Javier Llorens. Foto: Sergi Inclán. Estilismo: Amadeo Pedrolo.

«Basta de persecución y tortura», «Stop asesinatos con aviones sirenas campanas y ruidos día y noche», «A sirenazos con ambulancias», «Siguen asesinando con aviones». Estos son algunos de los mensajes que, acompañados de dibujos y sobre tablas de madera, puertas o cualquier soporte como muros, señales o postes eléctricos, se ha ido encontrando Javier Llorens desde 2012, en sus paseos por los caminos rurales de pueblos y pedanías de l’Horta Nord.

Mensajes indescifrables (y demoledores como muy bien apunta él), desasosegantes, inquietos, incluso desesperados, pero al mismo tiempo con un extraño punto de atracción. Llorens los fue fotografiando y coleccionando, compartiendo algunos en sus redes sociales, sin contacto alguno con el autor. Ahora los ha publicado en un libro autoeditado de solo cien copias, Campanadas de dolor 2012-2018, que se puede (y debe) pedir al mail javigurruchaga@gmail.com.

¿Cuándo descubres la primera de las «obras» y en qué momento decides que vas a capturarlas fotográficamente todas? ¿Ha habido alguna intención de catalogarlas?

El primer diagrama que captó mi atención, es uno de los más rupestres que existen y se encuentra en el muro que da entrada a una antigua finca rural abandonada, recuerdo que paseaba en bicicleta y miré distraídamente hacia un pequeño oasis cromático. Observé algo que provocó un doble escándalo a mi razón. Sobre ese anodino muro incoloro, resplandecía una especie de extraño lema: “Valencia. Los asesinos dan así muerte y sirenas”. Esa delirante, a la par que incomprensible frase. Junto a la entrañable representación de una especie de homúnculo hostigado por un avión, un helicóptero y varios camioncitos en actitud bélica sembró en mí mil dudas. Pensé en que nunca iba a conocer el trazado que la realidad había descrito para que ese glorioso conjunto acabara plasmado en aquel lugar. Me pregunté quién sería el autor y no pude por menos que imaginar a una especie de Joselito, el cantante niño, recreando muy enfadado una chiflada reivindicación, con botecitos de esmalte Titanlux y Tipex.

Era una cosa muy rara que me maravilló, aunque tampoco mucho. Creo que en ese momento fui consciente de que lo que acababa de ver, llevaba tiempo allí y de que lo había visto muchas veces sin darme mucha cuenta de nada. Le hice una foto con el móvil y la colgué en Facebook alcanzando rápidamente la vertiginosa cifra de dos likes solidarios. Corría el año 2012. Posteriormente empecé a descubrir que existían más y empecé a asomarme a todo esto. Con el tiempo su producción aumentó y un día me di cuenta de que llevaba varios años fotografiando Tormentums, que es la denominación casera que he aplicado a estos fenómenos psicopictóricos.

Cuando reuní cerca de doscientas imágenes, empezó a rondarme la idea de crear una especie de publicación que actuara como un catálogo de exposición. Una exposición muy jodida en continua transformación.

Foto: Javier Llorens.

¿Seguías algún recorrido concreto para provocar tu encuentro con más Tormentums o siempre era fruto de la casualidad o de tus rutinas?

Afortunadamente la deriva de mis rutinas provoca que me encuentre con estas obras continuamente. O al menos eso creo. El autor las coloca en los márgenes de los caminos rurales y en rotondas de tránsito fluido. Las va cambiando de lugar, las modifica. Las repinta y reescribe encima. Tiene un radio de acción limitado que se puede consultar en el mapa que contiene la publicación. A veces me pregunto si los recorridos que utilizo para desarrollar mis quehaceres, se han visto modificados por el hecho de saber dónde afloran los Tormentums. Me lo pregunto y me respondo que sí.

Dices en la intro «Poco o nada se sabe del autor. Poco se quiere saber. Nada quiere saber él de nosotros». Sin embargo, al principio, a medida que ibas descubriendo nuevas imágenes, sí tendrías curiosidad por saber quién estaba detrás. En ese mismo texto hablas de que es un hombre. ¿Cómo fue y ha sido tu relación con el autor y cómo ha ido evolucionando la misma?

Nunca he establecido contacto con él. Lo que realmente me ha interesado en todo momento es el enigma que suscita su obra. Los misterios sin resolver. Las realidades no catalogadas son necesarias para que el mundo que habitamos no acabe por devorar nuestra excelencia. Hoy en día cualquier duda nivel usuario tiene respuesta con sólo buscar un poco en la red. Te asomas a las redes sociales y están repletas de enlaces con “datitos folclóricos” que se supone que completan tramos de información, en realidad, no muy necesarios. Tanta información acaba con el asombro de toda la vida. Con el “Solo se sabe que no se sabe nada”. Y ahí la persona, que es como denominamos en mi casa al ser humano, está perdiendo sin saberlo, una importante batalla.

Desde mi punto de vista todo lo que está sucediendo con la instalación de los Tormentums, se sustenta en perfecto equilibrio y cualquier invasión de esa realidad, podría intoxicarla. Soy totalmente consciente, de que esta publicación también. Aunque, por una parte veo muy difícil que Campanadas de dolor llegue a sus manos.

Ese distanciamiento del autor, centrando el foco en su obra, también parece que se extiende a la hora de no aparecer tu nombre en portada y solo quedar reflejado de manera discreta en una página interior. ¿Es intencionado?

Desde luego. Esta publicación pretende transmitir el hecho. Insisto. Abrir camino a la imaginación. Yo no formo parte de ninguna de las variables que conforman esta extraña incógnita. Es innegable que mi ego está jugando un papel, pero a efectos proféticos y sin ánimo de mucho. Mira, cuando yo era pequeño iba a unos recreativos en los que había un chaval, al que llamábamos Timy porque tenía un poco cara de Doberman. Ese chaval, apagaba todas las máquinas cuando era hora de cerrar los recreativos a cambio de un paquete de ganchitos de la marca Riskys. No pedía más. Él se sentía importante desconectando las máquinas y pagado con su paquete de Riskys. Pues yo igual.

Resulta que me he pasado unos años haciendo fotografías a estos elementos sin darme mucha cuenta y posteriormente he “editado”,  junto a Josep Toledo este catálogo. No hay más ambición que dar salida al material acumulado y de paso observar las reacciones de la gente. A pesar del cariz cómico que podamos pensar que contiene todo esto, que también lo tiene, existe, ante todo, un respeto muy profundo por el autor y por su obra. Y aquí me pongo serio.

Foto: Javier Llorens.

El libro recoge diagramas de 2012 a 2018. ¿Supone eso que has cerrado una etapa? ¿Has pasado ya por la tesitura de presenciar nuevas imágenes y no fotografiarlas?

Sí. Llegó un momento en que, después de observar la gran cantidad de material fotografiado y viendo que la instalación de Tormentums no iba a parar, sentí que el fenómeno iba a formar parte de mi vida. Supongo que al igual que María Gómez Cámara y lo acaecido en su domicilio de Bélmez de la Moraleda (Jaén). Tras una conversación con mi psiquiatra, opté por publicar esto y pasar página. Me he encontrado con muchos posteriormente y he de reconocer que el cosquilleo no cesa.

¿Cuál crees que es la intención de su autor al compartirlas, pero hacerlo en un circuito tan restringido como los caminos rurales de pueblos y pedanías de l’Horta Nord?

Considero que es una cuestión de comodidad operativa y de desplazamiento. Si yo hubiera estructurado un estudio como dios manda, con un mapa, chinchetas de diferentes colores y Post-its, con flujos de información garabateados hubiera llegado a la conclusión de que los paneles más grandes son los que ubica más cerca de su centro de operaciones y a medida que se va alejando ya no utiliza paneles ni lienzos. Aprovecha los soportes que el destino le propone. Muros, contenedores, postes de la luz. Es más cómodo desplazarse solo con los aperos de pintura. Existen una serie de «puntos calientes» donde sus intervenciones son constantes y alrededor de ellos, extiende geográficamente, en la medida de sus posibilidades, sus mensajes. El libro incluye un mapa donde quedan reflejados todas las zonas de avistamientos.

El hecho de que muchas veces reciclara soportes para acabar incluyendo un mensaje muy similar, ¿se debe entender como una necesidad expresiva, cierta obsesión enfermiza o una intención creativa? ¿Has analizado en algún momento los posibles comportamientos de su autor a través de sus imágenes y lo que les rodea (soportes, ubicación, fechas,…)?

Particularmente considero que nos encontramos ante un “artista marginal” y que existen causas desafortunadas que provocan una especie de trance creativo que germina en la creación de todos estos rótulos. Existen dolencias como el transtorno disociativo, que pueden provocar alteraciones de la percepción, extrasensibilidad a los ruidos que pueden ser incluso imaginarios. Ruidos de sirenas, aviones, trenes y también alucinaciones. Esta posibilidad puede venir dada por haber sufrido un importante trauma. De esta dramática posibilidad es muy difícil abstraerse porque esa persona está sufriendo y lo está expresando.

Hay algunos elementos comunes que se repiten durante todos los años (la presencia de aviones en los dibujos, el soporte madera, palabras como «ejecución» o «tortura», cierta obsesión persecutoria, la denuncia o petición de ayuda / auxilio que parecen desprender algunas, elementos añadido a esa tortura como los focos / luces,…). ¿Has analizado estos aspectos alguna vez? ¿Has llegado a alguna conclusión sobre su autor y sobre la necesidad de sus intervenciones?

Cabe añadir a lo expuesto anteriormente, que con el tiempo ha ido añadiendo ingredientes a este caldo. Si bien es cierto que su sufrimiento con aviones y helicópteros, siempre ha estado presente; con el tiempo ha ido sumando más elementos y los mensajes han ido aumentando en contenido. El título del libro, Campanadas de dolor, viene dado por un mítico rótulo que nadie ha visto. Este fenómeno cuenta ya con su mitología propia. Sí. Nos aburrimos mucho.

Foto: Javier Llorens.

Llama la atención que la uniformidad de estilo presente en casi todo el periodo reflejado se rompe, y de una manera más artística, en julio de 2016, con unas imágenes en las que el color rojo asume el protagonismo y prescinde casi de las palabras. ¿Por qué crees que pudo pasar y no se repitió (al menos en las que se recogen en el libro)? Cuando te encontrabas con un cambio tan acentuado, ¿cómo reaccionabas?

Cierto. Recuerdo perfectamente esos días. El primero apareció en mitad de una ola de calor desquiciante. En un principio pensaba que se debía al fuerte calor que estábamos sufriendo. Durante tres meses abandonó su registro y nos sorprendió con esos nuevos formatos totalmente diferentes. Esos cambios siempre son muy emocionantes. En muy pocas ocasiones se dan.

¿Por qué has tenido la necesidad de testimoniar todos estos diagramas y editar un libro con una selección de los mismos?

Básicamente, por compartir este fenómeno tan local. Para mí es maravilloso y me parece un digno homenaje al autor. Campanadas de dolor es el catálogo de su exposición. Me interesa mucho la reacción de la gente y creo que me provoca mucho placer pensar que hay cientos de personas que se cruzan con las obras y no están preparadas para preguntarse qué narices quieren decir esos rótulos. Es posible que ni las vean.

También saber que otros cientos sí se lo preguntan. No sé. Todos estos hechos dinamitan las estructuras, sobre las que nos gusta habitar cómodamente.

Junto al siempre eficiente Josep Toledo (Epo), construimos esta publicación. El reto era hacerlo en una semana y comunicarnos sólo por WhatsApp. Fue una situación intensa e innecesaria, pero eso iba así.

Foto: Javier Llorens.