Sergio Pinto BrionesMi pasaporte dice Sergio Pinto Briones y omite, con sabia discreción, que soy periodista (El País, National Geographic, The Clinic, etc), poeta, artista visual, editor y asesor para editoriales y revistas, y tantas más cosas que la gente dice. Nací en octubre de 1977, en Santiago de Chile, en una clínica con nombre de un antiguo cacique inca, en los faldeos de la cordillera de los Andes, lejano a lo que me hubiese gustado como nacimiento, es decir, en casa, como nació mi hijo, Lucas, hace siete meses, en la sala de la biblioteca.

No me gustan los encasillamientos, ni el conformismo. Me gusta la figura del poeta y el artista como la del explorador, el experimentador, que no teme equivocarse y “quemarse” probando distintos elementos del lenguaje verbal y visual, de ahí que las distintas propuestas que me involucro tienen ese sello. En Valencia, por ejemplo, para el Festival Intramurs 2015, soy el Responsable del área de Poesía y se puede ver un programa con  poesía visual, sonora, perfomática y, como no, la poesía discursiva, comúnmente llamada poesía convencional, con la presencia de una veintena poetas de la ciudad y de otras partes del Estado español, como así también de distintas nacionalidades. Y lo mismo con la Revista de Arte y Literatura Canibaal, la cual, he llevado la dirección literaria y, en este último número (el cinco: dedicado al jazz y las librerías), la labor de Editor, que, por lo demás, este será mi último número en la revista. Ha sido una etapa. Me voy contento de congregar a las vanguardias históricas con las nuevas experimentaciones del arte y la literatura, el espíritu canibaal a fin de cuentas, invitando a publicar a artistas, escritores y poetas, sobre todo nacionales e internacionales, con inéditos, ya que ese, para mí, es lo que hace que una revista trascienda. En este número recomiendo, muy a tono personal, por el sudor y lo que me costó conseguir: la entrevista a Lydia Lunch, desde Nueva York, y el ensayo y fotografías sobre Carles Santos, y así varios contenidos más.

Debo confesar que, al comienzo, no fue fácil adaptarme a Valencia, mala costumbre de vivir en ciudades grandes como mi Santiago natal, Barcelona, Madrid, pero hace tiempo que estoy reconciliado y bastante a gusto con la ciudad y la gente que voy conociendo en el camino. The monster´s gone, como dice John Lennon. Con cariño recuerdo el homenaje que organicé a Bartolomé Ferrando, en la extinta librería Le Petit Canibaal, en abril del 2014. Un mes de actividades a uno de los artistas y poetas, para mí, más importantes de la ciudad, donde la gente tuvo acceso a contemplar sus performances, su poesía, su obra visual y acceder a todos sus libros. Algo que a Ferrando le emocionó, ya que ha sido su primer homenaje en vida. Un evento que había que hacer sí o sí por sus años de trayectoria y por el pleno reconocimiento que él goza en el continente americano.

Como poeta me gusta ahondar con distintos registros, desde la poesía neobarroca (la que siento especial predilección), la antipoesía (juego y humor como algo vital) y la poesía visual, llevando esta expresión al campo de lo pictórico, la instalación y el videoarte, entre cuyas piezas, tengo una que realice, en París, con el artista Ramuntcho Matta –a quien espero traer al Ivam, en enero próximo-, hijo del histórico pintor surrealista Roberto Matta y hermano de Gordon Matta-Clark.

A veces se desconoce: la poesía está en todo, como dios está en cada elemento de la naturaleza y el universo, según el filosofo Spinoza. La poesía es la matriz, la gran fuente y está en la vida cotidiana, en el paisaje, fuera de la razón tan sobrevalorada por la ilustración y el mundo de las ideas. Ya lo dijo Kapuscinski. Los poetas son los grandes cronistas, ellos son los interpretes de un alfabeto por descifrar. A ellos hay que escuchar en Intramurs. Los poetas bajaron del Olimpo, según Nicanor Parra, y eso es un hecho y es una buena excusa para celebrar todos los días, sin duda. Por último, planes a futuro: mi mapa geográfico cambiará radicalmente muy pronto.


Un disco:
«Dark Side Of The Moon», de Pink Floyd. Memorable fue escucharlo de noche, en el Valle de la Luna, del Desierto de Atacama. Claro, con reproductor de música.

Una película: «La Jetée», de Chris Marker. Es fascinante como trabajó el tema de la memoria, el fotomontaje. Una película muy experimental, además hecha por un gran documentalista. Con relación al cine, ahora tengo menos tiempo -por la crianza- y no me deja de resonar en la cabeza, las palabras de Roberto Bolaño: “el cine es la literatura de los pendejos”.  Creo que lo mejor es no hacerle tanto caso, je.

Un libro: Como son muchos los que me gustaría decir, aquí va uno rápido: «Altazor», de Vicente Huidobro.

Una serie de tv: No veo series. No me llaman la atención. No tengo televisión, hace ya casi diez años.

Una serie de dibujos de tv: Recuerdo cuando niño a Robotech y las ganas de volar en esas máquinas. Me prometí sacar un carnet de piloto de avión, una versión andina de Saint- Exupery.

Una revista: Para no hacer autobombo, diré una publicación valenciana: Bostezo. Gran trabajo de Paco y David, un referente, de todas formas.

Un icono sexual: Elijo a Rachel Weizs por su belleza simple y me hace a recordar en “El Jardinero fiel”, a mi compañera y esas ganas de cambiar “la normalidad” con proyectos valientes y loables.

Una comida: Los mariscos gallegos o chilenos. Nací en un país con casi 6500 kilómetros de costa y eso está siempre muy latente.

Un bar de Valencia: El Melocomo, al frente del cine d’Or. Además que te atiende José Celda, un bastión del rock y de la buena conversación, y además es fanático de Faith no More.

Una calle de Valencia: Calle Cadirers, por estar poco transitada, a pesar de que está a pasos de calles muy turísticas. Allí hay una decadencia en los edificios antiguos, señoriales, piedras que quieren contar una historia oculta.