Kindergarten en 1999. Foto: Daniel García-Sala.

Han pasado casi dos décadas y Hola, mundo, de Kindergarten, sigue siendo ese disco inclasificable, adictivo, estimulante, que se proyecta hacia el infinito con cada canción, que fue cuando se publicó. Algo bueno, fuerte y dulce, al que el paso del tiempo no le ha afectado lo más mínimo. Pensar que su eclecticismo pudo ser un hándicap es ceguera, porque precisamente esa libertad de etiquetas se tradujo en pequeños hits (algunos marcianos, cierto) en potencia, compuestos para que todos los seres fueran felices.

Kindergarten fueron, en ese álbum, Guillermo Agramunt (batería, percusión, sintetizador, programación), Elena Garrido (voz, guitarra española, sintetizador, programación), Edu Marín (bajo, guitarra acústica y sintetizada, sintetizador, programación) y Guillermo Artés (voz, guitarra eléctrica, sintetizador, theremin, programación). Con este último recordamos aquellos días de casi finales del siglo XX.

Hola, mundo, Kindergarten (Tranquilo Niebla, 1999)


Hola, mundo
se publicó en mayo de 1999, poco más de un año después del mini álbum La Dificultad de Ser Normal. Este era nuestro Sgt. Pepper’s y Hola, mundo, el álbum blanco (al menos por los colores…). De alguna manera, los dos forman un todo y representan la mejor época de Kindergarten, la más activa, entre 1996 y 2000.

1998 fue un buen año para el grupo. Era el momento de la Explosión Naranja y tocamos en Madrid, Salamanca, Altea, Burgos,…Teloneamos a The Magnetic Fields, gracias a Tranquilo Niebla, nuestro sello y promotora. Incluimos temas en varios recopilatorios, como el Vitamina C (revista Factory). La dificultad de ser normal había tenido buena acogida, excepto una famosa crítica del Rockdelux. “Empanado trío que o no comprendo o no se sabe expresar”, resumía Nando Cruz. Esa frase la acabamos usando en la promoción del grupo. Los empanados eramos Edu Marín, Guillermo Agramunt y yo. Durante ese año, Elena Garrido (que venía de Los Magnéticos), se incorporó a Kindergarten. Con dos voces, masculina y femenina, dábamos mucho más juego.

Los cuatro empezamos a grabar el álbum en julio del 98, con mucha ilusión y funcionando como una piña. De nuevo, contamos con Dani Cardona a cargo de la grabación y coproducción en su viejo estudio de Alboraia, usando un magnetófono de 24 pistas. Tardamos seis meses en completarlo, tanto como The Wall, de Pink Floyd, cosa que nos daba risa.

Fuimos ambiciosos con el sonido dentro de nuestras posibilidades. Usamos un montón de instrumentos. Por un lado, los del rock de siempre, guitarras, bajo y batería. Por el otro, las programaciones, los samples, los secuenciadores, el theremin, incluso una guitarra sintetizada o instrumentos árabes como la darbuka o el guembri. Contamos con los vientos de la Freak Paradise y aquel día el estudio era un caos digno de los hermanos Marx. En todos los temas aparecía el Korg Prophecy, un sintetizador monofónico con sonido analógico que era muy poderoso.

Creo que los temas que ya habíamos grabado anteriormente en una maqueta suenan mejor acabados. Me refiero al blues electrónico de Algo bueno (con su toque trip-pop) o Feedback (oscuro y claustrofóbico). También Séptimo, que tiene una de las mejores letras que he escrito. Mi amigo Gilbertástico la versionó en directo por sorpresa y me emocionó mucho. Me animó a incluirla en el repertorio de Guillemka, mi aventura en solitario de 2006 a 2012.

Los temas más pop, como Bus o Sara eran los más recientes y llegamos al estudio sin haberlos rodado lo suficiente, costó bastante cuadrarlos. Sara fue un encargo para una película y la canción fue descartada finalmente. Se quedó como una especie de single de … cinco minutos, es muy pegadiza. Algunas piezas surgieron en aquellos días, como el instrumental OtanesanatOcomoPochesachoP, un homenaje al cantante de Derribos Arias, que falleció en aquella época.

Al final fueron diez temas más dos extras, que consistían en una composición para un film de animación de Pablo Llorens y una versión salvaje del famoso Como yo te amo, en una época en que no era nada cool hacer adaptaciones de música ligera. Fuimos tan ingenuos que pedimos oficialmente poder incluirla en el disco siguiendo el protocolo de la SGAE, mandando una casete. Seis meses después, con el disco ya fabricado, recibí una carta escueta en la que nos negaban el permiso. Nunca supe si fue la editorial o el autor, Manuel Alejandro, al que me imaginaba en una mansión de Somosaguas escuchándola y emitiendo un WTF en castellano castizo. Fantaseábamos con que nos secuestraban la edición y así tener un poco de publicidad, pero éramos insignificantes.

Una novedad para nosotros fue la realización de videoclips. Esquemas (synth pop), corrió a cargo de Ana Grau y Rafa Monzó (cuyas fotos de mi persona en plan Walter White decoran el álbum de Pentatronika, mi actual proyecto musical). Edu Marín se encargó de Leo B. (gamberrada death metal), homenaje al comediante Leo Bassi, que habíamos visto en directo y nos había encantado.

Tras la publicación del disco, con diseño de carpeta y libreto a cargo de Edu y Elena, hicimos las presentaciones locales de rigor. Empapelamos Valencia con carteles con nuestras caras lavándonos los dientes. Desgraciadamente, Agramunt tuvo que abandonar el grupo en octubre, ya que se trasladó a Asturias por motivos laborales. Esto nos obligó a rediseñar la banda sin batería, como un trío más electrónico, adaptando canciones y descartando aquellas que no se adaptaban al nuevo formato. Tras un pequeño parón seguimos tocando en directo y lo más reseñable fue la actuación en Los Conciertos de Radio 3.

El disco no tuvo el impacto deseado, ya no éramos novedad y no había dinero para grandes promociones. Tanto Tranquilo Niebla como nosotros hacíamos lo que podíamos. Estábamos por obligación en el mercado indie, pero no sonábamos ni a Dover ni a Los Planetas. Además, era un producto demasiado ecléctico, algo que no funciona muy bien por aquí. No nos interesaba ser de un género ni hacer revival. Como dijo una fan, hacíamos pop raro, un tanto arty.

Fuimos atrevidos y creativos, nos encantaba jugar en el estudio y en ocasiones el resultado era un tanto descabellado, con todos tomando decisiones, sin un cerebro director que ordenara aquello. Escuchando ahora el disco, me sigue gustando, aunque detecto ciertas deficiencias de interpretación y de producción.

Vicente Fabuel (Oldies) me comentó que lo nuestro hubiera funcionado mejor en los ochenta. Yo me quedo con unas palabras de la crítica que Rafa Cervera escribió para El País: “Todo aquel que necesite encarecidamente de artistas que hagan lo contrario o, por lo menos, algo diferente a las actuales tendencias de moda, amará sin remisión a los valencianos Kindergarten”.

En 2023 se cumple el 30 aniversario del nacimiento del grupo. ¿Volvemos? A fin de cuentas, todo el mundo lo hace…