Autorretrato con filtros modernos.

Autorretrato con filtros modernos.

Me llamo Vicente Greus. Estudios bla bla bla, servicio militar cumplido bla bla bla, carnet de conducir bla bla bla y entre muchas otras cosas hago fotos. Incluso hay gente que dice que soy fotógrafo. Tengo casi cincuenta años: de ahí mi visión melancólica e intimista. Soy valenciano: de ahí mi fascinación por la luz y el barroco. Estudié Diseño Gráfico: de ahí mi interés casi obsesivo por el encuadre y la composición.

Esposa y dos hijos, tres Macs, varias cámaras y dos gatos. Todos viviendo bajo el mismo techo y compartiendo tiempo y sueño. Sobre todo sueño, pues la única manera de estirar las 24 horas que tiene el día es robárselas a la noche, cuando la magia de los pixels se muestra en la oscuridad de la habitación, tan sólo iluminada por la pantalla del ordenador.

Pintura, diseño, escultura, grabado… Hace ya tiempo centré toda mi actividad profesional en la fotografía, sobre todo en el tratamiento de imágenes mediante texturas, aplicando digitalmente técnicas de otras disciplinas artísticas que he ido aprendiendo a lo largo del tiempo. Un retoque con el que quiero reforzar el sentimiento puesto en cada obra; un intento de plasmar sensaciones mediante capas de texturas, que se suman a la imagen original para conformar un todo único y personal.

Desde siempre me han fascinado los lugares abandonados, las escenas olvidadas y esas huellas que deja el paso del tiempo sobre lugares otrora habitados. Buscando -e incluso a veces encontrando- belleza donde a menudo sólo vemos decadencia. Grietas, herrumbre, desperdicios y óxidos son el centro de mi melancólico universo fotográfico que puedes encontrar en mi web y en mi página de Facebook.

Y como detecto que a la buena gente de Verlanga se les han terminado los VIPs, acuden a mí en segunda ronda para rellenar este cuestionario. ¡Muchas gracias!

Un disco: ¿Sólo uno? Buf, difícil, pero lo intento. La música siempre me ha acompañado y asocio muchos momentos de mi vida a canciones. Creo que el primer disco que realmente me impactó fue «The Wall», de Pink Floyd, quizás el último disco concept que se ha hecho. Ahora no se publican discos sino canciones (comentario cebolleta). Otro bombazo emocional fue el «Sandinista», de The Clash. Luego he oído de todo, musicalmente soy muy ecléctico, depende de épocas y situaciones.
Últimamente me ha dado por el post rock y ahí ando con grupos como Mogwai, Explosions in the Sky, Mono, God is an AstronautMaserati.

Una película: Aquí vuelvo a tirar de recuerdos y la primera película que me sorprendió fue «El cebo», dirigida por Ladislao Vajda. La vi muy joven pero todavía hay algunas escenas grabadas en mi cabeza. Negra e inquietante.

Un libro: Creo que existe un primer libro que te hace descubrir los placeres de la lectura y, a partir del cual, comienzas a apreciarla. En mi caso ese libro iniciático fue «Las gafas del señor Cagliostro», de Harry Stephen Keeler. Cuando cayó en mis manos «Cien años de soledad», lo devoré de una sola tacada durante una noche entera. Verídico. Desperté en Macondo. Saludos, mi coronel.

Una serie de tv: Comienzo muchas, sigo alguna pero no acabo ninguna. Uno es así, señora. Quizás me decanto por Los Soprano y algunos capítulos de The Big Bang Theory, sobre todo si aparece Amy Farrah Fowler, la novia de Sheldon. Ah, y también las primeras temporadas del House más ácido e irónico. Soy de los pocos que no he visto Lost, Héroes, The Wire o Juego de Tronos, lo reconozco.

Una serie de dibujos de tv: Me traslado a la infancia y veo series como La Pantera Rosa, Vickie el vikingo o El Correcaminos. Impagable esa nubecilla cuando el Coyote se estampaba al fondo del precipicio o los trastos que utilizaba marca ACME. Recuerdo otras series clásicas de mi generación como Mazinger Z (puños fuera), Heidi (un poco moñas, era «de chicas») o Los autos locos (con la risa del perro Patán). Actualmente, he seguido alguna temporada de Futurama y esporádicamente Hora de aventuras, pero me suele dejar con el culo torcido. Por cierto, ¿por qué dejaron de emitir Vaca y Pollo?. Geniales.

Una revista: Aquí soy muy infiel y siempre voy saltando de publicación en publicación, casi siempre digital. Entre las visitadas actualmente (Verlanga aparte) estarían Jot Down y Yorokobu. De otros tiempos, recuerdo con cariño Ajoblanco o Madriz, sorprendentemente modernas en su momento. Grandes recuerdos musicales con la revista Vibraciones (Oriol Llopis, Jesús Ordovás o Diego A. Manrique) y mi colección de 1984, Creepy o El Víbora (Max, Nazario, Pamies, Gilbert Shelton, Daniel Torres, Mariscal, Sento…). Una irreverente y brutal dosis mensual de historietas.

Un icono sexual: La máxima expresión volumétrica de la perfección en la raza humana y que corrobora la teoría de la evolución en femenino: Mónica Bellucci.

Una comida: El arroz al horno: cazuela de barro, cabeza de ajos, costilla de cerdo, patata y tomate en rodajas, garbanzos, arroz y caldo de cocido. Gastrorgasmo asegurado. Todo lo demás entraría también en la categoría de arroz con cosas.
Nota culinaria: tradicionalmente, cuando en las casas no había horno, se llevaba al panadero del pueblo para que lo horneara.

Un bar de Valencia: Ahí me vuelves a pillar pues no soy muy de bares. Me viene a la cabeza Las Chekas, un puticlub/cortijo remodelado como bar, cercano a mi colegio y que cualquier inspección sanitaria hubiera clausurado de inmediato. Gratos recuerdos de cerveza y bravas en Los Malagueños, quizás magnificados por la distancia en el tiempo. Por circunstancias de trabajo acudí muchos años a Aquarium, un magnífico y fascinante zoo urbano cuya fauna sigue variando según las horas.
En general me gustan casposos, llenos de servilletas de papel en el suelo y con los parroquianos gritando, pero de esos casi no quedan. Nunca he entrado en un Starbucks. Lo juro, señoría.

Una calle de Valencia: He vivido siempre en esta ciudad y me gusta (sus gobernantes no). Creo que no hay calle que no me evoque un recuerdo o un amigo. En general me decanto por lo que sería el barrio de Ciutat Vella y si tengo que destacar una calle sería Barchilla, cuyo arco une la catedral con el palacio arzobispal y que fue escenario de una de mis primeras fotos más conocidas.