Manuel Cuadrado. Foto: Mercedes Herrán.

“Soy ya muy mayor y por muchos peinaos y marketing que te hagan si el cambio no es natural se nota”. Suscribo estas declaraciones de Lolita Flores de hace unos cuantos años. ¿Mayor?, bueno, digamos que joven maduro. ¿Peinaos?, esto está más difícil, la foto lo deja claro. ¿Marketing?, pues sí, es un poco a lo que me dedico. Soy PDI, ¿cómo?, profesor e investigador del departamento de Comercialización e Investigación de Mercados de la Universitat de València. No sólo doy clases, estudio y publico sobre gestión y marketing en el contexto cultural, sino que también colaboro como asesor, consultor, programador y productor en diferentes proyectos y organizaciones en este sector. Mezclo dos mundos nada fáciles, ¿quién dijo que esto era sencillo?. Y aunque de gran naturalidad, pese a los cambios, en tales contextos resulto un poco perro verde. Y reconozco que me encanta. Como decía una profesora de infantil que tuve: el niño es independiente, inconformista pero muy responsable, creativo y educado. Quizá esto último sea porque pocas veces me enfado, aunque me entristecen y duelen muchas cosas. Pero siempre trato de ver la parte positiva de la vida, que la tiene. Porque aguantar que a uno lo llamen de más de doce maneras distintas teniendo un nombre tan fácil de pronunciar como es Manuel, tiene su aquel. Es que me hubiera gustado ser extranjero y quizá por eso, y por mi físico, lo proyecte y confunda a la gente, que no suele saber muy bien de donde soy. Pues de aquí y de allá.

Un disco: No suelo escuchar álbumes enteros, soy más de canciones de distintos grupos. Pero hay dos discos que recuerdo haber puesto enteros sin parar una y otra vez. Uno es Bloom de Beach House. Me erotiza y me transporta; no sé donde, pero me transporta. El otro más reciente es Record de Tracey Thorn. Sugerente, potente. Me incita a bailar con una cadencia algo relajada (where I´d like to be is on the dancefloor with some drinks inside of me).

Una película: Esta pregunta me resulta más difícil de contestar. ¡Hay tantas que me apasionan! Pero me quedo con Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristarain, con Federico Luppi, José Sacristán, Cecilia Roth y Leonor Benedetto. Están maravillosos. Una cinta que me cautivó no sólo por el trabajo actoral sino por la temática, y un fabuloso guión. Me sigue emocionando cada vez que la veo, y han sido muchas.

Un libro: Alone in Berlin, de Hans Fallada. Un libro que, escrito pocos años después de la segunda guerra mundial, narra una historia familiar demoledora en un Berlin todavía no ocupado pero describiendo sentimientos y emociones con un estilo más propio de nuestra época. ¿No puedo poner otro? Porque The oracle night de Paul Auster me resultó también cautivador.

Una serie de tv: Me voy a mi niñez: Los ángeles de Charlie. Verla ahora me daría un poco de risa y algo de vergüenza. Pero cómo olvidar a Farrah Fawcet Majors atrapando a un ladrón sobre un monopatín por un parque. Una pionera del skating y del arte de no despeinarse aquella melena rubia escalonada. Aunque a mi quien me gustaba era Kate Jackson. Ya de mayorcito, Mad Men. Imprescindible.

Una serie de dibujos de Tv: No he sido muy fan de las series de dibujos, aunque me tragué varias, muchas de ellas malérrimas. Me quedo con la serie de Looney Tunes donde aparece Piolín, al que le pareció ver “un lindo gatito”.

Una revista: Durante años fui lector empedernido del suplemento dominical de un periódico de tirada nacional. Ahora me aburre tanta opinática y exceso de anuncios. Para eso me quedo con el Hola. Esas casas, esas fiestas y celebraciones o esos reportajes de lunas de miel tan tan… sorprendentes, imposibles.

Un icono sexual: Aunque creo que los símbolos sexuales se relacionan con el mundo del cine o de la moda, uno puede sentir incluso más deseo por alguien con quien coincida en el metro o por la calle durante unos segundos. Si nos centramos en el cine y no por atracción sexual como tal, sino por magnetismo y belleza me quedo con Katherine Hepburn y Paul Newman.

Una comida: Jamás tomo huevo duro, no me gusta, pero no me pueden gustar más las croquetas hechas con ellos. Una contradicción, como tantas cosas en mi vida. Pero eso sí, una sencilla exquisitez, si están bien hechas claro.

Un bar de Valencia: Aquarium en la Gran Vía Marqués del Turia. Su estilo viejuno, la profesionalidad, y a veces un poco de mal humor, del servicio, la cerveza siempre fría, los hielos perfectos para tomarlos con cualquier refresco o combinado, los cacahuetes fritos, los montaditos de tártara, la merengada y demás… lo hacen irresistible para ir de vez en cuando.

Una calle de Valencia: La calle Salamanca, en el Ensanche. No es de las más bonitas de la zona pero es mi referente. La he pateado millones de veces. Arquitectónicamente no ha cambiado en mucho tiempo, la mayoría de locales y tiendas sí y sobre todo su gente. Son tantos los que ya no están…