Ministerio_del_tiempo_verla

Hay gente tan obsesionada con la HBO que cualquier día van a adoptarla como baremo para medir hasta la temperatura. Basta que se estrene una ficción nacional para compararla con el canal estadounidense. También están los que si la serie se emite en una cadena pública, enseguida desenfundan la BBC. No seré yo quien lance piedras contra ambas emisoras. Sería absurdo negar los magníficos momentos que ambas han brindado (y brindan) al degustador de buenas historias. Pero, ¿qué necesidad hay de establecer ese simil entre el producto foráneo y el de aquí? ¿No delata cierto complejo de inferioridad en el que lo establece? ¿Queremos que las ficciones españolas sean meros sucedáneos visuales (ay, «el acabado o la factura visual» cuantas crónicas ha ayudado a rellenar) de la producción de otros países? ¿Acaso tenemos la misma realidad televisiva?

«El Ministerio del Tiempo» (TVE) no es una serie HBO, ni falta que le hace. El cine, la televisión, la literatura, en definitiva, las historias, son genéricas, pero no por ello deben serlo las formas de contarlas. Y este es uno de los grandes aciertos de esta nueva serie. Hay un compromiso con la tradición narrativa española como punto de partida, y a partir de ahí se universaliza. En eso debería consistir la calidad, en tener una voz propia, una manera de relatar personal que, lejos de querer epatar o suplantar una realidad ajena, supure personalidad. No son los primeros, ya lo hicieron antes «Plinio», «Los camioneros», «El pícaro», «Curro Jiménez», «Verano Azul», «Turno de oficio», «Juncal», «La vida de Rita», «Plaza de España», «Isabel» o la incombustible «Cuéntame» (algo apagada desde que la transición hizo acto de presencia), por citar algunos ejemplos, autonómicas a un lado. Pero sí que hacía tiempo que se echaba de menos.

Gran parte de la «culpa» es de Javier y Pablo Olivares (cuesta recordar que el segundo falleció recientemente cuando una obra suya desprende tanta vitalidad), creadores y guionistas de la serie. Han articulado una trama adictiva en la que no chirría nada, empezando por los diálogos de los personajes (incluidos esos grandes olvidados que suelen ser los secundarios o los esporádicos con frase única) y terminando por la estructura de la misma. Avezados devoradores de historias, han sabido aglutinar un cóctel irresistible, en el que las buenas ideas sustituyen a los tontorrones efectos especiales, y el adn de lo que se cuenta es incuestionable e insustituible. Es lo que tiene que las decisiones importantes las tomen profesionales del medio y no cualquier desnortado con cargo.

En «El Ministerio del Tiempo» están los mejores momentos de Edgar Neville, la manera de entender la televisión del Jaime de Armiñán más joven, la habilidad, valentía y ritmo narrativo de Julio Coll y Enrique Urbizu o la herencia de aquellos magníficos actores que con su presencia llenaban las pantallas (Pepe Isbert, Manolo Morán, Amelia de la Torre, Rafael Hernández, Félix de Pomés, Lina Canalejas, Maria Luisa Ponte, Lola Gaos, Antonio Gamero o Paco Algora dan el relevo a unos magníficos Rodolfo Sancho, Aura Garrido, Nacho Fresneda, Jaime Blanch, Cayetana Guillén Cuervo, Juan Gea, Francesca Piñón o Natalia Millán). Todo ello actualizado. Con las dosis de humor necesarias, como leves destellos, que nunca obstaculizan la historia principal, ni adquieren un protagonismo que hubiera hecho tambalear la seriedad, tanto del proyecto como de la ficción que se nos está contando.

Hablar de ciencia ficción no sé si sería lo más adecuado, porque cuando uno se sumerge en la serie, olvida que lo que le están contando sucede en distintas épocas, mezcla personajes de diversos siglos y habla de misiones que deben impedir que la Historia cambie su rumbo. Esa es su grandeza. Todo ha sido naturalizado y únicamente hay ganas de saber cómo avanza la trama, conocer más de los personajes, ir cuadrando las piezas del puzzle mentalmente, abrir la capacidad de sorprenderse al máximo, esperar con ansia lo que habrá detrás de la siguiente puerta que abran y disfrutar con el estupendo trabajo de producción, dirección, decorados y música. Disfrutar, esa es la palabra. Casi todo el mundo ha coincidido en destacar que una serie tan buena fuera española. A mí lo que de verdad me llama la atención es que una serie obligada a cumplir el minutaje excesivo propio de la ficción nacional (70 minutos en este caso) se haga corta.

Un día antes que «El Ministerio del Tiempo», TVE estrenó, en las antípodas de la serie, «Alaska y amigos», perdón, «Alaska y Segura», un show con cierto olor a alcanfor, anclado en un modernismo que resultaba antiguo, tanto por los contenidos como por su realización y su filosofía. Justo todo lo contrario que «El Ministerio del Tiempo». Los dos presentadores reconocieron que les encantaba la televisión. En ese caso, lo mejor que podrían hacer es abandonar el programa.