Carlos Pérez de Ziriza. Foto: María Carbonell.

Las canciones nos eligen, no las elegimos nosotros. Lo afirma Carlos Pérez de Ziriza en el capítulo sobre el año 2008 y el tema The ocean, de Richard Hawley, de su libro No olvides las canciones que te salvaron la vida (Efe Eme). Una crónica sentimental y generacional que recorre, a golpe de recuerdos personales, de 1989 a 2018, con una banda sonora propia.

El periodista adopta la primera persona para guiarnos por su memoria a lo largo de casi tres décadas. La suya y la de muchos otros. De fondo, sonando, de Pixies a Yung Beef, de REM a Kate Tempest, de Whigfield a La Habitación Roja, de Los Planetas a Beyoncé. Una canción por año, muchos recuerdos, la música como asidero para entender mejor la vida, cero apariencias y, por supuesto, unas cuantas raciones de buen periodismo musical.

Tres libros en tres años. ¿Qué importancia crees que tienen en tu carrera periodística y cómo ves el formato libro para hacer periodismo en los tiempos del clickbait que vivimos?

No te sabría decir qué importancia tienen mis libros en mi carrera como periodista, si es que tienen alguna: eso lo deberían juzgar los demás. Sobre el formato libro para hacer periodismo, me parece una herramienta sólida: hay un mercado para libros musicales que está más que consolidado, aunque no sea mayoritario, ni mucho menos. En cualquier caso, creo que mi último libro ni es periodístico ni es estrictamente musical. Me dijo un amigo de la infancia hace unos días que le pareció un libro sobre la vida. Y me parece una muy buena definición.

¿Cómo concilias lo que es tu trabajo diario para distintos medios con la elaboración y redacción de un libro que necesita un grado mayor de concentración?

Bueno, se trata de buscar un hueco diario, dedicarle unas cuantas horas diarias al libro. Y el resto del tiempo dedicarlo a los demás trabajos. Hay gente que me dice que soy muy productivo, por lo que decías antes de los tres libros en tres años. Pero yo no lo veo así. Puede que a lo mejor estemos acostumbrados a que poca gente en este país se dedique al periodismo musical a jornada completa, y por eso llame la atención que alguien lo haga y además tenga su reflejo.

No olvides las canciones que te salvaron la vida está escrito en primera persona, algo nada habitual en tu carrera periodística. ¿Qué te llevó a dar ese paso? ¿En algún momento frenaste esa vena confesional y de recuerdos por pudor y te autocensuraste? ¿Cómo regulaste esa primera persona para sentirte cómodo escribiendo?

Pues sobre la marcha. No había ninguna estrategia preconcebida. Fue empezar y darme cuenta de que me sentía muy cómodo. Sin autocensuras. Obviamente, cualquiera de nosotros, en un libro de estas características, mostramos aquella parte de nosotros que queremos mostrar. Pero creo que el retrato personal que cualquiera puede extraer es muy fiel. Hay sentido del humor, hay necesidad de reírse de uno mismo (si no, sería un tostón para el lector) y hay una emotividad que fluye con mucha más desenvoltura que en cualquier artículo periodístico. Algunos lectores me han dicho que el libro consigue emocionar sin recurrir al sentimentalismo gratuito. Y eso me pone muy contento.

Llama la atención que en esos recuerdos personales evitas, casi siempre, identificar con su nombre a la gente de la que hablas. ¿Qué buscabas con ello?

Quienes no aparecen nombrados ya saben quiénes son, lo sabrán tan pronto lo lean, y sus nombres no aportarían ninguna información para el lector que no les conozca. Son importantes en mi vida por ser quienes son. Ellos lo saben. Solo me permito mencionar con sus nombres a tres personas: los tres amigos con quienes pasé casi un mes en Oxford, cuando aterricé allí solo, con 16 años. Lo hice porque he perdido todo contacto con ellos, les perdí la pista, y nombrarles sí me parecía una especie de toque de atención que con el resto de personas no necesitaba. Aunque es poco probable que lo lean. Curiosamente, unas semanas antes de la publicación del libro me encontré con una de ellas, y me alegró muchísimo. Le conté lo del libro, claro.

El libro cuenta con el subtítulo «Una crónica generacional» y hay una frase casi al principio del libro que lo define muy bien: «Con mil doscientas o mil trescientas pesetas te jugabas el todo o la nada. La gloria o la desilusión». Las nuevas tecnologías han acabado con ese vértigo ante la compra de un disco nuevo, porque prácticamente se puede escuchar todo antes de adquirirlo. Desde el punto de vista del consumidor (no del periodista), ¿qué crees que se ha perdido con ello?

Se ha perdido un poco la sensación de descubrimiento. Ese ritual, que tenía mucho de investigación voluntariosa, que nos llevaba a muchos a recorrer las tiendas de discos de una ciudad en busca de ese disco que no encontrábamos en ningún otro sitio, y que en esa época en la que aún eres adolescente, te da ese prurito (bastante ridículo, si lo piensas pasado un tiempo) de diferenciación, de singularizarte. Esa especie de peregrinaje, que en mi caso transcurría entre Radical, Amsterdam, Oldies, Harmony, Ritmo o en cualquier gran almacén. Cuando por fin encontrabas ese disco que andabas buscando, era una sensación que es imposible de describir a quien se haya educado en el actual modelo de consumo.

¿Cómo fue el proceso de preparación del libro? ¿Seleccionabas primero los recuerdos o las canciones?

Diría que las canciones, que son las que me llevaban a escoger una temática. Algunas las tenía muy claras antes de empezar. Una veinte. Las otras diez las fui definiendo conforme la redacción del libro avanzaba.

A medida que avanza el libro hay una menor presencia de los recuerdos, digamos, vivenciales. ¿Surgió de manera natural o como reacción a que a partir de determinado momento esos recuerdos se parecian mucho entre sí?

La vida de cualquiera de nosotros cambia menos entre los 35 y los 45 años que entre los 20 y los 30, por ejemplo. Suele ser así. Al menos en mi caso. Una vez te estabilizas laboral y sentimentalmente, pierdes esa sensación de la juventud de estar siempre viviendo en una montaña rusa, con tu estado de ánimo sometido a bajones y subidones. No es que tu vida sea más aburrida, es más estable. Y una segunda razón es que, conforme creces y formas una familia, sueles preocuparte más por el contexto sociocultural que te rodea, por cómo será el mundo en el que crecerán tus hijos, que por cómo te encuentras tú mismo. Si a eso le añades que esa fase de mi vida coincide con la época en la que he dedicado más tiempo a ejercer de periodista, con lo que comporta de visión hacia afuera (y no hacia adentro), pues ya lo tienes. Esa es la razón para que el contexto gane peso según el libro avanza en el tiempo. Quizá también la falta de perspectiva: es mayor con aquello que tienes más lejos. Es más fácil verte a ti mismo con 15, 20 ó 25 años, porque has ganado esa perspectiva.

Aunque es un libro en el que los recuerdos personales tienen un peso importante, también lo tiene la parte en la que hablas de música. De hecho, una de las características habituales más interesantes de tu trabajo, contextualizar el disco / artista del que hablas, tiene mucha presencia en este libro. Al hacerlo en primera persona, ¿te has permitido alguna licencia en el libro que no incluirías en una de tus colaboraciones?

Sí, claro que sí. Puede que haya exageraciones, afirmaciones que igual serían más propias de un fanzine o de una hagiografía que de un texto para un medio al uso. Está bien que así sea, es premeditado.

En el capitulo de Ready pa morir, de Yung Beef, estableces un paralelismo entre los jóvenes que escuchan ahora trap y cómo tu generación escuchaba y se relacionaba con la música. A partir de ahí, criticas al periodismo inmovilista que en lugar de intentar entenderles los trata con condescendencia y desprecio. ¿Por qué crees que ocurre eso?

Por muchas razones. Una de ellas, que el periodismo musical está tan por los suelos en este país que se está convirtiendo en un mero hobby. Y a nadie se le puede pedir que, por simple hobby, dedique tiempo a músicas que en un principio no le interesan en absoluto. Incluso cuando se publican críticas duras con algunos músicos, más de uno se rasga las vestiduras. No le ven el sentido. Como si eso no formara parte del ejercicio de la profesión.

Siguiendo con el periodismo musical, hay una frase muy demoledora y al mismo tiempo cierta, en ese mismo capítulo: «Nuestra opinión parece importar cada vez a menos gente». ¿Hacia dónde se encamina la profesión? ¿Crees que lo afirmas en esa frase puede tener algo de relación con lo que mencionábamos en la pregunta anterior (y no solo aplicado al trap, sino a los últimos años y a los sonidos que hayan podido surgir)?

Sí, claro que ocurre. Lo que escribimos interesa muy poco. Apenas tiene relevancia. Es material de consumo interno, en la mayoría de los casos. Hay un público fiel, que respeta nuestro trabajo, al que es muy de agradecer que nos sigan. Pero es tremendamente minoritario. Dedicarse al periodismo musical, o cultural (en un sentido más amplio), es una temeridad. Un ejercicio de equilibrismo poco recomendable. Y creo que no es pesimismo, es realismo. Cuando la gente que se dedica a otras profesiones se entera de lo que se cuece aquí dentro, alucinan, y con razón. Qué te voy a contar a ti. Es difícil pedirle consistencia a algo que ni siquiera tiene cimientos sólidos. Y como la mayoría de periodistas de cierto crédito ya tienen unos años, forman parte de un modelo que lo tiene muy crudo, pues es lo que hay.

Al margen de tu actividad diaria, ¿algún proyecto de futuro? ¿Otro libro?

Un libro sobre la historia de la música disco, que saldrá seguramente en la segunda mitad de este año.