Foto: Gema Mercader.

Foto: Gema Mercader.

Me llamo Mikel Labastida y soy periodista. Cuando digo esta frase hay gente que me pregunta con entusiasmo «¿y sobre qué escribes?». Y cuando les respondo que lo hago sobre cultura noto su decepción. «¿En la sección donde está la cartelera del cine?», me preguntó una vez un taxista. Pues sí, ahí mismo. Nunca he escrito sobre política, deportes o sucesos, qué se le va a hacer. Desde hace doce años vivo en la sección de Cultura de Las Provincias. A los periódicos de Vocento me asomo para hablar de tele. Además colaboro con la revista Vis-à-Vis, un proyecto que demuestra que en esta profesión quedan mil maneras de inventarse o reinventarse.

En realidad lo que a mí siempre me han gustado son las historias, las que ocurren a mi alrededor, las que aparentemente son más intrascendentes. Todo lo que sucede en el mundo es susceptible de acabar reducido a una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados. Eso lo dijo Julio Camba, que es un maestro, y yo no puedo estar más de acuerdo. Para contar historias en ocasiones me convierto en aviador y otras en Darrin.

Un disco: Dos que forman parte de mi educación sentimental, Super 8 de Los Planetas y Closer de Joy Division.

Una película: La madre muerta. Es la mejor película de muchas cosas. La mejor que ha dirigido Juanma Bajo Ulloa. La que mejores papeles ha proporcionado a Karra Elejalde y a Ana Álvarez. Y, sobre todo, la que mejor ha retratado a Vitoria, mi ciudad, en la que viví veinte años, la primera parte de mi vida.

Un libro: Como dije antes me atraen las pequeñas historias. Pensando en eso he escogido dos libros de pequeños relatos, Obabakoak, de Bernardo Atxaga, y Catedral, de Raymond Carver. Además de estos podría elegir cualquier texto que hayan escrito Belén Gopegui y Michell Houellebecq, con los que comulgo totalmente. Me interesa mucho su visión cruda de la vida.

Una serie de televisión: A dos metros bajo tierra es de esas series que le explican a uno. Yo se la entregaría a cualquiera que quiera conocerme para que se hiciese una idea. Comprendería, eso sí, que después no quisiese saber más de mí.

Una serie de dibujos de televisión: De pequeño me obsesioné bastante con Dragones y mazmorras, que tuvo un final algo anodino y provocó leyendas locas que siempre surgen en conversaciones ochenteras. También me interesó bastante Ulises 31, que injustamente pasó inadvertida. Aquel sí que tenía una buena barba y no lo que nos dejamos ahora algunos.

Una revista: Me gustan mucho las ediciones de papel de Yorokobu o de Jot Down. Me encanta que se cuide el papel, no entiendo que haya tantos compañeros con ganas de matarlo. Larga vida al papel.

Un icono sexual: Soy poco de mitos. Me gusta soñar con aquello que pueda palpar. Soy muy de la carne y el hueso. Sobre todo el hueso.

Una comida: Las lentejas de mi madre, que por razones logísticas no puedo comer todo lo a menudo que quisiera. Son un manjar. Fuera de eso cualquier cosa que lleve pistacho. Reivindico mucho el pistacho.

Un bar de Valencia: Los primeros años en Valencia pasé muchos (y muy buenos) ratos en Rocafull, aunque ahora hace siglos que no lo piso. Se merece una canción como el Amador.

Una calle de Valencia: Me gusta la calle de la Nau, sus alrededores y cómo desemboca en la plaza del Patriarca, pero mi icono arquitectónico favorito de la ciudad es la Finca Roja. Ha sido un edificio testigo de algunas cosas buenas que me han pasado en Valencia.