder por el camino su personalidad (tal vez no supimos entender lo que anticipaba, por ejemplo, «Són instints», en su anterior disco). No, las letras ya no son costumbristas, ni las envuelve l’Alt Empordà, pero su fina ironía sigue presente, aunque en algunos momentos resbale. Es, también, su disco más pop, no por razones estilísticamente (que podría ser), sino por las referencias a la cultura contemporánea que recogen. Y nada mejor que contar con Quimi Portet para llevar a cabo un trabajo de tales circunstancias. El 50% talentoso de El Último de la Fila ha encontrado un alumno aventajado a la música sin ataduras al que tanto gusta acercarse. Así deberían sonar las verbenas del siglo XXII.


Trapece

«Trapece» Trapece (Discos de Paseo)

Es una pena que, en este país, el jazz y el pop no hayan tenido más relaciones extramatrimoniales. Dejando a un lado la supuesta altanería del primero y la falsa frivolidad del segundo, el resultado podría haber sido glorioso. Por ahí van los acordes de Trapece. Diez canciones elegantes, que alternan el inglés y el castellano y cuyo buen gusto no sólo se prodiga en cuestiones musicales y vocales, sino que alcanza hasta a la selección de versiones.

Chity Carrio y Carlos Torres retoman la senda que abrieron en los 90 cuando facturaban joyas imperecederas como Moving Pictures. Pero no se quedan en el simple ejercicio de memorabilia. Añaden ciertos registros soul, buscan el guiño cómplice del easy-listening, exprimen hasta el minimalismo los arreglos y evocan la sofisticación de los añorados La Buena Vida. Sus canciones quedan suspendidas en el aire a la espera de encontrar alguien a quien acariciar. No es bossa nova, pero no le importaría serlo. Quien sabe las sorpresas que nos tienen preparadas estos creadores bacharachianos.


Parquet Courts

«Sunbathing animal» Parquet Courts (Rough Trade / Popstock!)

Parquet Courts no pueden negar que viven en Nueva York (aunque tres de ellos sean de Texas) y su música es la mejor prueba de ello. Después de acumular piropos, parabienes y aplausos con su energético disco anterior, «Light Up Gold» (primero de su carrera si no contabilizamos una casete anterior), han dado un paso de gigante con «Sunbathing animal». Un álbum que les coloca en primera fila, mirando cara a cara a todos esos grupos que encabezan festivales y crean más expectación cuando anuncian nuevos trabajos que cuando los editan.

The Velvet Underground, The Rolling Stones y Pavement. Añadan unas canciones que tan pronto parece que avancen con esquirlas en los laterales, arañando todo aquello con lo que se encuentran, como otras, de largos desarrollos, en las que se puede descansar plácidamente. La banda de los hermanos Savage podría viajar en el tiempo a la década que quisieran, a partir de los 70, que nadie sospecharía de ellos. Pocas veces la distorsión ha sonado tan dulce. Y cuando lo ha hecho, ha sido la mejor de las señales. Que no se tuerzan.