Gracia Querejeta. Foto: Jose Haro.

Tres mujeres, un paseo semanal por el parque y muchas historias. Este sería el injusto resumen en formato tuit de Invisibles, la nueva película de Gracia Querejeta, que se estrena hoy, viernes 6 de marzo. En ella, Emma Suárez (aquí puedes leer la entrevista que le realizamos), Adriana Ozores y Nathalie Poza dan vida a tres amigas, tres perfiles bien distintos, que comparten, con mayor o menor intensidad, sus problemas y emociones, en el trabajo y en la familia, en definitiva en el mundo que les rodea.

Hablábamos en el párrafo anterior de injusto resumen, porque la película es mucho más. Gracias  a un guión muy bien trenzado, se suceden con acertada cotidianeidad, temas como la soledad, el paso del tiempo, el papel de la mujer en la sociedad, las desigualdades laborales, las relaciones amorosas y sexuales (y las que no son ni una cosa ni la otra), la amistad, los miedos, los secretos,… fluyendo oxigenadamente como las caminatas de las protagonistas.

Cambiamos los paseos por el parque por dos butacas de los Cines Lys para entrevistar a Gracia Querejeta.

Si hay que buscar el origen de Invisibles hay que remontarse a dos películas anteriores tuyas.

Sí. En El último viaje de Robert Rylands (1996), mi padre (Elías Querejeta) y yo queríamos incluir en el guión una cosa que en Inglaterra era muy común, gente que se juntaba para pasear por el campo, en los alrededores de Oxford en este caso concreto. Entonces, te hablo del año 1994, era algo muy poco habitual en España. En El Retiro nadie paseaba, había dos chalados haciendo lo que se llamaba jogging. No entró en aquella película y eso se me quedó en el tintero y ha salido muchos años después.

Además, cuando estábamos rodando Cuando vuelvas a mi lado (1999), Mercedes Sampietro, que tendría 50 años y yo treinta y tantos, me dijo “tú no te has enterado todavía, pero hay un momento en el que la mujer se convierte invisible, nos volvemos invisibles”. Yo le dije “Vete por ahí, Mercedes, con lo guapa que tú eres”. Y creo que tenía razón.

Pasado el tiempo creo que era el momento oportuno para mí, como directora y guionista, de hacer esta película, que no hubiera podido hacer en otra época de mi vida.

El espectador de Invisibles se siente, de alguna manera, como aquellos niños de tu ópera prima, Una estación de paso (1992) que se subían a los árboles para ver lo que ocurría.

En cierto sentido podría ser, hay planos cenitales y muy a vista de pájaro. A mí me gustaría que el espectador estuviera acompañando a estas mujeres en los paseos como alguien invisible, nunca mejor dicho. Claro, para ello les tiene que parecer interesante lo que cuentan. Es importante aclarar que la película no tiene nada de filosófica, no diserta sobre la edad, es una película en la que van pasando cosas y a raíz de eso que les va ocurriendo a cada una de las protagonistas en sus vidas van saliendo y aflorando distintos temas.

En un principio, Invisibles iba a ser una serie.

Sí, de hecho se está intentando hacer ahora una serie. Hemos revertido el proceso, ha sido algo muy extraño. Como serie, antes de que fuera película, estuvo a punto de comprarla TVE, pero decían que no había mucho presupuesto, porque obviamente era una serie para La 2, y lo reconvertimos en película. Te hablo de hace cuatro años cuando las series no eran lo que son ahora. Y, en el rodaje, las propias actrices, fueron las que me animaron a que lo volviera a intentar. Ya está hecho el desarrollo de la primera temporada, parte de la segunda, y los productores están negociando, a ver qué ocurre.

Rodaje de «Invisibles». Foto: Jose Haro.

¿Sería una serie que continuaría donde acaba la película?

Hay una parte que sí, que lo retoma, pero muy poco. No cambian los paseos, serían dos o tres por capítulo, pero la novedad es que iríamos a conocer los mundos de cada una de ellas, no nos quedaríamos solo en el parque.

En el reparto llama la atención la ausencia de Maribel Verdú, no ya solo por el hecho de que protagonizara tus cuatro películas anteriores, sino porque durante la promoción de Ola de crímenes (2018), ya hablastéis de Invisibles y de que ella sería una de las protagonistas, en el papel que al final ha hecho Nathalie Poza.

No pasó nada extracinematográfico ni nada. Simplemente, que al final era todo un poco lío, y pensamos que era mejor que lo interpretara otra actriz.

Con Adriana Ozores ya habías coincidido en Cuando vuelvas a mi lado (1999), en Héctor (2004) y en el corto Fracaso escolar (2012). Después de tantos años, ¿cómo es el reencuentro con alguien con quien trabajaste en una época concreta de vuestras vidas, teniendo en cuenta que ya no sois las mismas, ni personal ni profesionalmente?

Evidentemente, hemos evolucionado, pero somos las mismas personas. Adriana y yo nos miramos y sabemos dónde estamos, lo que tenemos que corregir, lo que se puede mejorar, lo que está bien… Somos en esencia las mismas, aunque ya tenemos unos cuantos años más encima, pero es un placer trabajar con una actriz como ella.

Con Emma Suárez y Nathalie Poza ha sido la primera vez.

Con Emma tenía muchísimas ganas de trabajar desde hace mucho tiempo. Y con Nathalie también. Para Nathalie le hice pruebas para dos o tres papeles en dos o tres momentos distintos, y a la tercera ha sido la vencida.

Rodaje de «Invisibles». Foto: Jose Haro.

¿Das mucha libertad a tus actrices y actores para que aporten cosas o tienen que ajustarse a un guión muy cerrado?

El guión siempre está muy cerrado, pero a partir de eso, de que todo el mundo se sabe lo que tiene que saber, sí, doy libertad, pero a partir de ahí, no antes. Si surgen cosas que, de repente, son chispazos, e implican cambios de texto o que hay que rehacer una secuencia de manera distinta a como está en el guión, se hace sin problema. Pero como digo, siempre a partir de tener un, dijéramos, guión de hierro que es nuestra guía.

El guión lo vuelves a firmar con Antonio Mercero, con quien ya habías trabajado en Fracaso escolar, 15 años y un día (2013), Felices 140 (2015), Tanto monta (2017) o Canasta (2018). ¿Cómo os dividís el trabajo?

Hay guiones en que voy yo por delante y otros en los que va Antonio. En Invisibles iba por delante él. Hubo un momento en el que yo empecé a cagarme de miedo de que todo ocurriera en el parque, tenía dudas de si tendríamos que irnos también a las casas de las chicas, pero él fue muy férreo, y tengo que agradecérselo. Me dijo que esa era la apuesta y había que ser fieles a la misma, con todas las consecuencias.

La verdad es que no sé cómo trabajamos. Tenemos distintos métodos que aplicamos según cada situación, según cada cual tenga más trabajo por otro lado. Nos intercambiamos muchas ideas, muchos papeles… Ahora estamos con un proyecto nuevo de guión que estamos terminando y lo hemos escrito en dos épocas distintas. Empezamos hace dos o  tres años, paramos porque nos liamos con otras cosas, y lo hemos vuelto a retomar.

Lo que sí que es verdad es que conseguir trabajar un guión con una persona con la que te sientas cómoda es un placer. Hacer un guión con alguien es ser un libro abierto, de cara al montón de cosas que se hablan, que se cuentan, que se explican, de la vida de uno, de la vida del otro, de la de los demás…tienes que hacerlo con alguien con quien tengas mucha comodidad. Y a mí, con Mercero, me pasa, además de que creo que es muy buen guionista.

Es una constante en tu filmografía (salvo en Ola de crímenes que lo firmaba Luis Marías en solitario) escribir los guiones con alguien.

Es que así es más divertido. El trabajo de guión es duro, solitario y se hace un poco arduo. Es bueno tener una pared enfrente, toc-toc toc-toc toc-toc, con la que estar comparando.

¿Cómo fue el rodaje teniendo en cuenta que utilizasteis, principalmente, steadycam? ¿Estaba todo (storyboard, marcas de las protagonistas, los textos, los paseos…) planificado milimétricamente?

Toda está rodada con steady, incluso los planos fijos. Hay alguna cabeza caliente, pero el resto todo steady. Siempre ruedo con un storyboard que, además, me hago yo, no está muy bien dibujado pero es muy eficaz para saber cómo hay que contar las cosas.

En Invisibles, ensayamos primero, digamos, en mesa, y luego nos fuimos al Parque del Príncipe en Cáceres y las chicas fueron ensayando, una por una, los paseos que aparecen en la película, para medirlo todo, el texto, la iluminación… Parece una película sencilla, pero es una de las más difíciles que he rodado.

Rodaje de «Invisibles». Foto: Jesús Casillas.

Es una película que cuenta algunas historias duras, pero siempre hay una pátina de humor que no es que las suavice, sino que las hace más verídicas.

La idea es reírse un poco de tus propias miserias y realidades, de tus taradeces, de tus neuras. Todos las tenemos, no solo las mujeres. Es esa necesidad y sensación de tomar un poco de distancia en unos determinados momentos y poder reírte de uno mismo.

Si hubiera que buscar un relato sobre mujeres en tu filmografía que presentara la otra cara de las protagonistas de Invisibles sería Siete mesas de billar francés (2007)…

Sí, exacto, aquella película era el mundo de la mujer empoderada, mujeres que salen adelante, que luchan…e Invisibles es una película de, ¡ojo!, no siempre eso es posible.

Siguiendo con Siete mesas de billar francés, se trata de una película muy importante en tu filmografía. La crítica suele marcarla como el inicio de una nueva etapa en tu carrera, tu cuenta de twitter es sietemesas, a partir de ella da la sensación de que comenzaste a trabajar de una manera diferente… ¿Es una película troncal en tu filmografía, con una trascendencia especial?

Sí, como bien dices, es una película troncal. De pronto cambié, incluso, la manera de rodar. Además es la última película que pudo producir mi padre en toda su carrera. Es una película emblemática para mí.

En València rodaste Canasta, un homenaje al Hemisfèric por su veinte aniversario.

A mí, el Hemisfèric me encanta, me parece un sitio mágico. Me llamaron de una productora para que escribiéramos el guión de un mediometraje y lo hice con Mercero también. Además lo dirigí. Rodamos durante cinco días en València, muy cómodos. Es un producto que me gusta mucho, un trabajo al que le tengo mucho cariño.