Foto: Eva M. Rosúa.

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Se conoce como RSMA (Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma) y es una de las cosas más difíciles de explicar. Sobre todo a aquellos que no lo sienten. Jaume Tarascó lo hace muy bien en el número cuatro de la revista Perdiz: «Ciertos estímulos visuales, auditivos, olfativos o cognitivos aparentemente triviales que provocan escalofríos y cosquillas, una vibración placentera que empieza en la cabeza, da un masaje a las neuronas y se expande por todo el cuerpo». Si hay alguna publicación que pueda transmitir algo similiar a eso es, sin duda, la mencionada Perdiz.

Foto: Eva M. Rosúa.

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Vivimos tiempos de una eclosión revistera muy edificante, pero en la que cuesta encontrar apuestas distintas, que prescindan de amarres hacia un forma de editar con ciertas deudas con el pasado. A mediados de los noventa hubo una explosión de publicaciones gratuitas. Las había de todo tipo, temática, idioma y tamaño. O al menos aparentemente. Uno podía entrar, por poner un ejemplo, en el Mercado de Fuencarral y salir con veinte si era a principios de mes. Por desgracia, y a pesar de ciertos rasgos diferenciales, cada vez se fueron pareciendo más, unas a otras, marcadas por la actualidad y por los anunciantes. Eso provocó que fueran desapareciendo. Algo similar ocurrió ya entrado el año 2000 con las revistas de tendencias. Hasta los diarios se apuntaron a la moda. Al final, si cambiabas la cabecera, todas parecían editadas siguiendo el mismo patrón. A Perdiz, difícilmente le ocurrirá eso.

Foto: Eva M. Rosúa.

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Perdiz es una revista sobre personas y las cosas que les hacen felices, se puede leer en su web. «La felicidad es contagiosa», es su lema, extraído de un estudio del British Medical Journal. Pero que nadie espere una sobredosis edulcorada de la filosofía wonderful. Aquí lo que importan son las historias. Lo único que debería importar en cualquier revista del mundo. Historias. Como la de Camille Seaman, fotógrafa, artista, activista medioambiental y cazadora de tormentas. O Kim Ossenblok, barista y apasionado del café. Historias que tienen en común la felicidad de sus protagonistas con lo que hacen.

Todo parece pensado en la publicación para ser disfrutado sin excusas, desde el lomo cosido a vista a la selección de ilustradores (Raquel González, Mariano García Cruz o Sebastian Kalwak), pasando por la publicidad no invasiva, los tonos de las tipografías o el papel. Y, por encima de ello, los contenidos. Hay lugar para buenas noticias y una sección itinerante llamada «Cosas Bonitas» que hace pleno siempre. Perdiz, además, cumple con la máxima (que muchas otras publicaciones han olvidado) de sorprender, de descubrir historias (sí, otra vez la palabra) y personas con nombres y apellidos que no tienen espacio en otras revistas. Han conseguido algo tan difícil como crear una marca en el buen sentido de la palabra. La fidelidad absoluta del lector.

Foto: Eva M. Rosúa.

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En Perdiz conviven todos los géneros periodísticos. Incluso practican la invisibilidad cuando ceden la voz a los protagonistas. Una puerta de entrada no sólo al arte, sino a la vida de los que nos la muestran. Yijun Liao es una de ellas. Ha testimoniado la relación con su novio desde hace siete años. Las fotografías desbordan el espacio material de la revista y llegan a absorber al espectador. Unas páginas que bien podrían ser un paseo por el piso de la pareja.

La relación experimental de Liao aparece en el número cuatro de la publicación, que aún podéis adquirir en la Librería Dadá, donde también se encuentra la quinta entrega recién salida. La felicidad en papel.

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