Foto: Miguel Ángel Puerta

Foto: Miguel Ángel Puerta

Entre las novedades de la presente temporada en Verlanga pusimos en marcha la idea de renombrar el callejero de Valencia que, pensamos, adolece de cierta falta de originalidad y conservadurismo. Para ello, creamos la sección «Una calle para…» en la que cada semana un invitado escogía alguien a quién dedicar una vía de la ciudad. En un principio era un contenido exclusivo de la newsletter que enviamos a sus suscriptores los lunes, pero como los jugadores que destacan en la cantera ha acabado dando el salto al primer equipo, en este caso la web.

En esta primera entrega de esta nueva etapa de la sección, el primero en asomarse es Álvaro de los Ángeles, subdirector de Actividades y Programas Culturales del IVAM, además de un militante convencido de todo lo que esté relacionado con la cultura y el arte. Aprovechamos, también, para rescatar a todos los que le precedieron en esta alocada aventura de cambiarle las calles a Valencia, que no son otros que el diseñador Héctor Campoy (también conocido como Héctor Merienda); los músicos Manolo Tarancón y Sandra Ferrer; el Director de la ETSINF de la Universidad Politécnica de Valencia, Eduardo Vendrell; la arquitecta Diana Sánchez Mustieles; y el editor, periodista y escritor Paco Inclán.

Una calle para … Walter Benjamin (o mejor Un pasaje para Walter Benjamin), por Álvaro de los Ángeles.

Alvaro de los Angeles

Walter Benjamin (1892-1940). Pensador alemán de origen judío que escribió sobre los grandes y también los pequeños temas del siglo XIX y XX, generando un corpus de obra caracterizada por su fragmentación e intensidad. Huyendo del nazismo, tras la ocupación del ejército alemán de París, llegó a España con la intención de cruzar el país, llegar a Lisboa y desde allí volar a Estados Unidos, tal como habían hecho otros colegas suyos de la Escuela de Frankfurt. En Portbou, apenas pasada la frontera, comprobó que no podría cumplir su propósito y por temor a ser tomado preso, se suicidó el 27 de septiembre de 1940.

En su magna e inacabada Obra de los pasajes, Benjamin desgrana una singular manera de analizar esta nueva tipología de calle definida por el tránsito y el atajo, sobre todo en el París posterior a las reformas urbanísticas de Hausmann. Según Benjamin, las nuevas construcciones de hierro distancian la arquitectura del arte y los pasajes se erigen en lugares que atraviesan los edificios y donde confluye una novedosa vida comercial. Simbólicamente, los pasajes son elementos fragmentarios, como su obra, caracterizada además por tratar cuestiones propias de su tiempo, pertinentes y en cierto modo atemporales.

De los pasajes que hay en el centro de Valencia, el que me parece más apropiado para rebautizar sería el pasaje de Ripalda, que une la calle San Vicente con la plaza de Mariano Benlliure, en pleno corazón de la arquitectura de finales del siglo XIX y principios del XX. Una serie de comercios ocupan sus escasos metros de longitud y las claraboyas que dejan pasar algo de luz también muestran unas galerías de viviendas en ángulo agudo con el plano del pasaje. Hay establecimientos de productos artesanales, de indumentaria, una tienda con entrada desde San Vicente que eliminó una vidriera ubicada en su local, en la parte del pasaje, otorgada a Gaudí; también hay tiendas de ropa y joyerías. Sin duda, me parece que falta una librería. Pequeña y selecta, completa en su fragmentación de temas y autores.

Dedicarle un pasaje a Walter Benjamin, más allá de la crítica al esnobismo cultural que representa (que se acepta sin acritud), sería una deferencia al general maltrato de la ciudad de Valencia a la memoria de los “judíos culturales”: aquéllos que, más allá de la religión y el lugar donde nacieron o el idioma que emplearon, fueron capaces de repensar la cultura en términos de relato frente a un tiempo nuevo y de conocimiento ad infinitum. Ya puestos, que la librería se llamara Angelus novus, para rizar aún más el rizo de la historia.


Una calle para … M.C. Escher, por Héctor Campoy.

Hector Campoy

Una calle para M.C. Escher, y que sea pronto. A ser posible en El Carmen que propiamente ya es bastante laberíntico, al menos para mí.

Una alargada calle donde se podrá acceder a las viviendas tanto por los portales como por los balcones. O por las ventanas. Viviendas que tendrán los techos altos, techos que a su vez serán suelos. Suelos (¿o quizá techos?) con baldosas hidráulicas valencianas, decoradas con motivos geométricos de patos y conejos, patos y conejos, patos y conejos… Dibujando así algo como una alegoría infinita a la paella.

Una calle donde las macetas de las plantas y flores que decoran los ventanales, serán a su vez jardines colgantes regados por desconcertantes cascadas. Y donde desde una terraza podrás pasar a un patio. Al patio de Carmen. O al de Domingo. Una calle compartida en la que de repente pasarás de tu rellano a casa del vecino, después de subir, o quizá bajar, alguna que otra elevada escalera a tomar una mistela. Un calle en constante movimiento. Viva. Algo loca quizá, pero que tampoco desentonaría mucho amb el poc trellat de algunas construcciones del resto de la ciutat.

Total, en Valencia ya se han hecho edificios a lo loco y sin ningún sentido previo ¿no? Pues eso.


Una calle para … Julio Bustamante, por Manolo Tarancón.

Foto: Eva HM.

Foto: Eva HM.

Si hay un artista en activo que inspira y expira Valencia por todas partes, ese es Julio Bustamante. Le pondría una calle ya mismo, y elegiría la actual Calle Maluquer, una recta corta que hace la perpendicular entre la enorme Calle Jesús y Albacete, más pequeña pero muy transitada. En cuanto cambiara sus placas, mantendría, como no puede ser de otra manera, su estructura en los números impares. Todo este lado corresponde a la Finca Roja, uno de los edificios más emblemáticos e históricos de la ciudad, y no puedo imaginar la acera de enfrente, la de los números pares, sin pintorescos pequeños comercios, esos de toda la vida.

Imagino una librería que combinara nuevos títulos con ejemplares usados y rarezas varias. Imagino una tienda que ofreciera diverso material para pintura, otro de los oficios bien llevados por Julio. Desde lienzos hasta pinceles y acuarelas. No puede faltar un bar. De los de toda la vida. Uno con mucha luz natural, donde se dé por hecho el bullicio y las conversaciones de todos los días entre la gente, y que además contara con muchas de sus preciosas obras expuestas en sus paredes. Un local con aroma a tapas recién hechas, sabores y olores que se entrecruzan y que abren el apetito sin dejar de lado la conversación. Con un pequeño escenario y un micro al fondo, de esos donde solo cabe un músico con su instrumento.

Imagino pocos edificios, un par como mucho, pero de pocas alturas y muy coloridos, muy vivos, como la energía que Julio transmite continuamente. Y sus balcones llenos de flores y de plantas. No sabría cómo trasladar el mar hasta esa calle, pero su propio universo lo pide,  así que de alguna manera tendría que estar presente. Con el tiempo, veríamos cómo, pero en lo que no podemos demorarnos es en darle, como bien merece, una calle. Por todo lo que ha creado y dado a Valencia a lo largo de muchos años. Porque sí.


Una calle para … Émile Jacques Dalcroze, por Sandra Ferrer.

Foto: Patricia Gázquez.

Foto: Patricia Gázquez.

Émile Jaques Dalcroze merece una calle y tendría una ciudad si de mí dependiese. Sería una calle con edificios palaciegos de piedra y portones altísimos de madera tallada. Portones con entresuelos que anticipasen elegantes escaleras de mármol, en constante movimiento. Sin ascensores, porque los encuentros en los rellanos son más amables y las conversaciones más distendidas.

La ubicaría la actual calle de La Paz. Al final hay una bonita plaza y eso la hace amigable. El tráfico sería escaso, y las aceras anchas, con viejos árboles a ambos lados de la calle. Me imagino entrando en uno de esos edificios con salones de techos altos, con el suelo bien pulido donde bailar descalza. Al final, un piano de cola al servicio de la improvisación.

Solo habría que cruzar la calle para encontrar algún que otro café de esos con poca luz, donde tocan jazz por las noches y el alcohol es de buena calidad. Encontraríamos tiendas de música donde pasar horas ojeando partituras y tarareándolas en silencio, o escuchando vinilos a buen precio. Al final de la calle, un par de restaurantes abiertos a cualquier hora, donde reponer fuerzas antes de clausurar un gran día.
La gente iría correteando de noche por los edificios en busca de un concierto en alguna azotea. Y allí en lo más alto, música en directo y ponche para todos!

La calle Dalcroze viviría el movimiento desde dentro, con su ritmo propio. Porque todo movimiento tiene necesidad de espacio y tiempo.


Una calle para … John Cage, por Eduardo Vendrell.

Eduardo Vendrell
Yo dedicaría una calle a John Cage. O quizá, a su obra más elocuente, 4’33’’, una oda al riesgo musical, pero también al silencio. O mejor, a los sonidos del silencio, aunque esto ya lo cantaron otros.

John Cage significa vanguardia y experimentación, pero también tradición (era aficionado a la micología y recolectaba setas), que es una combinación que me gusta y que echo en falta en la vida. Así que la calle tendría que ser tranquila, paseable, disfrutable, que permitiera escuchar los sonidos del día desde la tranquilidad de una sombra o resguardado bajo un balcón mientras llueve, que de vez en cuando lo hace, no crean. Una calle con poco trasiego, transitable sólo para peatones y ciclistas. Si me apuran con pocas entradas a viviendas, que también las hay en downtown Valencia, que es donde debería estar. En la esquina podría haber una tienda de discos, de vinilo, claro, pero no más, que tampoco es cuestión de forzar la imaginación.

Y sí, la quiero al lado de mi casa. De hecho propongo que sea la calle Moncofa, contra la que no tengo nada, pero a la que considero ideal para tal menester. Una calle escondida entre otras de paso, sin accesos molestos, que vislumbra al resto desde su escondite, que permite ver sin ser visto. Y sobre todo que permite oír el paso de los días de Valencia, con sus viandantes locales y foráneos. Con su sinfonía átona de pasos y rodaduras de skates, el lejano run-run de los coches y alguna que otra voz que llama a algún despistado. Imagino todo el conjunto como una enorme grabación de campo, lista para ser reciclada en composición aleatoria por John Cage.


Una calle para … los niños, por Diana Sánchez Mustieles.

Foto: Nicolas Lorente.

Foto: Nicolás Lorente.

Estuve pensando a quién dedicar una calle, pensé en escritores, pintores, arquitectos e incluso personajes de ficción…pero no sabía a quién le dedicaría una calle. Entonces vi a mi hijo jugando a mi lado, pintando un bonito dibujo y lo vi claro…yo dedicaría una calle a los niños, sí, sí, a todos los niños.

Creo que debería haber alguna calle así en todos los barrios, pero si tuviera que escoger alguno concreto sería por Benicalap o Marxalenes, barrios que me encantan y donde he trabajado en varias ocasiones.

Y cómo sería esa calle, pues sería ancha y luminosa, y peatonal, no podrían pasar coches a no ser que fueran de juguete. Sería una calle para que todos los ciudadanos (pequeños y grandes) pudieran vivirla y disfrutarla. Se podría pintar en paredes y suelos sin que nadie se lo prohibiera. En las aceras habrían columpios de todo tipo, también zonas de tierra para que los niños pudieran mancharse bien.

Además contaría con zonas ajardinadas con grandes árboles para sentarse bajo ellos a la sombra. Contaría con comercios como cafetería, ludoteca, librería e incluso algún kiosco (de esos que ya no quedan) y juguetería (en Valencia quedan poquísimas).

Me imagino pintando en las paredes con mi hijo y me encanta, pues yo sigo teniendo algo de alma de niña, ¿y vosotros?


Una calle para … Jerònima Galés, por Paco Inclán.

Paco Inclan

Pues me decanto por Jerònima Galés, impresora valenciana del siglo XVI. Sería una calle estrecha y peatonal del barrio del Carmen, me la imagino sin salida –parecida a la actual calle Cañete–. Aunque, pensando a lo grande, también podría sustituir a la de Colón, que nos han hecho creer que es una calle dedicada a un detergente (nos manipulan). Allí se concentrarían diversos trabajos relacionados con el papel y las publicaciones. Sí, sería una calle gremial, como las del centro de México D. F., cuyo callejero todavía está ordenado por oficios. El maestro David Barberá suele contarme que la desaparición de las calles gremiales acabó beneficiando a las grandes superficies en detrimento de los pequeños comerciantes; la unión hacía la fuerza.

En la calle Impresora Jerònima Galés se instalarían tres imprentas, dos librerías, la redacción de un periódico de barrio, un par de editoriales y una academia de tipógrafos. Puestos a soñar, habría una casa de lectura auspiciada por el Ayuntamiento. Nos traeríamos también el museo de papel que hay en Banyeres de Mariola y la hemeroteca municipal, porque su actual ubicación es propicia para que no la visite nadie. Y habría un bar que ofrecería menús elaborados con papel comestible para que los editores pudieran dar una segunda salida al stock de sus publicaciones. Sería una calle para ensalzar la histórica relación de Valencia con el papel y la imprenta. Y de paliar la carestía de mujeres ilustres –santas y vírgenes aparte– en el callejero de la ciudad, sin tener que recurrir a la paridad o la discriminación positiva. Jerònima Galés se lo merece porque sí. La Sociedad Bibliográfica Valenciana lleva su nombre.