solarcarmen1.- Pasear por el barrio del Carmen entre las tres y las cuatro de la tarde debería ser obligado por prescripción facultativa. La modorra post-comida paraliza a la gente en terrazas, casas y negocios, y la ciudad vieja se abre al viandante en su máximo esplendor. Ni los gatos están para muchas juergas. En cada esquina te cruzas con un trozo de historia que parece colocado para tu único disfrute. Acaricias fachadas, asomas la cabeza por destartaladas ventanas, acaparas detalles que siempre huyeron desapercibidos. Hasta los solares tienen el encanto de lo que está por contar. Pero de repente, un grafiti en Padre Tosca te despierta de un sopapo visual. ¿Quién puede ser tan cenutrio para haber dejado estampada allí su firma?

2.- Mientras espero el autobús de vuelta a casa, leo «Un día en la vida de un gánster». Es uno de los libritos de la editorial eCícero. Menos de cuarenta páginas. En realidad es un artículo que el gran Meyer Berger publicó, en 1932, en Harper’s Magazine. El prólogo de Enric González es igual de interesante. Berger relata cómo es una jornada cualquiera en la vida de un capo de la mafia. La mafia es, precisamente, la protagonista de un grandioso dossier del número cinco de la revista cultural valenciana Lletraferit. Treinta y seis páginas impecables con textos de lectura obligada como el amplio reportaje firmado por Vicent Chilet. Estupenda es la labor de edición del mismo, un trabajo que pocas veces se tiene en cuenta, pero sin el cual el resultado carecería de coherencia. Una línea certera e invisible une Palermo con Gay Talese o Rafael Blasco. Si lo hubiera publicado Jot Down, se hubieran agotado los retuiteos. Pero ya saben que para algunas cosas esta ciudad sigue siendo tierra de zombis.

3.- Un muerto viviente parecía pasearse la otra noche por La Rambleta. Valencia Plaza festejaba su quinto aniversario. Después de la entrega de sus premios anuales hubo ágape del bueno. Ambar fresca y variada y frivolidades sabrosas. Mucha gente importante y mucha gente con corbata. Curiosamente, no hablé con ninguno de los segundos. No fue premeditado. En estos saraos uno acaba charlando con los que conoce y parece ser que ninguno lucía la prenda. Entre la multitud, con paso espectral, alguien caminaba. Parecía entre desorientado y desazonado. Reclamaba atención, sin exponerse mucho. Por la expresión de su cara, daba la sensación de que iba a improvisar una postura de yoga, en el suelo, con la que intentar demostrar que no le importaba que le ignoraran. A él, que había tocado la cima del mundo y se había quemado como James Cagney al final de «Al rojo vivo». A él, que antes trataba de tú a tú con muchos de aquellos hombres con corbata. Antes de irme, pude verle en un pequeño círculo con algunos de los aspirantes a gobernar estas tierras a partir de mayo. Ellos incómodos, él en fuera de juego. Lluís Motes debería estar alerta. La AMC confirmó que habrá sexta temporada de The Walking Dead. Seguro que se convoca algún casting.