Szczękościsk (Lockjaw) (Kordian Kadziela, 2016).

2008 fue el año de la patata según la FAO. También aquel año falleció Rafael Azcona, Juan Marsé ganó el Cervantes, «No es país para viejos» el Oscar a la mejor película y España la Eurocopa de fútbol. Del 3 al 6 de julio se celebró la primera edición del Festival Internacional de Mediometrajes La Cabina. Este mes de noviembre cumplen diez ediciones.

Las cifras redondas son ideales para hacer balance y más aún si el certamen empieza una nueva etapa con cambio en la dirección. Carlos Madrid, impulsor del festival y nueve años como máximo dirigente cedió el testigo (tras su marcha a Cinema Jove) a Sara Mansanet, ligada a La Cabina durante la mitad de su trayectoria y relevo natural por su conocimiento del evento.

Alcanzar diez ediciones es el mejor aval para cualquier iniciativa cultural. Si además sigue progresando adecuadamente el mérito es todavía mayor. Pero nada es fruto de la casualidad o la suerte, sino del trabajo continuo, de suplir las carencias económicas con imaginación, de un arraigado espíritu de supervivencia y de mucho compromiso.

Tokyo Project (Richard Shepard, 2017).

La Cabina responde a un modelo de gestión cultural que se debería copiar, en cuanto a ideas y estructuras, ahora que hay cierta tendencia a la improvisación. Cinco puntos básicos han marcado su historia. Son los que le han permitido ir sumando cada año, asentando un proyecto que ha conseguido una de las cosas más difíciles: tener público.

La originalidad está en los cimientos de su gestación. Ahora que se repudia a gran parte de los festivales de música por su oferta clónica, justo es reconocer el acierto de La Cabina. Apostar por películas entre los 30 y los 60 minutos, que tantas dificultades tienen para su distribución y exhibición, era arriesgado, pero precisamente esa particularidad es la que le ha permitido sacar cabeza y lucir orgullosos su condición de únicos.

Hacer de la necesidad virtud podría haber sido su lema durante algunos años. En València nada es fácil culturalmente hablando y menos lo fue durante el largo mandato del PP. Desde La Cabina optaron por maximizar sus recursos y eso se tradujo en una manera de comunicar fresca y cercana que buscaba el impacto inmediato en su público potencial, utilizando con inteligencia e imaginación los recursos que ofrecen las nuevas tecnologías. Empapelar la calle con sus carteles y comprobar como el año en que los firmaba Paula Bonet la gente los arrancaba es señal de que las cosas se están haciendo (muy) bien.

La Cabina parece que tomó buena nota de como Cinema Jove en sus inicios supo conectar con la población más joven de la ciudad y se lanzó a la conquista de ese público, que además le aseguraba el tan ansiado relevo generacional en las salas. Que su equipo estuviera formado por ese target de edad también ayudó. Pero sobre todo fueron acciones tan acertadas como trasladar sus actividades a pequeños locales de ocio (a los que así involucraban en el proyecto) y ceder cada año su imagen a un ilustrador valenciano (ojo a la nómina que han acabado juntando: Paula Bonet, Luis Demano, Escif, Jorge Lawerta, Mireia Pérez, Cachete Jack,…) lo que les permitió estrechar lazos con la efervescencia cultural de la ciudad y acabar formando parte importante de ella.

La piscina (Leandro Goddinho, 2016).

Es una frase tan manida como cierta esa que dice que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Caer en el olvido es lo peor que le puede pasar a cualquier iniciativa cultural. Y cuando se celebra con periodicidad anual y en una ciudad con una oferta desbordante el riesgo es muy alto. Si se ha conseguido crear una marca hay que hacer todo lo posible por evitar que enmudezca. En La Cabina lo han conseguido con las fiestas que celebran a lo largo del año. Una vez más han buscado la complicidad de espacios culturales y de un público militante. Y afortunadamente no los han bautizado como cabiners o tonterías similares.

Todo lo anterior hubiera quedado en un bonito ejercicio de estilo si la Sección Oficial y las actividades paralelas no hubieran tenido calidad. Durante su existencia las pantallas de La Cabina han acogido a Spike Jonze y a James Franco, a Javier Fesser y a Mike Leigh, a Akira Kurosawa y a Chema García Ibarra, a Aki Kaurismäki y a Federico Fellini, a Adeel Akhtar y a Kung Fury, entre otros.

Este año tampoco defraudan. Las relaciones humanas, la ausencia como concepto y la figura del inadaptado emocional copan las producciones de una Sección Oficial en la que hemos subrayado en nuestro planning la brasileña La Piscina, la finlandesa An autobiography o la estadounidense Tokyo Project, dirigida por Richard Shepard (que visitará el festival), producida por Lena Dunham y protagonizada por Elisabeth Moss (la Peggy Olson de Mad Men y la June Osborne /Offred de The Handmaid’s Tale). La sección Amalgama con las propuestas más experimentales, Inédits con mediometrajes de Satyajit Ray o Sidney Lumet, el Curso de Periodismo Cultural Cinematográfico impartido por Javier Tolentino, la conexión con los escolares en AulaCabina y Visuals que une música (la de Tórtel o Salfvman) con proyecciones audiovisuales completan una programación que se puede consultar íntegra en su web. Del 16 al 25 de noviembre, hagan el José Luis López Vázquez y no salgan de La Cabina.