Ela Vin. Foto: Miguel de la Rubia.

Ela Vin es teclista aunque no toca el teclado. Lo suyo son las teclas de las emociones y para ello se sirve del pop pizpireto y sencillo que no simple, del folk que acaricia y mece, de las melodías que te soplan al oído y hasta de ritmos pirandones que invitan al baile. Tiene dos ep’s bien nutritivos (Solitoria y Danzantes) y estos son sus discos favoritos.

Rubber Soul (The Beatles, 1965)

Fui la segunda hija de cuatro hermanos y, por circunstancias vitales, la mayor de todos. Mi llegada al mundo fue, más que esperada, deseada. Me dormí muchas veces en los brazos de mi padre al son de la la música de The Beatles para su disfrute y supongo que también para el mío. Cosa que con mi hermano pequeño no debió funcionar, porque se pasó sus dos primeros años de vida llorando mientras el resto de la casa y parte del vecindario rogaban a Morfeo para que lo atrapara en sus sueños y así garantizar el descanso de todos, al menos por una noche. Es algo anecdótico pero muy significativo porque es la banda sonora de nuestra infancia, gracias a mi padre, y así nos lo transmitió. Las cintas de casete de The Beatles no faltaban en el coche y en casa, sonando a diario, formando parte del paisaje sonoro del hogar. Hablar de un disco me resulta raro porque creo que tengo gran parte de su discografía en mi disco duro, aunque no sepa ordenarla en los cajones adecuados. He escogido Rubber Soul porque, a pesar de que hay infinidad de canciones que me fascinan de otros discos, este es uno de los que tengo grabado en mi memoria casi por el orden de cada canción. De este disco destaco Drive My Car, The World o Run for Your Live. Mucho tiempo después quise devolver a mis padres parte de su juventud y, junto con mis hermanos, organicé una fiesta con el gran colofón de una banda de versiones de The Beatles. Mi padre nunca pudo verlos en vivo porque mi abuela no le dejó ir a Madrid allá por 1965… Así que, bueno, fue bonito estar bailando mientras recorríamos sus grandes éxitos entre familiares y amigos.

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Preludio a la siesta de un fauno (Claude Debussy, 1894)

Hablar de un compositor clásico no es hablar de un disco, sino de su obra. Por mi formación musical, durante muchos años estudié, interpreté y escuché mucha música clásica. Esto me supuso estar alejada de las tendencias musicales de mi primera juventud, lo reconozco, y muy abstraída en las obras de los grandes compositores de la historia de la música clásica y contemporánea. Preludio a la siesta de un fauno es un poema sinfónico de Claude Debussy, compositor impresionista por excelencia. Lo destaco, obviamente, por mi gusto hacia su obra, hacia el estilo musical en sí -que comparte con Maurice Ravel, Erik Satie o Manuel de Falla entre otros- y porque considero importante esta etapa en mi formación y desarrollo musical. Es en el impresionismo musical donde se enmarca la figura de Debussy, estilo que nace en Francia a finales del XIX y que tiene su origen en el impresionismo pictórico. Los compositores impresionistas trataban de emular lo que en pintura trataron de hacer sus contemporáneos como Monet, Degas o Cézanne: captar la luz, el instante, más allá de las formas, con pinceladas poco precisas generando paisajes con la intencionalidad de provocar una impresión. En música, los colores y las formas son sustituidos por la paleta tímbrica que el compositor quiere utilizar para evocar paisajes sonoros. Tanto la forma musical como la melodía se expanden y desdibujan para generar una atmósfera. El tempo, las armonías y cadencias son imprecisas, de modo que todo induce, de manera casi hipnótica, a adentrarse en la composición. Esta obra representa muy bien el estilo y asienta sus bases.

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Salitre 48 (Quique González, 2001)

“Crece la hierba en el primer cajón, de la estación de primavera, hoy no se esperan besos a traición y ruido de ventanas abiertas. Arde una estrella entre nosotros dos, que no me deja estar tan cerca…” (Crece la hierba). Salitre 48 es, para mí, el aire fresco que entra por la ventanilla del coche y te golpea en la cara, es el verano, la brisa del mar… Pero, sobre todo, representa una etapa de mi vida. Descubrí a Quique Gonzalez hace como doce años, tal vez más, porque por aquel entonces escuchaba mucho a Enrique Bunbury. En Ajuste de cuentas hacía un tema con él: Pequeño Rock & Roll, así que empecé a tirar del hilo y me adentré en su discografía hasta casi convertirme en una groupie total. Tanto es así que tengo un hecho curioso que contar sobre esto y que cualquier fan hubiera querido vivir. Pero esa noche me tocó a mí. Fui al concierto de sus diez años de carrera musical en la Roxy -si es que entonces se llamaba así, ha cambiado tantas veces de nombre que es difícil acordarse- hace ya por lo menos diez años. No sé cómo lo hicimos, pero con el subidón del concierto nos vinimos arriba y le echamos cara. Acabamos en el camerino con los backliners, Quique González y toda la banda; entre ellos, Carlos Raya, que en ese concierto tocó el pedal steel (instrumento del que me enamoré automáticamente). También estaba Carlos Tarque, y yo, ojiplática, pero disimulando la emoción, conversando del concierto y acabando de juerga en el sitio donde durante mucho tiempo acababan sus noches. Fue un momento muy grande, al igual que la resaca del día siguiente: esa sí fue grande.

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Canciones Inexplicables (2001 – 2007) (Nacho Vegas, 2008)

Aunque no es un disco es sí mismo, ya que se trata de una recopilación de canciones enmarcadas en este periodo, lo he escogido porque me gusta mucho esta compilación del artista. Hasta Cajas de música difíciles de parar tengo todos sus discos. Hubo una época en que escuchaba mucho a Nacho Vegas, pero reconozco que necesité varias escuchas hasta engancharme a su música, lo cual considero que siempre es una garantía. Para mí es un gran letrista con una profundidad extrema. Supongo que en una época conectaba mucho conmigo, aunque he de reconocer que según el estado de ánimo hay que dosificar su escucha. Ocho y medio es una de mis canciones favoritas. Lo descubrí por El tiempo de las cerezas, disco que tiene junto a Enrique Bunbury.


On Tour (Yann Tiersen, 2006)

No me considero mitómana, pero si por alguien tengo debilidad ese es Yann Tiersen. On Tour es el disco de la gira que hizo hace ya más de una década. Descubrí a este compositor y multiinstrumentista francés por las bandas sonoras de Amélie y Good Bye, Lenin! que le supondrian el reconocimiento del público a nivel mundial. Su paleta tímbrica, eclecticismo y versatilidad son admirables, al menos para mí. De este disco me quedo con un tema instrumental, muy minimalista: Esther. Para mí es el claro ejemplo de que en la sencillez reside la belleza y no puedo evitar que algo en él me evoque al impresionismo musical francés, aunque esto sea un atrevimiento por mi parte.

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Las 30 grandes de Chavela Vargas (Chavela Vargas, 2012)

Creo que hablar de un disco de Chavela Vargas es reducir su extenso repertorio, sobre todo porque cada tema que interpretaba lo hacía de una manera tan vívida e intensa que representaba un todo en sí mismo del que es difícil sobreponerse. Supongo que a quien le apasione Chavela coincidirá conmigo un poco. Su fuerza y su lucha, su historia, su desgarradora manera de cantar, su voz y cómo lo amalgamaba todo para convertirlo en la expresión del llanto de su alma resultan, para mí, sobrecogedoras. Yo, como tantos otros, la descubrí gracias a Almodóvar y las bandas sonoras de sus películas. Era muy joven como para acordarme de su resurgir en España gracias al cineasta, más allá de sus bandas sonoras; eso lo he sabido mucho después. Pero sin duda fue por estas que me adentré en ella hasta calarme hondo. Difícil no hacerlo. Como es sabido interpretó las canciones de otros compositores, pero sin duda las hizo suyas. De esta colección de canciones me quedo con Las simples cosas, escrita por el poeta mendocino Armando Tejada Gómez, y con música de Julio César Isella, cantante y autor de música folklórica argentina. Sé que hay otras versiones de este tema, pero para mí no hay ninguna que la supere. Chavela Vargas fue y siempre será, mucha Chavela.

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Musas: Vol.1 (Natalia Lafourcade y Los Macorinos, 2017)

Descubrí a Natalia Lafourcade hace como tres años por su disco Hasta la Raíz, título, además, de la canción que abre el álbum. Este tema tiene un significado especial que guardo en lo más hondo de mí con absoluto recelo. Pero me enamoré absolutamente con Musas. Creo que la producción es excelente y la aportación de Miguel Peña y Juan Carlos Allende (Los Macorinos, guitarristas que acompañaron a Chavela Vargas durante su último periodo musical) en este disco, homenaje al folklore latinoamericano, es una caricia para los sentidos. Ellos conversan en el lenguaje universal, se pasean y acarician cada nota con sus guitarras, mientras Natalia ejerce de moderadora con una interpretación y voz realmente exquisitas. La sensibilidad, cercanía y musicalidad de este disco me conmueven. Soledad y el mar es mi canción favorita.

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Zona temporalmente autónoma (Los Planetas, 2017)

Reconozco que nunca he seguido de cerca a Los Planetas, a pesar de su larga trayectoria y de ser un referente del indie español. Pero con este disco me “crucé”. Supongo que muchas veces, y a pesar de todo, cierto tipo de música -ciertos artistas- pasan desapercibidos y, de repente, das con ellos y dices, ¿pero cómo es posible? Supongo que algo así me sucedió con ellos. Algo me conectó con este disco, a veces tan solo se trata de una conexión emocional. Recuerdo que lo compré para irme de vacaciones el verano pasado al sur. El destino quiso que se quedara por allí porque no lo encuentro por ninguna parte. Se debió caer de mi coche después de tanta carretera y tantos kilómetros.

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