Foto: Eva M. Rosúa.

Al Montblanc se puede (y debe) ir todos los días, pero los viernes por la noche se respira en el ambiente como un aura familiar, con algo de titiritaina, reconocible incluso aunque no seas asiduo. Abuelos cenando con sus nietos, una pareja de más de setenta años haciendo balance de sus vidas, jóvenes eufóricos con el prólogo de una noche que se presume festiva, un hombre en la barra esperando su bocadillo para llevar, el jefe impertérrito a la entrada de la cocina leyendo a esas horas el periódico y, de fondo, la banda sonora del siempre anodino partido adelantado de la Liga.

Es el alborozo de tocar el fin de semana con los dedos. El inicio de la otra vida que deberíamos vivir siempre. Y con la sencillez de un bar de los de siempre con unas tapas que no necesitan una revolución. La tortilla de patatas es uno de sus estandartes. Frente a esas de tamaño XL que parecen cocinadas en una hormigonera con un exceso de maizena o esas otras que parecen un batido, aquí alcanza un supremo punto intermedio. Jugosa, dorada y algo más consistente por fuera, dejando un leve rastro que sucar y, sobre todo, y puede parecer una tontería y no lo es, con sabor a patata. Comérsela cualquier otro día, mientras la ciudad sigue su ritmo vital, también es como tomarse unas vacaciones eternas. O soñar con ellas.

El Bar Cafetería Montblanc está en la C/ de la Reina, 87.