Parade 01

Las canciones de Parade (Antonio Galvañ) están repletas de estrellas invitadas. Personajes de ficción, gente de carne y hueso o protagonistas nacidos en la mente del músico murciano. Su octavo disco, «Demasiado humano» (Jabalina, 2016), no es una excepción. En las once canciones, de manera más evidente o no, se puede reconocer a esos habitantes que engrandecen más, si cabe, sus composiciones.

Preguntado en estas mismas páginas por lo que tiene que tener un personaje de ficción para ser incorporado a su imaginario, Parade contestaba que «algo que me toque, que me emocione y haga saltar la chispa». Y esa máxima puede aplicarse también a los que sí existen o existieron o a los gestados en su imaginación. A lo largo de su carrera, han ido apareciendo Berlanga, Wes Anderson, La chica de rosa, Superman, Roy Batty, el Estudio Ghibli, Mazinger Z, Frankestein, Marc Modular, Bob Dylan, Eduardo Manostijeras, Stephen Hawking, Flora Rostrobruno, Bela Lugosi, Juan Metralla o Boris Karloff, por poner algunos ejemplos. La familia aumenta con su nuevo álbum.

«Traedme la cabeza de Philip K. Dick» abre el disco. Una invitación al baile desacomplejado, con aires nuevaoleros, que en el título parece lanzar un guiño al violento y fascinante western de Sam Peckinpah en el que se pedía la testa de Alfredo García y que por encima de todo rinde homenaje al escritor de ciencia ficción Philip K. Dick. Mundos paralelos, conspiraciones, historia contrafactual e Issac Asimov en el último verso.

Prosigue el álbum con «Láser», canción que fue single de adelanto, un hit potencial de la pista de baile del programa de televisión Aplauso, con José Luis Fradejas luciendo camal ancho. Una desvergonzada letra, unas melodías pegajosas y como bien apuntan en la nota de prensa, aires a lo Matia Bazar. Si estos le cantaban, metafóricamente y como un estado vital a los electrochoques, Parade lo hace al láser.

En «Carterista de tanatorio» todo remite al universo de Rafael Azcona y Luis García Berlanga. Por su letra podrían desfilar toda la pléyade de sus repartos. El papel protagonista parece escrito para Cassen, que estaría bien secundado en la trama por José Luis López Vázquez, José Isbert, Emma Penella, Manuel Alexandre, Jose María Caffarel y Laly Soldevila. La música de esta película imposible, curiosamente, podría haberla firmado otro Berlanga, Carlos.

En el siguiente tema la familia crece con un apellido ilustre. «Johnny Ramone, agente de la KGB» o cómo convertir a un fan fatal de Ronald Reagan en un espía comunista en menos de tres minutos, saludando por el camino a los Prefab Sprout. Politburó punk-pop. Justo después llega «Demasiado humano», posiblemente el pasaje menos personalizado, pero a su vez en el que se reflejan todos esos seres que han ido salpicando la discografía de Parade. Desde aquel Don Ricardo que paseaba por Rainbows Avenue hasta el veinteañero del «Primer contacto», pasando por El Último Hombre Vivo.

En «Guerreros» hay Bronx, los Hurricanes, los Riffs, los Hi Hats, los Baseball Furies, la acusación injusta de un crimen, más pandillas, el metro de Nueva York, Coney Island,… en definitiva «The Warriors«, la película de 1979 de Walter Hill que marcó a toda una generación, junto a «The Wanderers» (Philip Kaufman) del mismo año. En la canción, el músico murciano recrea una línea de «Nowhere to run», el tema de Holland-Dozier-Holland, que popularizaron Martha and the Vandellas y que en la banda sonora del film interpreta Arnold McCuller.

«Caballero del Tuntún» es un título que firmarían las mismísimas Vainica Doble. Dentro, la miga, nos retrotae a esas historias infantiles que no dejan de despegar del mundo adulto. Entre la seguridad de lo primero y la excitación que produce el desconocimiento de lo segundo. Como cuando Mª Luisa Seco, Gloria Fuertes o La Mansión de los Plaff se asomaban a nuestros televisores.

La realidad más palpable acapara las estrofas de «Cementerio nuclear en la pequeña ciudad». Con el espíritu de Aviador Dro, Parade traza un significativo perfil de la situación vivida en nuestro país en los últimos años. Una realidad que no tiene nada que ver con la ciencia ficción y que retrata con precisión cuando dice que al concejal de urbanismo el plutonio le da lo mismo y solo quiere un horizonte creciente de grúas otra vez.

No, «La novia del motorista fantasma» no tiene nada que ver con Nicholas Cage y su inverosímil pelo. Aunque sí con otra cabellera estrambótica. La de Phil Spector. Más concretamente con su famoso muro de sonido que marcó grabaciones de The Ronettes, Ike and Tina Turner, The Beach Boys y hasta los Ramones. Cualquier amante del pop sabe de su importancia en la historia de la música y Parade lo es.

«Este género divino, esta música excelente, / que es la música del pueblo con la que baila la gente, / tiene un gran problema amigos tiene un serio inconveniente / exige tantas energías que la salud se nos resiente», cantaba Gato Pérez en «Se fuerza la máquina». «El ritmo escarlata / lo bailan los señores / Esos que ayer decían / que era un baile para pobres (…) Yo caigo de rodillas  / Me pongo a cuatro patas / Se me infarta el corazón / Con el ritmo escarlata. / Es un asalto a mano armada / Es tan dulce el dolor que da el ritmo escarlata», canta Parade en «El ritmo escarlata». El músico murciano siempre ha mostrado su fascinación por «los antiguos bailes populares, los pasodobles y chachachás». Ahora, también, por la rumba.

El canibalismo no es la primera vez que asoma por las letras de Parade. Ahí están «Niño zombi» o «Flora Rostrobuno» como magníficos ejemplos. En «Bizcochos» reaparece, pero siempre con esa mezcla de inquietud e inocencia, que tanto debe a Mark Tatulli, Tim Burton o Edward Gorey, que no se sabe bien si huir despavoridos o abrazar a sus protagonistas. Seguramente lo segundo, porque los amigos de Parade son nuestrso amigos.