Foto: Eva HM.

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Si bien en su anterior disco, “Reflexiones” (2012), Manolo Tarancón empezó a despegarse de la herencia anglosajona propia del rock, bañando (con acierto) sus composiciones de aires más mediterráneos, es en su nuevo disco, “Historías mínimas”, donde esa decisión adquiere mayor protagonismo. Eso sí, sin que el viraje alcance las dimensiones de los últimos trabajos de Xoel López (que colabora en un tema), sin que cierre definitivanente la carpeta norteamericana o sin que Townes Van Zandt le deje de acompañar en la intimidad. Adaptando ese imaginario clásico a su estilo propio y a su manera de facturar estupendas canciones cargadas de sentimientos.

Han pasado varios meses de la publicación de «Historias mínimas». Si lo escuchas ahora, ¿estás satisfecho con el resultado?

Es el disco más trabajado y pensado de todos. Estuvimos casi dos años desde que comenzamos a grabarlo, y del que más seguro estoy en ese sentido.

Acabaste muy desilusionado por la repercusión que tuvo tu anterior disco, «Reflexiones», hasta el punto de que diste un paso al lado y te centraste en una aventura musical paralela, Reno. ¿En qué medida esa experiencia se refleja en «Historias mínimas»? Sin haber existido Reno, ¿este álbum sería distinto?

Es una buena pregunta. Ya desde hacía tiempo tenía la idea en la cabeza de una banda paralela que pudiera satisfacer mi faceta más eléctrica, y en eso se convirtió Reno de una forma muy natural. Mis discos anteriores a «Historias mínimas» siempre incluían una canción más cruda y eléctrica que se podía salir del eje conductor que supone el todo de un disco. Era el caso de «Música fácil» en «Imperfectos», «Se me fue de las manos» en «Reflexiones» o «Playas de Natal» en «Más allá de uno mismo». Digamos que con Reno he conseguido colocar en cada proyecto lo que me pide el cuerpo, y precisamente por eso «Historias mínimas» es más cristalino y acústico.

Estando en Reno si se te preguntaba por un nuevo disco como Manolo Tarancón, inclusos dudabas si saldría en formato físico. ¿Tan grande era tu desencanto entonces?

La verdad es que sí, sobre todo en cuanto a todo el trabajo previo. Con Reno era un 25% de un proyecto y podíamos dividir funciones. En mi caso se me hacía más cuesta arriba plantear un nuevo disco con todo lo que ello conlleva, y fueron dos buenos amigos los que más me alentaron a ponerme en marcha. Ellos dos y Carlos Soler, que solo me puso facilidades y con quien contaba los días para volver a trabajar juntos. Más que desencanto fue una sensación de no querer hacerlo solo. No me apetecía.

Recurriste a una campaña de crowdfunding para su edición y superaste el dinero solicitado. ¿Fue una manera de recoger el fruto de todos los esfuerzos e inversiones económicas realizadas durante tantos años?

Pues creo que sí. De hecho, y lo digo de corazón, no me lo esperaba. Hubo gente que me animaba a hacerlo pero nunca lo vi como algo que pudiera salir adelante. Uno piensa que es muy fácil darle a un «like» en Facebook o hacer un retuit, pero cuando se trata de poner dinero, la cosa cambia. Y mi sorpresa fue que el primer día me sentí feliz y desbordado. Fue como verle sentido a todo esto después de tanto tiempo.

No deja de ser curioso que los sellos no se arriesguen a editar discos que, después, cuentan con el apoyo previo del público, que al fin y al cabo es  a quien va dirigido. ¿Qué opinión tienes de que los músicos tengan que recurrir a estas opciones para editar un disco?

Bueno, los sellos son en parte los que nos han metido en esta crisis y los que no están sabiendo salir de ella, aunque la labor que hacen es fundamental y muchas veces uno mismo no puede asumirla. En ese sentido, con el paso del tiempo, valoras mucho más ese trabajo de campo que les corresponde. El criterio de las multinacionales es el que es, y las pequeñas independientes van a por un producto muy claro que les acota mucho más la amplitud de miras. Si no van a ofrecerte buenas contraprestaciones, lo ideal es hacérselo uno mismo, como ha sido el caso, aunque es cierto que en cuanto a distribución y otras cosas no se ha podido llegar tanto como si hubiera un sello detrás. Me gusta tener el control del precio final, de los plazos, esas cosas. Yo creo que el crowdfunding es una gran ayuda para los que somos y nos consideramos independientes. A través de las redes llegamos a nuestro público directo que al final lo que hace es confiar en la calidad y comprar previamente el disco sin haberlo escuchado. Me parece una herramienta genial.

«Historias mínimas» comparte título con una película de Carlos Sorín. No es el único guiño cinéfilo del disco. ¿Te aporta algo el cine desde el punto de vista compositivo, al contar historias?

El cine es mi otra gran pasión. Podría decirte que incluso a veces supera a la música, aunque en general los pondría en el mismo escalón. Son intencionados todos ellos. «Historias mínimas» es una de las películas más bonitas que he visto. Un claro ejemplo de cine costumbrista. Y soy muy fan de todo lo que hace Sorín. Ojalá alguna vez pueda componer una banda sonora para una película. Ya lo hice en un cortometraje y fue una experiencia genial.

Con «Reflexiones» empezaste a mirar hacia otras sonoridades más allá del rock, folk, americana, con temas como “Buenos tiempos”, “Más de mil manías” o “Capri”, la versión de Hervé Vilard. En «Historias mínimas» esto se hace más evidente, con aires más mediterráneos, europeos o latinos. ¿Ha sido intencionado? ¿Crees que a medida que nos hacemos mayores tenemos menos prejuicios y buscamos también la cercanía sonora en nuestras raíces?

Sí, eso creo. Y la experiencia te hace virar hacia otras sonoridades y géneros. A veces son sencillamente fases. Cayó en mis manos hace un par de veranos un disco doble en castellano de Adamo (sí, de Adamo), y me interesé mucho por sus canciones y su composición. Dicen que en «Casa vacía» canto como Julio Iglesias, y es posible, aunque no es del todo intencionado. No es que sea un referente para mí, pero de alguna manera ahí está. Digamos que mis composiciones, a nivel de letra, son algo más positivas que en discos anteriores, y eso también repercute de alguna manera en la composición.

Te atreves, incluso, con un vals.

Sí, aunque si tuviera que enumerarlas, creo que he compuesto más canciones en 3×4 (patrón del vals) que en 4×4.

Foto: Eva H.M.

Foto: Eva HM.

Llama la atención que las canciones de corte más rockero suenan muy limpias, sin necesidad de guitarras aguerridas para conseguir intensidad. ¿Eso se consigue gracias a una composición muy trabajada? ¿En qué medida influyó en esta decisión de un folk más calmado la antítesis vivida con Reno?

Eso es. Tenía claro que, por ejemplo, en «Balas perdidas», quería que la batería fuera sencilla, minimalista y limpia, pero que el corte no dejara de emanar rock. Con Reno ya satisfacía toda mi vena eléctrica más sucia en cuanto a sonido. Es como esas grabaciones de Dr. Feelgood que suenan potentes pero a la vez la batería y el bajo son limpios y cristalinos. Y por ahí iban los tiros.

Es el disco en el que se te ve más cómodo cantando.

Sí, porque he cantado como me apetecía. También es el primer disco en el que decido en la producción, y he hecho lo que me ha apetecido en cada tema.

El álbum arranca con uno de los hits del mismo, «Casa vacía», un tema que pese a su letra, musicalmente suena muy luminoso. Y se cierra con «Frío», un tema muy oscuro y que recuerda (sobre todo en tu forma de cantar) a algunos intérpretes melódicos como Camilo Sesto o Pablo Abraira. ¿Buscabas ese contraste como inicio y fin del disco?

Me gusta cerrar los discos con temas densos y profundos, y «Frío» la verdad es que no encajaba en el tracklist como tema de transición. Enseguida nos dimos cuenta de que era el tema de cierre. El hecho de que solo haya un piano, y ni siquiera haciendo notas cortas facilitaba arriesgar más con el tratamiento de la voz y así lo hicimos.

En la mencionada «Casa vacía» aparece la primera de las colaboraciones del disco. Se trata de Xoel López. La canción no la grabastéis juntos. Siendo así, ¿qué sentido tiene que colabore?

Hicimos lo posible porque viniera. Para mí lo importante fue cómo Xoel acogió la canción y cómo le entusiasmó el hecho de colaborar. Ya en el Monkey Week de hace unos años, donde coincidimos, se prestó a colaborar. A mí me hace una ilusión especial escuchar la voz del que para mí es uno de mis músicos de cabecera en uno de mis temas. Además, pensábamos los dos que era la ideal para él. Al final es lo que queda. La gente no se queda con el proceso, sino con ese tema que ya es perenne y que siempre estará ahí, cantado por los dos.

Mikel Erentxun participa en «Cosas que nunca te dije». ¿Cómo surgió la colaboración?

A Mikel lo conocí en Valencia en la Sala Matisse cuando presentaba «24 Golpes». Nos intercambiamos los discos y mantuvimos ligeramente el contacto. Cuando tenía muy clara «Cosas que nunca te dije» pensaba que era el ideal para esa colaboración, le gustó mucho y me dijo enseguida que sí. Hizo auténticos malabarismos para plantarse desde Cádiz, un 22 de agosto, en Valencia, y siempre le estaré muy agradecido.

¿Crees que el gran «delito» de Erentxun fue vender muchos discos con Duncan Dhu?

(Risas). A mí me gustaban mucho Duncan Dhu, sobre todo los primeros discos, y creía que combinaban a la perfección Diego y él.  Ahora vende muchos menos discos, y a mí me gusta más ahora, pero claro, eso ya es cuestión de gustos.

El tridente de colaboradores lo completa Fabián en «Volverán», con quien compartes proyecto de sello discográfico, La Viejita Música. ¿Al margen de por cuestiones musicales, su presencia tiene algo de reivindicarle?

Podría decirte que es otro de mis referentes de la música en castellano de hoy, al margen de que seamos muy amigos. Para mí es enorme que esté, y ya hace años que buscaba que dejara su voz en uno de mis temas, pero tenía que ser el tema adecuado y era este. Habla de los altibajos, de las zancadillas y de las cosas buenas que tiene esto de la música, fuera de lo que es puramente musical, todo el entorno. Y qué mejor que un gran compañero de batalla como él, al que admiro, para  cantarla conmigo. Fabián debería de estar mucho más arriba, pero el marketing manda. Y sin dinero, no hay marketing.

¿Qué aportó el productor Carlos Soler al disco?

Pues mucho, aunque considero que es un disco co-producido conmigo al 50%. Carlos y yo nos entendemos, el objetivo, aunque parezca una frase hecha, era pasarlo bien y así lo hicimos. Es un gran músico y productor y a él le debo la paciencia, el saber conectar con el sonido que buscaba y los cientos de arreglos que ha aportado.

¿Por qué piensas que su disco como Damien Lott no tuvo continuidad?

Tiene mucho trabajo como productor y creo que eso hace que no puedas tener todo el tiempo que quisieras para lo tuyo. He podido escuchar canciones de un futuro segundo disco y solo puedo decir que son estupendas, ojalá las edite. ¡El mundo necesita a Damien Lott!

En varias ocasiones has declarado que siempre te has sentido fuera de la escena local. ¿Sigue siendo así? ¿Cómo ves la escena valenciana? ¿Nunca tuviste la tentación de dejar Valencia?

Sí, siempre me he sentido fuera porque siempre he ido muy a la mía, soy más bien introvertido y me cuesta a veces relacionarme sin más. El género de autor no creo que esté del todo reflejado y presente en los medios locales ni en los garitos de conciertos, y el indie me interesa cuando es de una mínima calidad. Creo que Valencia ha dejado bandas muy importantes en otras décadas, y sí creo que hubo una escena, allá por los 90. Lo de ahora no lo llamaría escena, porque para que se de una escena tienen que confluir varios factores. Por un lado bandas, que las hay. Por otro, salas dispuestas a darles cabida, que no hay suficientes. Y por último público afín y habitual, que no lo hay. La gente apoya lo que quiere ver pero por norma no tiene curiosidad por lo desconocido. Tampoco hay apoyo entre músicos, aunque se diga que sí. Sí es una ciudad muy endogámica.

Cantas en algunas canciones: «La casa cayó  / no son tiempos de volver a empezar» (en «Cosas que nunca te dije» ), «¿Cuántos hechos pasados podemos obviar sin llegar a olvidar?» (en «Balas perdidas») / «No hay que acusar, no hay malos ni buenos ni culpas que echar» (en «Como una sombra»), «Ya no estoy bien ni siquiera conmigo» (en «Frío»). ¿Son meros ejercicios compositivos o hay que buscar otra lectura?

Yo nunca he tenido demasiada fe en el ser humano ni demasiada esperanza. Y no me considero pesimista sino realista. Hay muchas cosas buenas que hay que aprovechar, pero también somos capaces de lo peor, para con los demás y muchas veces incluso con la gente que queremos. El ser humano es tendente a hacer daño, y por eso no creo demasiado. Así que si se buscan otras lecturas, por ahí pueden ir los tiros. De todos modos, me gustan mucho los ejercicios compositivos.