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Biblioteca Pública de Valencia.

Es tan poco habitual que se tomen buenas decisiones que cuando se produce una, dan ganas de aplaudir, abrazar y besar al responsable. Eso es lo primero que pienso cada vez que accedo a la Biblioteca Pública por su nueva entrada. Por la anterior uno tenía la sensación de introducirse en algún antro clandestino con cierto olor rancio. Ahora no. Da gozo atravesar la puerta. Incluso dentro, con su nueva disposición, todo luce más.

Durante mi etapa de estudiante creo que fui dos veces a la Biblioteca. No hacía falta decir lo de Pública, como mucho añadir «la de la calle Hospital». El asunto tenía más de aventura que de sed de conocimiento. Suponía dejar el barrio y adentrarse por unas calles no especialmente bien iluminadas y con buena fama. Imagino que iría a consultar algo para un trabajo, pero recuerdo más la merienda en el Horno San Pablo que los libros que abrí.

Según leo en un escueto folleto, «la Biblioteca Pública fue fundada en 1838, aunque no fue hasta 1979 cuando fue trasladada a su actual emplazamiento, el antiguo Hospital de los Pobres Inocentes». Cumple, pues, 35 años allí y estoy seguro que el más del 80% que leeréis esto no sabéis lo que os estáis perdiendo por no ir. Siempre que sale a colación el debate sobre el derecho a la cultura gratuita y demás zarandajas, digo lo mismo, gratis deben ser la educación y la sanidad (que ya no lo son), la cultura debe ser accesible y para eso están las Bibliotecas. Muchas veces la respuestas es la misma: «Allí no hay nada reciente. Todo es del siglo pasado». De acuerdo, no has ido en tu vida, pienso para mí. Yo sigo comprando libros, revistas, cómics, discos, dvd’s, pero voy a la Biblioteca. Creo que se complementan ambas cosas. Siempre sigo el mismo orden del día una vez estoy dentro. Un vistazo a los fanzines y directo a la prensa.

Un niño no para de dar la matraca. Hay un runrún que no se oye en otras épocas del año. Pillo un par de ejemplares de la revista Saó y me siento. Como siempre acabo más observando a la gente que leyendo. Me fascina un tipo que parece escapado del casting de «El milagro de P.Tinto»: tripa voluminosa, pelo Anasagasti, patillas pobladas, camisa desabrochada. Lee Quercus, una publicación de información ambiental. Cuando se levanta a devolverla deja al descubierto el impresionante trabajo de ingeniería que supone ordenar ese cabello. No hay dinero suficiente en el mundo que me obligara a ver a este señor recién levantado.

La mayoría leen periódicos y son todo hombres. Un chico acapara los Marca de los últimos días; alguien que parece que esté haciendo tiempo tiene el Cuore entre las manos; a mi lado un señor disecciona con avidez las páginas de deporte de El País del sábado. Hay tres tipos de perfiles: el pescador, que va recorriendo las mesas a la caza de los ejemplares del día; el vago, que se conforma con lo que deja su compañero más cercano; y el especializado, que únicamente desea un diario, lo lee y se va. Llega una mujer con prisas y rebusca en una pila de Levantes. Aparece otra con dos Diez Minutos y los repasa con tal devoción que por un momento pienso que prepara una tesis doctoral sobre la publicación. La rutina la rompe un joven con un comportamiento extraño. Echa un vistazo a las mesas, hace como que consulta número atrasados del Información, vuelve a hacer una batida ocular y se pira. Le falta pintarse en la frente un letrero de sospechoso, por si alguien se ha quedado con dudas.

La oferta de periódicos y revistas es muy completa. Aunque algunas publicaciones se detienen en el mes de junio, imagino que por las vacaciones, se puede consultar, por citar algunas, Rockdelux, Clij, Caimán.Cuadernos de Cine, Quimera, Claves de Razón Práctica, Bostezo, Muy Interesante, Hola, Rolling Stone, … Con la oferta que aportará la biblioteca de Las Naves en la nueva temporada, el que no lee es porque no quiere.

La sección de películas linda en algunos segmentos con la de lectura de prensa. Así que mientras voy hacia los libros ojeo títulos. Hay de todo. Clásicos y actuales. Cualquier género y nacionalidad. De autor y comercial. Incluido un maravilloso documental sobre la historia de los musicales de Broadway que todo el mundo debería ver. No puedo evitar fijarme en dos cincuentones que están disfrutando como enanos. Uno lleva en la mano «Flipped», la de Rob Reiner. No consigo distinguir lo que ha seleccionado el otro. Siguiéndoles llego al apartado de música. De nuevo, gran oferta de cd’s para préstamo (no olviden que en la web de la Biblioteca se puede consultar todo lo que tienen y su disponibilidad). Y no sólo por su fondo sonoro. Sin mirar distingo discos de Els Amics de les Arts o Ron Sexmith, por ejemplo. Mis casuales acompañantes se han decantado por música barroca.

Y llego a los libros. Pura felicidad. Volúmenes y volúmenes. Y de nuevo, quítense la venda, por favor. Borren esa percepción de títulos viejunos con encuadernaciones del Pleistoceno. Que, afortunadamente (porque muchos son difíciles de encontrar) los hay, pero conviven en perfecta armonía con títulos de Libros del Asteroide, Blackie Books, Errata Naturae, Sexto Piso, Anagrama, Capitán Swing, Impedimenta o Sajalín. Sin ir más, lejos, el libro que les recomendaba este turista, hace unos días, “Los niños se aburren los domingos”, de Jean Stafford, allí lo he visto.

Añadan una creciente sección de cómics, aire acondicionado, wifi, el MuVIM y Dadá a un tiro de piedra, Rivendel y el Pegaso bien cerca por si quieren reponer fuerzas y un parque en el que permiten pasear sueltos a los perros.  Aprovechen que tiene tiempo y háganse el carnet (ojo, que en agosto no abre por las tardes), pero que hacerse fan de la Biblioteca no suponga que dejen de ir a las librerías, tiendas de discos y demás, que la gracia está en sumar.