El Museo Meadows de Dallas fue fundado hace casi sesenta años por el dueño de la General American Oil Company de Texas, Algur H. Meadows, quien había visitado España por negocios y se había enamorado del arte español paseando por el Museo del Prado. A partir de aquellas visitas madrileñas, el magnate fue adquiriendo una potente colección de arte que acabó por ser la piedra angular del museo en Dallas que lleva su nombre.
Una visita a aquel museo americano, hace una década, con motivo de una exposición antológica dedicada a Joaquín Sorolla unió los caminos de la coleccionista de arte Hortensia Herrero, propietaria de obras del artista valenciano, y del periodista y crítico de arte Javier Molins quienes, paseando por el distrito del arte de la ciudad petrolera, entablaron una relación que les llevaría, a él como asesor artístico y a ella como propietaria, a trazar las líneas de la colección de arte que, a día de hoy, atesora una de las mujeres más ricas de España.
Para entonces, Hortensia Herrero ya había dado sus primeros pasos en el mecenazgo cultural centrado en el patrimonio, contribuyendo a la recuperación de la Ermita de Santa Lucía, junto a la biblioteca de la calle del Hospital. Había puesto en marcha la rehabilitación de la Iglesia de San Nicolás y la del Colegio del Arte Mayor de la Seda, edificios importantes que se encontraban en estado de avanzado deterioro. Más tarde le tocaría el turno a la Iglesia de los Santos Juanes, frente a La Lonja y junto al Mercado Central. Mientras, en su faceta de coleccionista, la vicepresidenta de Mercadona había ido adquiriendo obra de artistas valencianos como Alfaro, Genovés o el propio Sorolla.
Hortensia Herrero, inspirada en aquel museo tejano pensó que ella quería hacer algo parecido en su ciudad, un museo financiado con fondos privados, los suyos, que expusiera la obra de artistas locales. Su futuro asesor artístico, Javier Molins, que aún no lo era, le dijo aquel día en Dallas que veía más interesante llevar a Valencia a artistas internacionales para que los ciudadanos pudieran disfrutarlos sin moverse de casa, puesto que en su opinión los artistas locales estaban bien representados en los museos públicos. Bajo esa premisa, HH comenzó a comprar arte de cariz más internacional.
Y, también bajo esa premisa, puso a funcionar el Centro de Arte con su nombre hace cuatro meses, donde ha cumplido dos de los objetivos de la Fundación que ella preside: recuperar patrimonio de la ciudad, pues el palacio donde se ubica el museo es un espléndido edificio del siglo XVII que ha sido testigo de la historia de la ciudad desde sus inicios y que se caía a pedazos, y exponer las obras de arte que forman su vasta colección.
El edificio principal de Valeriola es de 1608, pero, por ejemplo, el muro del circo romano, en el piso más abajo de todo el museo, tiene dos mil años. Uno de los grandes retos del proyecto fue adaptar el edificio existente a un uso cultural. En este sentido, durante el diseño del Centro de Arte existió una coordinación inevitablemente estrecha entre el proyecto museográfico y el proyecto arquitectónico dirigido por el estudio ERRE Arquitectura, al frente del cual está Amparo Roig Herrero, arquitecta e hija de los dueños de Mercadona, origen de la fortuna de los mecenas valencianos. Tras cinco años de obras, complicadas, el museo abrió sus puertas en noviembre de 2023.
Cifras de vértigo
Los grupos de visitantes, de todo tipo, se agolpan en la puerta de la entrada del museo, ubicada en uno de los laterales del edificio que da a la calle del Mar. La entrada más cara cuesta 9 euros. El museo lleva poco tiempo abierto y aunque se haya pasado un poco ese hype inicial, despierta mucha curiosidad.
El tesoro lo forman cien obras de cincuenta artistas de dieciséis nacionalidades. Más de 3.500 metros cuadrados y cerca de 40 millones de euros de inversión en total. Las cifras son abrumadoras. Los nombres, también. David Hockney, Anish Kapoor, Anselm Kiefer, Calder, Chillida, Tàpies, Barceló, Dubuffet, Julio González, Lichtenstein, Sean Scully, Ann Veronica Janssens, Cristina Iglesias, Julian Opie… Las salas del palacio recuperado reúnen obras de los artistas contemporáneos más prestigiosos, muchas de ellas de grandes dimensiones y creadas para sitios específicos del museo.
Algunos nombres
Un ejemplo de esto es la obra que Sean Scully (Dublín, 1945) ha creado para la antigua capilla del palacio, que se mezcla con un mural de Sorolla (1863-1923) sin desafinar en absoluto. Tras visitar la exposición de Scully en la Bienal de Venecia de 2019 y contemplar las vidrieras que realizó en la Abadía de San Giorgio Maggiore, Hortensia Herrero le propuso realizar una intervención parecida en su Palacio de Valeriola.
La artista donostiarra Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956) aporta otro site specific consistente en una gruta transitable. La pieza de Iglesias propone, según sus propias palabras, «un mundo onírico muy cercano a la ciencia ficción en su apariencia física, con elementos que tienen una textura pétrea con apariciones de organismos que no reconoces del todo y luego todo este mundo de reflejos, de espejos, lugares donde no puedes entrar y otros que sí. Yo espero que el espectador se sienta en otro mundo, que este tránsito de un lugar a otro sea un tránsito en un mundo especial y que a su vez te pueda recordar cosas que ya has visto en la naturaleza».
Mat Collishaw (Nottingham, 1966), figura clave de los conocidos como Young British Artists que surgieron en Londres a finales de los ochenta, firma dos creaciones en el CAHH. ‘Left in Dust’ (2023), una videoinstalación, técnicamente compleja, sobre una pantalla de LED transparente montada en una estructura oval de cuatro toneladas de peso suspendida en el aire que muestra unos caballos digitales corriendo por la pista de un circo romano. Un circo como el que hubo en funcionamiento en este mismo lugar hace dos mil años y del que se puede observar gran parte de uno de sus muros perfectamente conservado.
La otra pieza es Transformer, una obra inspirada en las Fallas de Valencia, una de las grandes pasiones de Hortensia Herrero. Collishaw, indagando para crear la obra, recuerda el impacto que tuvo al conocer la fiesta. «Las Fallas me parecieron una locura total, viendo lo que pasa aquí con estos ninots enormes de gente como Donald Trump, Ronald Reagan, o quien sea, este tipo de figuras políticas célebres de amor o figuras de odio que se exhibían y luego se quemaban. Todo el evento parecía una fiesta pagana, pero también incorporaba la idea de la celebridad, como algo propio de las redes sociales». Collishaw incluye imágenes reales de las fallas junto con otras de flores y mariposas que arden como símbolo del renacimiento, del fuego purificador que todo lo renueva.
La relación de Hortensia Herrero con Jaume Plensa (Barcelona, 1955) viene de lejos, pues fue uno de los artistas seleccionados para exhibir su obra en la Ciudad de las Artes y las Ciencias en una serie de tres exposiciones organizadas por la Fundación Hortensia Herrero. La suya tuvo lugar en 2019 y en ella mostró siete cabezas de siete metros y siete toneladas de peso cada una.
Para su intervención en el ábside del antiguo Palacio Valeriola, Plensa recurrió a un universo de letras para producir una instalación que se apodera de un espacio bautizado por el artista como ‘el ombligo’ del museo. Creó sobre la pared una segunda piel con sus letras provenientes de diversos alfabetos para mostrar la diversidad que hay en el mundo. Unas letras fabricadas en acero inoxidable 314, que es el mismo utilizado en el edificio Chrysler de Nueva York: un rascacielos que siempre ha fascinado al artista.
Alexander Calder (Lawnton, 1898-Nueva York, 1976), pionero del arte cinético, comenzó hacia 1942 a trabajar en una serie de móviles de madera titulados ‘Constelaciones’, en homenaje a las obras del mismo nombre que había creado Miró y que habían podido verse en la retrospectiva que el MoMA le había dedicado en 1941. Sus obras se encuentran en las colecciones permanentes de los mejores museos del mundo. La colección Hortensia Herrero posee dos obras de Calder: un móvil que cuelga del techo y un standing mobile que formó parte de la exposición retrospectiva que le dedicó el Whitney Museum de Nueva York en 1976.
En el CAHH se puede ver una de las obras más icónicas de David Hockney (Inglaterra, 1937): Las cuatro estaciones, una videocreación, compuesta por 36 pantallas sicronizadas con 36 vídeos, donde el artista filma el bosque del este de Yorkshire durante las cuatro estaciones del año haciendo el mismo recorrido con un coche equipado con nueve cámaras. La obra completa está compuesta de cuatro paneles, nueve pantallas por cada estación, que el espectador puede contemplar al mismo tiempo, viendo simultáneamente cómo cambia el paisaje en cada estación.
La lista de artistas es larga, cincuenta, la mayoría de los cuales son hombres. Por su parte, las obras de arte, tienen poco en común unas con otras, aunque hay una tendencia a lo escultórico y, por supuesto, a lo monumental en toda la grandeza del término. Como buenos ‘médicis’.
El sitio es impresionante por su arte, por su arquitectura y por la historia que atesora, que resume la vida de la ciudad desde hace dos mil años. Es un conjunto que respeta y valora todo su pasado, integrado en una arquitectura exquisita diseñada bajo una perspectiva contemporánea. Un regalo para la ciudad.
FOTOS: Eduardo Manzana.