Paco Inclan

Soy Paco Inclán, editor zurdo. Mientras preparo este vermut, ultimo los detalles de la edición de una antología de Vicent Andrés Estellés traducida al eusquera y la memoria de las jornadas Europa Gitana sobre manifestaciones culturales del pueblo gitano. He pasado los dos últimos años entre un contenedor gallego, la frontera entre Colombia y Ecuador y un bosque de California. Cuando miro atrás me digo: ¡joder, menos mal que ya hice todo eso, me costaría un huevo tener que repetirlo! Si no fui piragüista es porque no nací en el contexto apropiado: un tío que ya lo fuese, un cuerpo atlético, una escuela de deportes náuticos, un río asturiano. Al final uno no hace lo que quiere, sino lo que puede. Mi aspiración es que la distancia entre lo uno y lo otro no sea demasiado grande. En el 2014 sacaremos dos Bostezos: uno dedicado al fracaso y otro, a las identidades. Me protege el número 44. El mundo es de todos.


Un disco:
Con la saturación informativa que ha provocado la llegada de Internet, mezclada con mi natural tendencia a la dispersión, he perdido capacidad para ponerme un disco y escucharlo desde el principio hasta el final. Puede que el último que escuchara de este modo fuera London Calling de The Clash. Creo que todavía existía Yugoslavia.

Una película: Casi no veo películas, me cuesta permanecer sentado frente a una pantalla. Prefiero que me las cuenten. Aun así me obligo a ver al menos dos por año. Las del 2013 han sido Mientras el cuerpo aguante y The act of killing. Me gustaron mucho, pero reconozco que tenía ganas de que se acabaran. Por cierto, para los cinéfilos se aproximan dos festivales manufacturados desde la trinchera valenciana: La Cabina (de mediometrajes) y Catacumba (de terror, ciencia ficción y sucedáneos).

Un libro: Historia breve de los asientos. No existe, pero molaría. De los que ya están escritos, El antropólogo inocente, el infructuoso intento de encajar la realidad en las hipótesis de partida de  un investigador durante su trabajo de campo con una tribu africana. Genial, como todos los libros que han escrito o piensan escribir mis amigos.

Una serie de tv: Apagué la tele en 1992 al finalizar la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos. Por Internet me hicieron gracia algunos cachos de Malviviendo y una serie inglesa con un cura como protagonista de la que no recuerdo el nombre. Ahora os lo busco.

Unos dibujos de tv: Oliver y Benji coincidió con la etapa en la que pensaba que de mayor sería futbolista. Invertían tres capítulos para cruzar el campo de una punta a otra y mientras conducían el balón citaban de memoria textos sintoístas y extractos de las obras de Mishima. Y todavía llegaban al área contraria con fuerzas para marcarse una chilena y meter un gol por la escuadra. Igual no era así, pero ya da igual; dejé el fútbol por un furibundo ataque de almorranas en el descanso de un partido. La vida era otra cosa.

Un icono sexual: Hace unos años compuse el tema Gatillazo para la legendaria banda Espinete y Don Pin Punk. En la letra de esa canción utilizo como iconos sexuales a Candela Peña y a la selección femenina de voleibol, quizás porque me vinieran bien para elaborar algún pareado simplón. Me reafirmo en estos.

Una revista: ¡Ay, las revistas! Diré Replicante, que es como la hermana mayor de Bostezo, una publicación mexicana que dejó de editarse en papel hace unos años para dar el paso al digital. De su enfoque editorial aprendí mucho. Estaba concebida como una plataforma para debatir, sorprender(se), discutir, desdecirse. Disfrutaba mucho leyéndola porque no estaba claro qué me iba a encontrar en sus contenidos. En general, me gustan las revistas que también podrían ser otra cosa: un circo, un club de fumadores, un colegio.

Una comida: Los tacos mexicanos. Me chiflan los de lengua. Me gusta comer de todo, menos lo que no me gusta. Aunque no siempre.

Un bar de Valencia: Los bares son la oficina de Bostezo. Ya no sé si es que nuestros amigos se hacen dueños de los bares o es que los dueños de los bares se hacen nuestros amigos. Monterey Discos Bar y el Slaughter son los que más frecuento últimamente, aunque también quisiera citar el bar de la Sociedad de Cazadores de Benicalap. Allí recuperamos un teatro muy chulo de principios de siglo XX que los de la Sociedad utilizaban como almacén de barriles de cerveza e instrumentos de caza. Durante un tiempo nos dejaron hacer lo que nos daba la gana. Y eso siempre es de agradecer cuando estás en un bar. Aquella incursión en territorio inhóspito apenas duró tres meses.

Una calle de Valencia: La calle de las Impertinencias, una callejuela que sale de la plaza de Sant Bult. Parece un callejón sin salida, pero no lo es. Su fachada del fondo es la entrada a un bar. En serio, probadlo.

PD: No encuentro la del cura. Os la debo.