Xavier Aliaga. Foto: Teresa León.

Xavier Aliaga ha hecho un viaje a las profundidades de su familia con su último libro, Les quatres vides de l’oncle Antoine (Angle Editorial, 2017). Una inmersión a pleno pulmón, en el que el neopreno ha sido sustituido por los recuerdos.

El eje sobre el que gravita la narración son los vacíos existentes en la vida de su tío Antonio. Huido de España durante la postguerra por su filiación política, marchó a Francia y acabó alistado en la Legión Extranjera. La distancia acabó mitificándolo sobre todo a los ojos y oídos de un Xavier niño. El escritor y periodista valenciano emprende una investigación para intentar descubrir la verdad sobre las cuatro vidas de su tío Antoine.

Una historia valiente en la que el lector acompaña al narrador en sus hallazgos y lamentos. Escrita con el ritmo preciso, que se devora con la ansiedad y preocupación por descubrir lo que se cuenta en la página siguiente. El libro ha ganado el Premi Ciutat de Tarragona de novel.la Pin i Soler.

Les quatre vides de l’oncle Antoine es la reconstrucción de la vida de tu tío Antonio, pero da la sensación que también quieres contar la historia de tu padre, de reivindicarle, de reajustar tu relación afectiva con él.

Sí, totalmente. Mi padre es uno de los grandes protagonistas del relato, porque es el inductor, porque es una persona hecha de otra pasta, de un material que ya casi no existe, uno de aquellos hombres que se da a los demás en tiempos de solipsismo y egocentrismo. Y porque me sentía en deuda. Casi nunca me había pedido nada. Era de justicia.

Esa sensación de querer ajustar cuentas con el pasado y corregir posible errores también planea sobre algunos de los pasajes más duros del libro, los fallecimientos de tu hermana y de tu madre. ¿En qué medida la escritura te ha servido para exorcizar esos sentimientos (de culpa o no) que llevabas dentro?

Hay un ajuste de cuentas conmigo mismo, por muchas de las cosas que no supe hacer en momentos críticos. Hay un poco de exorcismo y un poco de explicarme a mí mismo mientras escribía, destripar momentos en los cuales me sentí superado. El libro era un reajuste familiar, pero también personal. He sido duro conmigo mismo, en algunos momentos muy duro, pero era necesario. De alguna manera, me ayudó a ir haciendo mejor las cosas.

Es un libro muy valiente por lo que tiene de confesional e íntimo, aunque optas por la segunda persona del singular para narrarlo ¿Por qué?

La segunda persona apareció de manera casi casual, después de muchas pruebas, de ver que en primera persona el relato se iba de madre, se subía a cerros que no venían al caso. Aquella versión contenía un párrafo en segunda persona que salió casi sin querer, como un reflejo de lo bien que me sentí escribiendo el relato Només volia que ho saberes. Entonces decidí tirarme al monte, cambiar el narrador, una especie de segunda persona que se convierte en tercera, según pasajes, y entonces todo comenzó a encajar.

¿Te fijaste algunos límites previos que no ibas a atravesar?

Hay algunos, pocos, para no provocar más heridas, pero no quería edulcorar nada. La novela es dura. Y no tenía sentido que no lo fuera.

El proceso de documentación y escritura del libro adquiere similar protagonismo a la propia historia de Antonio. ¿Fue una necesidad para afrontarlo, un recurso literario,…?

Creo que la inclusión de la investigación en la narración tiene un sentido. Como decía una amiga, excelente lectora, en algún momento de la novela todo se entiendo mucho mejor. Y si llegas al final, más todavía. Era necesario y, por qué no decirlo, literariamente me sentía mucho más cómodo que con una vía más convencional.

Dudabas a la hora de decantarte entre la ficción y la no ficción y, aunque se impone la segunda, hay momentos en los que no puedes evitar dejar volar la imaginación y reconstruir pequeños fragmentos de cómo lo hubieras narrado en esa hipotética novela. ¿Te arrepientes de la decisión que tomaste o este era un libro que necesitabas que se fijara a la realidad lo máximo posible?

No, en absoluto. La obra tenía que ser fiel a la realidad, porque en el fondo es un gran reportaje periodístico. Pero también es una novela. Y el narrador que llevo incorporado, el creador de ficciones, sale a pasear en algunos momentos advirtiendo previamente al lector. Era una manera de llenar los huecos que jamás podremos llenar.

A pesar de esa apuesta por la no ficción, es un libro al que cuesta no catalogar como novela, de hecho en los agradecimientos así te refieres tú al mismo. ¿Es bueno o malo para la credibilidad de la historia que se cuenta?

No sé si es bueno o malo, pero yo creo que sólo desde una visión muy cerrada se le puede discutir al libro su condición de novela. Porque hay memorias, biografía, dietarismo, un poco de género epistolar y secciones ficcionadas pactadas con el lector. Todo es real, por tanto. Pero la recepción ya no depende de mí.

En el libro subyacen otros temas más allá de la figura de tu tio Antonio como puede ser la nunca lo suficientemente reconocida lucha contra el franquismo de muchos ciudadanos anónimos, la precariedad del periodismo, el papel de los libros para entender la realidad, la memoria en toda su dimensión, las peculiares relaciones que se establecen en las familias,… ¿fue intencionado o surgieron a medida que avanzabas en la escritura?

Mi intención era reivindicar la parte combativa de mi tío, pero al final del proceso de escritura y documentación, encontré un sentido colectivo. Me gustaría que fuera interpretado el libro como un homenaje a todos los tíos Antonio, todas las Remedios y todas las Yvette que no han tenido alguien que contara su historia. Esta vertiente no buscada de la novela me resulta emocionante. El resto de reflexiones fueron surgiendo, se me subían a las barbas.

Salvando las distancias (y que aquí los personajes sí corresponden con personas reales), ¿se puede entender Les quatre vides de l’oncle Antoine como el paso a la madurez (entendido como la asunción de muchas responsabilidades y decepciones) de la generación retratada en Vides desafinades? ¿Es, en ese sentido, un libro generacional?

Bueno, hay un cierto paralelismo, por el tema de la edad, del paso a la madurez, pero las condiciones eran muy diferentes. Me da la sensación que si haces el contraste, los personajes de Vides desafinades, que no pasaron por una guerra, por una postguerra ni por el exilio político (sí por el económico), salen mal parados, se ahogan en vasos de agua, no saben lo que son de verdad situaciones extremas. En algún momento del libro sugiero ese contraste aplicado a mí mismo.

Reconoces que nunca como en este libro has sentido el peso de las incertidumbres y las inseguridades. ¿A qué te refieres exactamente?

A que era un proyecto que no tenía nada que ver con lo que yo había hecho. Sufrimiento puro, desdel punto de vista intelectual: para encontrar el tono, el narrador, los límites, la forma… Y porque me empujaba a una investigación emocionante pero también dolorosa en el plano personal, en un momento además muy complicado para mí. Pero era un libro que debía emerger.

En un momento del libro haces referencia a las lecturas que te recuerdan porque querías escribir y citas a Cabré, Chirbes, Franzen, Claudel, Bernhard ¿Qué libros exactamente, de esos autores u otros, fueron los que te animaron a contar historias?

Bueno, seguramente los autores que me empujaron a escribir historias no son ellos, sino descubrimientos anteriores. Descubrir La ciudad y los perros o Los cachorros, ambas de Vargas Llosa, creo que fue el detonante definitivo. Los autores que citas son los que me desincentivan a escribir, los que me recuerdan que hay un umbral de excelencia que me queda todavía muy lejano. Leer alguno de sus mejores libros me empuja a tirar la toalla, a dejarlo, pero como esto de escribir ya no tiene remedio, me sirven también para ser exigente, para no dar por buena cualquier cosa.

¿Disfrutaste tanto como parece con la labor de documentación? ¿Es ahí dónde más aparece en el libro el Xavier Aliaga periodista?

La verdad es que las tareas de documentación me cuestan, me parecen una montaña. Me pasa también con los reportajes. Después me pongo, voy tirando de los hilos, descubro cosas, voy dotando el texto de sentido.. Y lo paso teta. Durante el proceso de gestación de la novela, cuando encontraba algo que servía para llenar casillas vacías, sentía una satisfacción absoluta.

Sin descubrir nada del devenir del libro, ¿cómo definirías tu relación con tu tío Antonio finalizada tu investigación y el libro respecto al perfil que tenías trazado de él antes de todo?

Bueno, ha sido curioso. Partía de una cierta mitificación infantil, luego ha habido un proceso de desmitificación y, para acabar, un poner las cosas en su justo lugar. Pero, como bien dices, me gustaría que eso lo descubriera el lector.

¿Por qué tu mujer y tus hijos solo aparecen mencionados con la letra inicial de su nombre?

Porque no tienen una relación directa con la historia. Ya que la novela es un vaciado absoluto, dejar sus iniciales y no los nombres completos era una especie de preservación simbólica de su intimidad.

Hablando de tu mujer, ¿qué fue lo que te sugirió (según reconoces en los agradecimientos) que permitió que salieras del callejón en el que estabas atrapado respecto al libro?

Hay un momento en que mi mujer me ve sufrir porque hay algo que no funciona y no sé lo que es. Y un año después de leer una de las versiones iniciales, reflexiona y llega a una conclusión interesante. Yo partía de una idea muy cartesiana, muy cerrada: el lector debía conocer los hechos al mismo tiempo que yo, cronológicamente. Ella me hizo ver que eso no tenía sentido, que estaba haciendo una novela y debía gestionar mejor la información para mantener el interés. Esconder algunas cartas. En la versión final, el lector continúa entrando en la historia en paralelo al narrador, pero hay ciertas cosas que me voy guardando. Fue como liberarse de un corsé.