Gerardo Esteve en «Tiempo luego insisto» (2007). Foto: Eva Ripoll.

Gerardo Esteve es un clásico de las artes escénicas valencianas. De las de calle y las de sala. Solo o en compañía. Y, como si fuera un agente secreto, siempre con una doble misión personal: divertirse y divertir. Esta semana hay dos oportunidades para comprobarlo dentro de la programación del Festival 10 Sentidos. El viernes, 10 de mayo, con Ni el vuelo de una mosca (Estudio Taiat Dansa, 19h) y el sábado 11 con Más despacio (Pl. Ajuntament, por la mañana). ¿De qué van? Con Esteve, siempre, lo mejor es verlo y vivirlo en directo.

¿De dónde viene tu pasión por el lenguaje, por los juegos de palabras?



Cualquier conocimiento que yo pudiera tener, sobre cualquier asunto, diría que son intuitivos. No soy un estudioso, que elige una materia y la estudia a fondo. Leo, veo cine, teatro y danza, voy aprehendiendo conocimientos sobre la marcha y luego, influenciados por ellos, me hago mi propia composición de lugar. Pero, para responder más claramente la pregunta, diría que de Tip y Coll. Yo sería un adolescente, con 14 ó 15 años, cuando empezaron a salir en televisión y hacían aquellos juegos de palabras tan hilarantes e imaginativos. Y vi que aquello me cosquilleaba y estimulaba el cerebro y pensé que a mí también se me podría dar bien. Aunque la cosa se fue gestando poco a poco y fueron aparecieron otras influencias sobre el lenguaje, el humor y el absurdo: Hermanos Marx, Keaton, Beckett, Ionesco, Gómez de la Serna, Queneau, el Dadaísmo, el Surrealismo…

¿Cómo pasas de estudiar Medicina a dedicarte a las artes escénicas?



Empecé a estudiar Medicina porque mi intención era hacer Psiquiatría. Hasta el tercer curso, que lo tengo aprobado, me interesó la facultad porque aprendí cómo funcionaba el cuerpo humano, y eso me gustaba mucho, Anatomía, Bioquímica… pero para poder especializarme en Psiquiatría tenía que hacer toda la carrera. Y a partir de cuarto había que estudiar Obstetricia, Ginecología, Quirúrgica… y a mí la clínica no me interesaba para nada. De hecho, mientras estuve allí, me escaqueaba cuando había que ir al hospital para hacer las prácticas. Además, estando en segundo y con 20 años me fui, por mi cuenta, a un psiquiátrico en Pamplona, para ver cómo era por dentro y tener mi primer acercamiento con las llamadas enfermedades mentales. También mantuve contactos con varios psiquiatras de Bétera que estaban tratando de poner en práctica algunos conceptos de la llamada antipsiquiatría y que cuestionaba el modelo que se estaba realizando hasta entonces.

Tras estas experiencias, llegué a la conclusión de que uno no se vuelve loco per se, sino que la estructura y condición social tienen una influencia decisiva. ¿Es sano mentalmente trabajar ocho horas en una cadena de montaje o estando de pie en una caja de supermercado? En mi opinión, no. Además, empezaba a notar que “peligraba” mi propia estabilidad mental y yo solo no iba a cambiar a la sociedad y sus mecanismos. Me desencanté. Todo este proceso personal coincidió con que una amiga me preguntó si quería hacer teatro para niños y le dije que sí solo por la posibilidad de conocer gente nueva (chicas) y de divertirme. Y ahí empezó de alguna manera todo.

Aquello del teatro me empezó a gustar más y la psiquiatría menos. Me dejé la carrera a medias y en 1979, sin red, me lancé de lleno a buscarme la vida teatral. Me fui a Barcelona a ver qué “pescaba”. Allí, obtuve mi única formación académica teatral que consistió en un mes de pantomima y otro de clown. Volví a Valencia en el 81 y ya como Profesor Malvarrosa empecé a actuar casi todos los domingos en la Plaza de la Virgen por mi cuenta y pasando la gorra. Lo hice durante 2 años y lo utilizaba más como un laboratorio de aprendizaje que como una forma de ganarme la visa. Me empezaron a salir actuaciones pagadas y, con ellas, me iba “rodando” y adquiriendo experiencia teatral.

En 1983, coincidí con Rafael Ponce en un festival en Murcia y surgió nuestra relación artística. Entre 1983 y 1989 colaboramos con frecuencia haciendo diversas acciones de calle y en 1990 nos constituimos como Esteve y Ponce para realizar trabajos destinados a los teatros. Nuestra relación duró hasta 2005 y creamos 8 espectáculos originales a partir de sus textos y pusimos nuestro granito de arena en la historia del teatro contemporáneo español con nuestro estilo personal. Y, por el momento, aquí sigo.

¿Tienes alguna palabra preferida?



Elegir una sola es muy complicado, porque mañana pensaría en otra y además ¡hay tantas! Hay palabras como beso, melancolía, horizonte, suspiro, utopía… que me gustan por su sonoridad y por lo que significan. También hay otras que nos pueden gustar solamente por su musicalidad: almohada, abanico, columpio, lapislázuli o zarzaparrilla…

Las posibilidades del lenguaje en sí mismo son enormes a la hora de utilizarlo como fuente de inspiración para la creación escénica y más aún si lo reúnes con la poética, el juego, el humor, la acción y el movimiento. Básicamente, estas han sido mis herramientas.

Gerardo Esteve, «Mi caso es tu casa».

¿Qué diferencias encuentras entre aquellos primeros años y los de los actores que empiezan hoy en día?

Cada generación tiene su correspondiente mapa de problemas y facilidades. Desconozco cuáles son los motivos que cada cual elige para dedicarse al teatro. Yo me tiré de lleno a la piscina de una forma totalmente espontánea e inconsciente, sin demasiadas reflexiones y sin “pensar en el futuro”. Es decir, con total “irresponsabilidad” por mi parte. Me fui a Barcelona porque allí estaban Els Joglars, Els Comediants, Tortell Poltrona, los Saltimbanquis del Dr. Soler y otras compañías que hacían teatro con un contenido lúdico y se lo pasaban muy bien. Al ver el nivel que tenían llegué a la conclusión de que yo era un cantamañanas (risas), que no sabía nada y decidí empezar a copiar de unos y otros hasta que me llegasen mis propias ideas. Cuando llegaron, coincidieron con los primeros gobiernos del PSOE tanto a nivel nacional como en muchos ayuntamientos que impulsaron la construcción de teatros municipales o casas de la cultura que no existían. Mientras estos se acababan, surgieron muchos festivales de teatro de calle (Madrid, Valladolid, Almería, Santiago de Compostela, Guadalajara, Valencia, …) Allí acudía yo con mi maleta, hacía las actuaciones que me tocaran y luego te podías quedar todo el festival viendo las propuestas del resto de compañías nacionales e internacionales.

Yo siempre he aprendido haciendo y viendo. Pero la etapa con Ponce fue fundamental por todo lo que evolucioné gracias a lo hecho con y por él. Además los 90 fueron unos años de una gran e intensa actividad teatral para todos. Las giras y el número de actuaciones que se realizaban hoy en día son impensables o limitadas exclusivamente a espectáculos muy comerciales.

¿Cómo definirías lo que haces?

Mis trabajos son atemporales porque no los construyo en base a la actualidad del momento ni siguen ninguna corriente estética o estilística. Me baso, fundamentalmente, en mi universo y realidad personal. Esto tiene la ventaja de que los puedo ir modificando y mejorando con el tiempo. De ahí, que me he apropiado del término “extemporáneo” para definir lo que hago.
Por otro lado, nunca he querido crear “arte”. De hecho, cuando en alguno de mis montajes tengo la sensación de que un momento pudiera parecer “artístico”, lo descarto. Me gusta componer situaciones originales e imágenes teatrales en el escenario pero evitando ponerme “mayúsculo” o “sentimental”.

Lo mío es más sencillo que un botijo y sólo me considero un artesano: hago encaje de bolillos.
En mis espectáculos no un hay mensaje como tal, el mensaje estaría en la forma y en los conceptos que la generan y por lo tanto no es explícito, sino implícito. También me gusta pensar que, dichos trabajos, si nos lo hiciera yo, no existirían como tal. Me conformo con ofrecer al espectador una propuesta inteligente e imaginativa y que se lleve a casa algo que no esperaba.

No pienso en el público ni qué temas están en el candelero a la hora de pensar en una posible creación. Dicho esto, es obvio que mi intención es conseguir que les interese mi propuesta y que les haga tilín. Tampoco tengo la necesidad de contar mi “verdad” sobre los asuntos del mundo, ya hay otros creadores que lo hacen y muy bien, en el teatro, en el cine, en los libros… Tampoco, de que haya “contenido social” explicito en lo que hago. Desde mi punto de vista, toda creación es ya de por sí, política puesto que va dirigida a otros, a la sociedad. Otra cosa será la calidad e interés de la misma.