Foto: Ryan McGuire (Gratisography.com).

Foto: Ryan McGuire (Gratisography.com).

Se habla de la crisis de la música, de la crisis de los soportes, de la crisis de la inspiración de los grupos, de la crisis de la prensa musical, pero siguen saliendo discos que merecen la pena, llenos de canciones que escuchar una y otra vez. Y al fin y al cabo, ese se supone que es el motor de todo esto. A continuación doce álbumes que no deberíais dejar de catar.

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Si sois de los que os guiáis por las portadas de los discos a la hora de comprarlos, nunca conoceréis a Christopher Owens. Y es una pena. Porque la carrera del exmiembro de Girls ya se puede decir que ha superado en interés y recorrido a la del efervescente grupo con el que se dio a conocer. «Chrissybaby Forever» es su tercer álbum y la constatación de lo que se pudo ir intuyendo en los anteriores. 16 canciones soberbias que atrapan el verano eterno gracias a una ración de pop mayúsculo (y costelliano en ocasiones), a sus azotes new wave, al doo woop más adherente, al folk de cámara, a los Beatles más desnudos y juguetones, al power pop trotón y a mil detalles luminosos más. Un disco para desgastar y redescubrir cada día.

Uno de los principales atractivos del primer disco de Migala fue su capacidad de sorprender, esa sensación de no saber hacia donde te llevaba cada canción, la seguridad de que todo podía caber en cada corte. Salvando las distancias, eso es lo que transmite «Fragmento I», vinilo de cuatro canciones (cinco en su edición digital) editado por El Hijo, en el sello Discos de Kirlian. La comparación no es gratuita, teniendo en cuenta que Abel Hernández estuvo entonces y está ahora. Sigue su atracción por el folk, entendida como una música agarrada a sus raíces, más que por una connotación geográfica. Y en construir su propia percepción del mismo, a partir de desarmarlo primero, dedica todo su empeño. Ayudado de ordenadores, Tórtel, Caio Bellveser o samples de William S. Burroughs y Joy Division.

Si bien en su anterior disco, «Reflexiones» (2012), Manolo Tarancón empezó a despegarse de la herencia anglosajona propia del rock, bañando (con acierto) sus composiciones de aires más mediterráneos, europeos o latinos («Buenos tiempos», «Más de mil manías» o «Capri», versión de Hervé Vilard) es en su nuevo disco, «Historías mínimas», donde esa decisión adquiere mayor protagonismo. Eso sí, sin que el viraje alcance las dimensiones de los últimos trabajos de Xoel López (que colabora en un tema), sin que cierre definitivanente la carpeta norteamericana o sin que Townes Van Zandt le deje de acompañar en la intimidad. Adaptando ese imaginario clásico a su estilo propio y a su manera de facturar estupendas canciones cargadas de sentimientos.

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Con mucho trabajo y pocos medios son varios los sellos españoles que están construyéndose un catálogo lleno de discos apetecibles y sugestivos. Desde Alicante, Pretty Olivia Records, es uno de ellos. El pasado verano nos descubría a los escoceses The Wellgreen, publicando «Summer rain», un álbum que recopilaba algunos de los temas de sus dos primeros trabajos y añadía tres inéditos. Pop de quilates en los que se hermanan The Beatles, The Beach Boys, The Zombies, … y todas aquellas escuadras que declaran amor aterno a las melodías impolutas, luminosas y llenas de detalles.

Hay discos que una vez se editan cuesta creer que pudieran haberse quedado inéditos. «Betacam saca pecho. 2007-2015» es uno de ellos. Un recopilatorio necesario que, además de cerrar una etapa de un proyecto musical unipersonal, cumple la función de inventario de unas canciones que no podían haberse quedado desperdigadas o en el desamparo digital. Con la elegancia y la pericia pop de Carlos Berlanga, Betacam se convierte en el cronista urbano de todas las historias de amor y desamor posibles. Por momentos parece Family, Dinarama o esa vertiente del Donosti Sound más introspectiva en la que podríamos situar a El Joven Bryan o Ama. Composiciones para el baile exterior anestesiado, pero descocado por dentro. Melodías que atrapan por su vinculación sentimental, por lo vivido o lo que nunca ocurrirá, sin que Peter Pan tenga nada que ver en esto. Gracias eternas al sello Federación de Universos Pop.

Si James Brown y Curtis Mayfield hubieran vivido en Valencia, seguramente, lo habrían hecho en El Cabanyal. Por allí pasearían su groove, mientras la gente les haría los coros camino de la compra. Un ejercicio de imaginación visual que después de escuchar «This is Cabanyal Soul», de The Go! Freaks, más de uno afirmará haber presenciado con sus ojos. Soul, r’n’b, funk y ciertos aromas latinos que certifican aquella máxima matemática de que el orden de los factores no altera el producto. Una prodigiosa voz que se adapta a cada canción con deje serpentino, una banda capaz de hacerte saltar los puntos de la operación de apendicitis de hace treinta años y unas canciones que consiguen esa dificíl dualidad de invitar a bailar y ser escuchadas. Combinadlas como queráis. El resultado será siempre el mismo. Un disco que clama al cielo que no se pueda tocar, oler y besar.

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Thaïs Morell es brasileña, pero da la sensación que le apasiona tanto la música que como si una esponja auditiva fuera, absorbe todos los sonidos de aquellos lugares por los que transita, añadiéndolos a su pasaporte. Esa relación expansiva con la música ya estaba presente en «Cancionera» (2012), disco al que tal vez lo único que se le podía achacar era cierta dispersión. Y se refuerza en el estupendo «Amaralina», donde aunque su voz susurrante marca el esqueleto del mismo, se despliega una riqueza sonora que no entiende de nacionalidades (Brasil, África, Oriente, India,…), estilos (bossa, jazz, swing, chanson,…) o idiomas (además de en su lengua natal, se atreve con el castellano en una adaptación de Lorca y Carles Dénia le da la réplica en valenciano en «Amo (Fam)»).

Guitarra y batería. A Los Bengala no les hace falta nada más. Lo de ellos es rock and roll sucio, con la energía del proto-garage y la viscosidad del blues enfadado. Borja Téllez y Guillermo Sinnerman aparcan su presencia en The Faith Keepers para entregarse al despendole sónico. «Incluso festivos» es su primer disco. Diez canciones que lejos de tendencias revivalistas, apuntan hacia adelante, eso sí, sin olvidar el pasado como lo certifica la presencia de Pedro Gené (Lone Star) en un tema y los guiños a algunos grupos españoles de los años sesenta y setenta en «65 días», una suerte de «Paint it black» pasada por la turmix de Los Salvajes.

Si un primer disco tiene que ser lo más parecido a una tarjeta de presentación, «No és cap simulacre» (2012), de Inèrcia, cumplió su cometido. Aunque más que por lo que enseñaba (una banda que bebía del grunge más guitarrero y del punk noventero, tal vez demasiado deudor de sus referentes), por lo que se podía leer entre líneas. Canciones como «Tot el que no vaig fer» o «Ara que tots dormen» marcaban un camino a seguir que ha tenido continuidad, tres años después, en «Sendes salvatges» (Mésdemil). Un álbum en el que la contundencia sonora aparece mejor digerida, enfocada en beneficio de las composiciones, huyendo de la ampulosidad artificial y acertando en su apuesta más melódica.

Discostres

Las matemáticas pocas vecen fallan. Drinks es un ejemplo más de ello. Un grupo que ha unido a Cate Le Bon y Tim Presley (White Fence), o lo que es lo mismo al intimismo musical de la primera con la energía sonora del segundo. ¿El resultado? «Hermits on holiday», un disco en el que confluyen la urgencia melódica del noise-pop, los equilibrios imposibles del anti-folk y el hermanamiento bien avenido de la psicodelia y el krautrock. Pero sin olvidar que por encima de todo están las canciones, de otra galaxia, pero canciones al fin y al cabo. Una fiesta infinita entre Television, The Moldy Peaches y Gorky’s Zygotic Mynci.

Hay grupos que con su nombre dicen mucho. También los hay que hablan con sus portadas. Harrison Ford Fiesta pertenece a ambos tipos de bandas. Eso sí, hay que mirar más allá y no quedarse en el simple chiste. Con los mimbres de la chanson (de la clásica por ese timbre de voz que recuerda a Serge Gainsbourg y de la nouvelle por su cercanía a músicos como Dominique A), unas gotas de psicodelia indomable, la baja fidelidad casi como filosofía y un universo tan rico como personal, han facturado un espléndido álbum homónimo (editado por Foehn Records) que se queda corto y no solo porque incluya seis temas. Vienen de Tarragona (aunque con cantante francés) y harían buenas migas con nuestros Mr. Perfumme.

Tres canciones como un buen desayuno o un opíparo almuerzo antes de batirse en duelo o ser ajusticiado en un paredón. O como una ráfaga de aire impregnado de gasolina. O como una rebanada de letras que bailan hipnóticamente a la espera de formar parte de alguna palabra. Así suenan Las Víctimas Civiles, punto de encuentro de Héctor Arnau, los Arthur Caravan Pau Miquel Soler y Toni Blanes y el músico Rubén Marín (con las colaboraciones de Ernest Aparici, Cote y Lluís Forner). Un adelanto de lo que será su Lp «40 años de éxitos del postfranquismo español», que ya avisa de la exuberancia musical (esos aires Clash de western crespuscular de «Debajo de tu vestido», la jota-punk de «Petróleo» o la visceralidad punkoide del tema que cierra el ep), la falta de prejuicios y la riqueza de las letras del proyecto. Que tiemble la socialdemocracia con estos himnos del próximo siglo.