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Algún día nos gustaría conocer al urbanista caprichoso que estableció los límites de los barrios de Valencia. Puede que así entendiéramos estrafalarias decisiones como las de uno de los límites del barrio Trinitat. Situado en el distrito de La Saïdia, ocupa el polígono imposible que forman las calles Cavanilles, Benicarló, Cofrentes, Almassora, Santa Amalia y la que da nombre al barrio frente al río.

Trinitat

Dentro de su demarcación están los Jardines de Viveros. Pero es curioso que a pesar de que tal vez sea lo más significativo o reconocible del barrio (y por eso ocupa la portada de nuestro disco imaginario) no sea lo más atractivo e interesante que se puede encontrar paseando por sus calles. Desde algunos edificios que parecen sacados de una guía alucinógena de arquitectura o la monumentalidad de varias propiedades eclesiásticas a detalles más nimios que arrancan una sonrisa como el cartel de un bar de la mencionada calle Coferentes, en el que se indica que está prohibido fumar, pero permitido vapear.

Hablar de Trinitat en clave musical lleva inevitablemente al lugar que ocupó el Babia Rock Bar (al que la ampliación del Museo Pío V se llevó por delante), y al recuerdo de Doctor Divago (allí, un 5 de agosto de 1990, durante una actuación grabaron su primera maqueta). No es la única música que resuena en el ambiente por la zona. Entrando por la calle Volta del Rossinyol (la que lleva al Rastrell, por detrás del museo) se pasa de una zona casi residencial a otras fincas que parecen ocupadas. Si Buzzcocks o The Vibrators se aparecieran por la vía, cantando y tocando como en un videoclip, nos parecería lo más normal del mundo.

Como también se asume como natural la cantidad de bares e iglesias que hay en el barrio. Dan ganas de recorrer todas las barras con la esperanza de encontrarse a un Malcolm Holcombe purgando las penas de la vida, mientras el personal despacha chivitos y brascadas. E igualmente, apetece asomar la cabeza por los templos, no sea que Jamie xx haya descubierto la sonoridad de los mismos y esté dando un concierto privado. Aunque si con la Iglesia hemos topado es en el Real Monasterio de la Santísima Trinidad, un edificio cuya grandiosidad paraliza, con una sensación de extraña atracción similar a la que destilan las canciones de Marketa Irglova.

Pasear por Trinitat es hacerlo con la seguridad de que, antes o después, te encontrarás con cosas que te llamarán poderosamente la atención e incorporarás a tu imaginario personal de la ciudad. Por ejemplo, la acera de la calle Almassora, posiblemente la más grande del mundo. Tan ancha que hay hasta tres alineaciones paralelas de árboles. Andar por ella y desear que surja de la nada Marc Almond, convertido en crooner apocalíptico, es todo uno. Esa vía es precisamente una de las lindes del barrio y desde la que se divisan las vías que transportaban al antiguo trenet y hoy lo hacen con el tranvía. Ponerse los cascos y escuchar a la Credence Clearwater Revival, mientras uno de esos convoyes hace el recorrido de la curva más enervante de la ciudad, debería ser obligatorio al menos una vez a la semana.

Entre otras joyas, en Trinitat se encuentra la librería solidaria de la calle Molinell, al lado de un luthier, de la que es misión imposible salir con las manos vacías y entre cuyas paredes y estanterías, la música de Betacam parece que suena todavía más melancólica y maravillosa. Esta guía extravagante por este hipnotizante barrio tiene parada indispensable en la calle Bellús, con esa pasarela-terraza con que termina uno de sus lados y en la que los vecinos deberían festejar todo lo festejable, mientras bailan con Soft Cell.

Para el final, lo mejor. Dos edificios que transportan a otros tiempos futuros. A arquitectos aficionados a las naves espaciales y las lecturas de ciencia ficción. En el número 1 de Pintor Vilar, esa construcción, con majestuosas columnas en su parte inferior, que comunica a la calle a través de unas escaleras mecánicas por las que ver bajar a Edith Piaf hubiera sido un sueño hecho realidad. Y en la confluencia de Poeta Bodria con Santa Amalia, las augustas Torres del Turia que también casan con las composiciones de Mox.