Juanjo Frontera, Alberto Montero, Gonzalo Fuster y Paco Tamarit son buenos mozos, guapos y galantes, de noble condición y con un gran corazón. También son músicos, con proyectos personales propios, y uno conjunto, Guru Zakun Kinkones. En él, homenajean a Vainica Doble, el inclasificable y mágico dúo musical que formaron Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja. Para saber qué es lo que les ha hecho caer bajo su influencia, les pedimos a cada uno de ellos que elijan una canción del repertorio de Vainica Doble

Juanjo Frontera: El duelo

¿Hacia dónde mirar, cuando se trata de las Vainica? Quiero decir, ¿cuál era realmente su fuerte, las letras o la música? Normalmente cuando hablamos de cualquier artista sabemos que sobresale claramente en una de esas dos facetas básicas que tiene el pop, pero la formación clásica, tanto lírica como musical, de Carmen y Gloria, las hacía estar a galaxias de cualquier otro en esas dos disciplinas. Eran capaces de emplear toda la magnitud y riqueza del lenguaje y literatura españoles en unos textos demoledores que, empleando el foco de la inocencia (aunque no siempre era así), podían ensartar tu corazón de parte a parte y -al mismo tiempo- arroparlos con unas estructuras melódicas y armonías imposibles para cualquier otro ser humano. Ejemplos habría un montón, se me ocurren Pájaro phatwo, Agáchate que te pierdes, Pasos en falso, Un metro cuadrado, no sé… pero creo que donde más profundo cavaron fue en el disco que, sin ser mi favorito de ellas, sí que contiene sus letras más oscuras y demoledoras, que tienden a ser mis favoritas. Estoy hablando de El tigre del Guadarrama, cuya canción titular bien merece toda una carrera musical, pero también contiene El rey de la casa, Cartas de amor o la desoladora El duelo, que probablemente sea mi canción predilecta de ellas y es, por tanto, mi elegida aquí. Cuanto más tétricas son sus letras, más me gustan y esta probablemente sea el colmo de su oscuridad. Lo que se narra aquí es ese momento tan putrefacto, banal e inhumanamente práctico de repartir o tirar las posesiones de un muerto. Ese «bueno, ahora que hemos enterrado al abuelo habrá que ir a vaciar la casa para ponerla a la venta». Hay algo muy triturador en cómo adoptamos actitudes pragmáticas con los sueños, las alegrías y los amores de una vida, representados en las posesiones de quien se ha ido. Las Vainica aquí consiguen fotografiar a la perfección una de esas estampas habituales en cualquier familia que todos, valientes hipócritas, preferimos sepultar en el olvido o ignorar. Cómo nos convertimos en aves de rapiña, buscando los objetos de valor y abandonando la memoria, tal como ellas, con inhabitual saña, retratan: «riñen por la cruz de plata de una común bisabuela y tiran a la basura sus juguetes de hojalata, sus ingenuas acuarelas…se deshacen con soltura de las cosas más baratas y tiran a la basura su disco de la Traviata». Esto último es lo máximo, aquí siempre lloro…Y encima todo esto viene rebozado con el perfecto acompañamiento musical: un efecto de campanas que sobrevuela la melodía, casi medieval y unos golpes de batería solemnes, a modo de marcha fúnebre. El efecto es perfecto, absolutamente demoledor, devastador. Nadie, NADIE, y esto lo digo completamente en serio, ha conseguido emocionarme de esta manera, ya sea musicalmente hablando o en cualquier otra manifestación artística. Por eso eran tan especiales, tan únicas. No podemos jugar a incluirlas en el mundo del pop ni a compararlas con otros artistas, ellas juegan en otra liga. Son una obra de arte en sí mismas. Las Meninas, el Guernica, Las Vainica,…

Alberto Montero: Caramelo de limón

Intento escribir este texto y me viene a la cabeza aquello que decía Wittgenstein de «de lo que no se puede hablar es mejor callarse». O esa otra frase de Zappa que comparaba a escribir sobre música con bailar sobre arquitectura. Y es que, ¿cómo describir en palabras los primeros rayos de sol de la mañana, el olor a leña quemada o una canción de Vainica Doble? No me queda otra que empezar a escribir asumiendo el fracaso. Sabiendo que el resultado final no se va a acercar ni a los tobillos del Coloso de Rodas de emoción que provocan sus canciones.

Mi primer contacto con las Vainica fue gracias a Juan Pedro Parras «Greyhead». Debió de ser por el año 2005, creo. Acabábamos de grabar el primer disco de Shake y nos pasó el Heliotropo a toda la banda. Fue un disco que en general me gustó, sobre todo ese Réquiem para un amigo, pero que visto ahora en perspectiva creo que no lo valoré suficiente.

Todos los que amamos con locura a las Vainica hemos accedido a ese amor incondicional de forma abrupta, sin verlo venir. Como un golpe de remo o un chaparrón (del mes de abril) repentino sin lugar donde cobijarse. Ese momento lo viví con Caramelo de limón. Ese inicio a lo Piper At The Gates Of Dawn ya me hizo levantar las orejas como un perrillo al olor de la carne, pero es que lo que vino después… Ese ritmo tan sincopado, tan medieval. Esas dos voces armonizando. Pero, ¿que estaba pasando ahí? Un rayo descendió y abrió mi cabeza en dos, de la cual empezó a manar mermelada de ciruelas, chantillí y hasta los bosques de castaños que siempre yo soñé. No entendía cómo se podía hilvanar con tanta pericia a Syd Barrett con Tomas Luis de Victoria mediante un arco iris sin fin de imágenes que parecen sacadas de una triste fábula de Hans Christian Andersen.

A partir de ahí el misterio de las Vainica Doble me fue revelado, lo que no se puede expresar en palabras fue entendido. Y pobre del que todavía no ha encontrado este tesoro.

Gonzalo Fuster: El tigre de Guadarrama

¿Qué es esto? ¿Por qué he sido elegido? Porque Vainica Doble te escoge, no lo dudo. Tú no tienes nada que hacer por ellas.

Pero voy a hablar de mí: El Ser Humano es un 70% Vainica Doble. El otro 30% de organismos importantísimos, de Cremona, Baltimore o Poble Sec, no se sostiene sin Carmen y Gloria.

He perdido el juicio con ellas, estoy cautivo por haber traspasado, de un salto felino, el seto para caer en su infinito metro cuadrado de tierra. Y todo empezó con el disco El Tigre de Guadarrama. Fue el primer disco de Vainica que tuve entre mis oídos. Un disco de producción incómoda y unas canciones dispares pero excepcionales, con chistes como “Vete tuno, no te quiero, vete, vuélvete a tu siglo XVII” e inteligentes y profundos repasos a la estupidez humana, tipo… “al padre escandaliza por dejarse una melena, le mete una paliza y le castiga sin la cena… y le llama nena”.

Pero llega ELLA. El disco se cierra con una extraña canción de seis minutos, de texto surrealista y sobresaliente flirteo Chopiniano. No encaja con nada del disco, ni de los discos, no encaja con la historia de la música en sí misma. La canción El tigre de Guadarrama te pulsa acupuntúricamente, seda, sudas, jadeas, lloras, pero ahí permaneces mirándola. Es como tu gran amor (es mi gran amor).

En mi caso, ya descanso en un panteón junto a ella, coronado por unas bellas esculturas clásicas besándose. Porque esta canción va sobre la muerte, y no he encontrado en mi vida una narración más evocadora, dolorosa y acertada que la música que acompaña a estas líneas:

“El Tigre del Guadarrama
Silencioso y a paso lento, lento
Se acercó hasta mí
Husmeando el viento
Y bebió de la corriente en mi cama
En reposo, suavemente
Y luego se alejó, con sumo tiento,
Blandas zarpas de algodón en rama
Yo no le vi 
pero sentí su aliento”.

Yo puedo contar lo que siento con ella, pero no sé describirla ni juzgarla. Al fin y al cabo es mi mujer y es mi amante. Y yo solo soy su oyente.

Paco Tamarit: Un metro cuadrado

https://youtu.be/rCkcEQ6WgcQ

Hace muchos años tuve un sueño rarísimo y fue tan revelador que hasta le puse nombre: El jardín de las Vainicas. Me hallaba en una especie de parque temático ubicado en un jardín inmenso donde el grupo de turistas-visitantes recorríamos un itinerario en que podía verse la trayectoria del dúo, portadas de discos, actuaciones en televisión, fotografías, etc… El “plato fuerte” era al final de la tarde, ya cuando por la luz no se sabía si era de día o de noche, bajo unas ruinas entre fuentes de piedra y estatuas erosionadas por la lluvia estaban ellas, Carmen y Gloria, sentadas con los ojos cerrados sobre la hierba en posición de loto. Su aspecto era el del 70, muy hippy todo. Se oía una especie de zumbido psicodélico. Entonces el guía nos decía con un hilito de voz “Por favor, no hagan nada de ruido. El ácido está a punto de hacerles efecto. En breves momentos empezarán a ser ustedes visibles para ellas. Hasta entonces, por favor, no hablen ni hagan ningún movimiento brusco…”. Me quedé mirándolas fijamente. Me resultó muy excitante pensar que en muy poco tiempo iba a convertirme en una alucinación de mis artistas favoritas. Y así fue. Carmen comenzó a abrir los ojos. Todavía los tenía entreabiertos cuando a Gloria se le empezaron a abrir también. Miraron a su alrededor y cuando cobraron consciencia de lo que les pasaba, el zumbido cesó súbitamente, sonrieron “de oreja a oreja” y empezaron a sonar las primeras voces de Un metro cuadrado. El tiempo se detuvo durante toda la canción y justo en el “de pie o de cabeza” final me desperté. Arrebatado y con el corazón aún encogido corrí a escuchar la canción y fue como revivir el sueño.

No voy a ponerme a analizar ni a tratar de demostrar nada. Es inútil. Sólo sé que se sigue parando el tiempo cuando suena. Que cuando empieza el verso “que la gente sepa” y entra el bajo, se me pone un nudo en la garganta que ya no puedo controlar hasta que acaba. Hasta que vuelvo a despertarme.

 

Guru Zakun Kinkones actúan este viernes, 20 de diciembre, a las 19.30h, en Tulsa Café.