Foto: Miguel Ángel Puerta.

Foto: Miguel Ángel Puerta.

1.- En el cajón de proyectos que uno va aplazando, sin percatarse que el tiempo va pasando, descansa un libro que se titularía Bares. Como su propio nombre indica tendría como protagonistas absolutos a los bares. Pero no sería una guía al uso, recomendando tal o cual establecimiento. No. Cada capítulo estaría centrado en un bar distinto de Valencia. Los visitaría para almorzar y siempre entre semana. ¿Qué contaría? Las historias que fueran surgiendo, las conversaciones de los parroquianos, la intrahistoria del propio local, y todo aquello que me llamara la atención. Por supuesto, algún comentario sobre las viandas habría que incluir. Y por el bien de mi estómago, espero que positivos.

2.- Ahora que las redes sociales han enfriado las relaciones personales, hay que reivindicar los bares como lugares para quedar y hablar. Un papel que siempre han tenido y no pueden perder. Me llama la atención que sean las personas mayores las que más claro lo tienen. Acabo una tarde de la semana pasada en el Murillo, enfrente del ambulatorio de Montolivet. Todos los clientes ya se jubilaron hace tiempo. Una pareja comparte una ensaladilla rusa que parece un pasaporte a la felicidad, otros abueletes bromean con el camarero sobre el jamón, en la terraza tres mujeres comparten confidencias (entre ellas y con el resto, dado el volumen de voz) al tiempo que vacían sus vasos de cuello largo. Mientras apuro una caña me reconforta comprobar que pertenezco a la realidad palpable.

3.- Me fascinan los nombres de bares con referencias geográficas. No me importa que sean de lugares lejanos como Texas o Nebraska, o de localidades más cercanas que guardan alguna relación con su dueño. Todo el encanto se pierde si después de un traspaso se sigue llamando igual, pero no hay vínculo alguno. En la avenida Baleares, unos asiáticos regentan el Rincón Cordobés. Tendría más sentido que lo hubieran sustituido por Bar Jinan o Yichang. Casualmente despido el mes almorzando en el Cacerés, en Aben Al-Abbar. Su interior debería aparecer en la definición de bar de cualquier diccionario. No falta de nada. Fotos de la ciudad extremeña y de aquí, un jamón en la barra, tapas de manual, pimientos picantes colgando, prensa variada, tomates a la vista, máquinas tragaperras, clientes que intercambian insultos cariñosos mientras hablan de fútbol, política y vacaciones o un camarero que peina canas. Tal vez está demasiado limpio para el imaginario común, pero se agradece. Como cada vez soy más militante de la tortilla de patatas jugosa, no me emociona la de mi medio bocadillo, pero no dejo ni las migas. Además, ¿no había dicho que la comida era algo secundario en estas exploraciones?