Hace más de tres décadas, artistas, galeristas, críticos de arte y demás afluentes del incipiente sector cultural recibieron, por teléfono, por correo postal y por aquel artilugio llamado fax (recordemos que eran los años 80), una convocatoria para acudir a un encuentro en el Museo Nacional de Cerámica donde iban a conocer, maravillados, el proyecto de lo que sería, en poco tiempo, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM).
El primer conseller de Cultura de la democracia, el socialista Ciprià Ciscar, se adelantaba así al resto de autonomías al promover el primer museo de arte contemporáneo del país. Un museo que, aún no lo sabíamos, pero iba a ser «tan intocable en Valencia como la Geperudeta», como llegó a decir socarrón, años más tarde, el escultor Andreu Alfaro, impulsor del museo y autor de su logotipo.
En 1984 se creó legalmente el IVAM y, cinco años después, tras la construcción del brillante edificio pensado por los arquitectos Emilio Giménez y Carlos Salvadores, abría sus puertas con una colección gestada por Tomás Llorens, padre conceptual del proyecto. Llorens, teórico de gran prestigio, sentó con acierto las bases de lo que sería la colección del museo. Tras poner el IVAM en marcha, Llorens fue reclamado en Madrid para dirigir el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que nacería en 1990, y más tarde, ser conservador jefe del Museo Thyssen Bornemisza.
La inauguración del IVAM fue el 18 de febrero de 1989, hace ahora 35 años, y se hizo con la presentación de la colección del escultor Julio González; una muestra del Equipo Crónica y la exhibición del ciclo de fotomontajes The American Way of Life, de Josep Renau.
Las crónicas de la época reflejan la emoción de todo aquello: los protagonistas (y los figurantes) de la escena cultural estrenaban casa y cóctel, ávidos de novedades y con mucho por hacer. Iniciaba así su camino uno de los proyectos más coherentes del arte contemporáneo español y lo hacía con una estrategia inteligente que se centró en conseguir a muy buen precio la potente colección del legado de Julio González, adquirir un importante volumen de la obra de Ignacio Pinazo y apostar, también, por la compra de interesantes fondos fotográficos. Fueron los pasos básicos para armar los cimientos artísticos del museo.
El tándem inaugural que, tras la marcha de Llorens, formaron Carmen Alborch y Vicent Todolí, en los años de su gestión antes de que ella se fuera al Ministerio de Cultura y él, a la Tate Modern, propició una programación sobre la plástica internacional que trajo a Valencia los discursos artísticos de la modernidad sin necesidad de viajar a la Documenta de Kassel ni al Soho de Nueva York. Solo había que acercarse a Guillém de Castro.
El museo como revulsivo
Armand Llácer, gestor cultural bregado en muchas iniciativas y buen conocedor del ecosistema cultural, no tiene dudas. «La apertura del museo fue un gran revulsivo en la ciudad. Yo estaba en la universidad, estudiando Bellas Artes, y las posibilidades que ofrecía el museo para alguien como yo eran brutales. Tuvimos la oportunidad, novedosa por aquí, de asistir a encuentros con los artistas mientras estaban exponiendo. De ahí destaco una visita con Richard Hamilton que fue guiada por Vicent Todolí y que fue para mí como una especie de descubrimiento que me impactó muchísimo. Tanto que, ese mismo día, decidí dedicarme a la gestión cultural y museística», explica sonriendo.
«Yo alucinaba de ver tanto nivel en la ciudad. Hubo exposiciones que marcaron un antes y un después, la de Moholy-Nagy en el año 91, la de las vanguardias rusas … Del repaso de estos años pienso en las muestras de Richard Hamilton, Carmen Calvo, Susana Solano, Evarist Navarro o Yturralde, por ejemplo, que fueron buenísimas».
«La exposición de Pierre Soulages, por citar alguna aunque fueron muchas las que me impresionaron, fue brutal, el IVAM le compró una obra excepcional. Estuve un tiempo trabajando en una institución cultural en Francia y desde allí, pude comprobarlo, se miraba al museo y a Valencia con admiración. En el IVAM vi por primera vez al Equipo Crónica, a Renau y a Julio González en aquella exposición inicial, que fue una maravilla».
Nuria Enguita, que trabajó en el museo entre 1991 y 1998 y lo dirige desde 2020, considera la apertura del IVAM como uno de los grandes hitos de la historia cultural de Valencia y de su autogobierno. «Es fundamental entenderlo en el desarrollo del Estado de las Autonomías. Forma parte de un momento de renovación, cuando todo era posible. Una serie de factores confluyeron en hacer de ese museo uno de los más importantes de la década, en España y en Europa: voluntad política, apoyo presupuestario, experiencia en la gestión, conocimiento curatorial, etc. Su programa constituyó un revulsivo para artistas y ciudadanos, abriendo el espectro de las artes», explica.
Una biografía movidita
Durante estos 35 años, el IVAM ha sido, muchas veces, un reflejo de la sociedad que lo acogió y, como tal, ha vivido momentos de euforia y también momentos críticos. Ya en su creación hubo debate inicial entre los teóricos que defendían potenciar desde el museo a los artistas locales, tesis del crítico Vicente Aguilera Cerní, y los que creían que el museo debía tener una visión más internacional, como finalmente acabó imponiéndose.
En el museo ha pasado de todo, que siete lustros dan para mucho. Desde la destrucción de una obra de arte por parte de su propio autor tras un conflicto político entre la dirección del museo y la Generalitat que acabaría costando el cargo al director del museo, Juan Manuel Bonet —véase escultura de Sanleón, ahí están las hemerotecas—, hasta el encargo de un proyecto de ampliación del museo por parte de Kosme de Barañano, siguiente director después de Bonet, a los arquitectos japoneses del estudio Sanaa, que fue muy polémico, muy caro y nunca se llegó a ejecutar.
Por el camino se jugó con el Centro del Carmen como subsede del IVAM, ahora sí, ahora no, hasta separarse del todo su gestión, aunque ambos museos sean de titularidad autonómica. En esa biografía movidita no faltaron traficantes de arte de la mafia china, que vendieron ilegalmente al museo una colección de fotografías, ni varias causas abiertas en los tribunales por una gestión cuestionable por parte de la que fuera su directora durante diez años, de 2004 a 2014, Consuelo Ciscar.
El IVAM a los 35
Respecto al rumbo de la institución, Armand Llácer cree que el IVAM sigue, a sus 35 años, su trayectoria como museo de referencia, no solo local sino también estatal, y posicionado como uno de los mejores del sur de Europa.
«Ha recuperado su lugar en el mapa de museos y es una entidad que no está en cuestión, funciona bien y sus últimos gestores, tras la instauración hace unos años de los procesos abiertos de selección de personas preparadas con trayectorias adecuadas, lo están haciendo muy bien. Es deseable que continue esa independencia del museo, con su capacidad presupuestaria y su programación autónoma y sin interferencias», afirma. Aplicando el Código de Buenas Prácticas mediante un concurso público fue como llegaron a la dirección los dos últimos gestores del IVAM, José Miguel García Cortés (2014-2020) y Nuria Enguita, al frente desde 2020.
La directora del museo afronta, «satisfecha del trabajo hecho», la celebración del 35 aniversario. «Con el orgullo de ser patrimonio de todos los valencianos y valencianas; de ser la institución mejor valorada y una de las mejores del país; por ser un lugar presente en la vida de muchas personas, por haber constituido una comunidad alrededor del museo», apunta Enguita.
«En estos 35 años el IVAM ha sido testigo del movimiento del mundo. Esa institución que llamamos museo se ha transformado hoy en un lugar donde la investigación es clave, un museo internacional pero también conectado con su entorno más inmediato -el barrio del Carmen, la ciudad, el territorio-, con una programación que intenta dar una visión de diversidad de lo que está pasando en el planeta, un lugar permeable a otros saberes que proponen historias del arte más complejas. Vivimos en una sociedad cada vez más heterogénea que demanda relatos menos unidireccionales; por ello hemos intentado incorporar nuevas narrativas al museo», explica la directora.
Son muchas las propuestas que han interesado, en estos años, a la actual gestora del IVAM. «Si tengo que elegir me quedo con las últimas exposiciones. El público que visite el museo estos días encontrará obras de la Colección del IVAM en todas las salas, excepto en una. Uno de los elementos que aporta densidad al relato de cualquier museo es su propia colección, un patrimonio común que debe ser preservado, difundido y ampliado. Exposiciones como ‘popular’, ‘La fotografía en medio’ o las dedicadas a Julio González, Ignacio y Juana Francés -en IVAM Alcoi- muestran, más allá de la obra contenida, el enorme valor de esta colección».
A nivel institucional, la Ley del IVAM de 2018 fue imprescindible para dotar al museo de un nuevo marco regulador que refuerza los mecanismos de control y la independencia artística. «Hoy es un museo con un fuerte sistema de gobernanza, especialmente en cuanto a buenas prácticas, ética y una gestión pública transparente», afirma Nuria Enguita.
Los retos del museo
En opinión de la directora, el IVAM se enfrenta a unos retos que son generales de los grandes museos y entre ellos está la financiación y un modelo económico sostenible. «La inyección de recursos es necesaria. También debemos seguir trabajando en la consolidación del equipo para reducir la tasa de temporalidad y hacer del museo un lugar seguro».
Armand Llácer, en este sentido, cree que la cultura «debe resistir, estamos en un momento en el que deberíamos demostrar madurez sectorial, ser capaces de estar por encima de las diferencias y del individualismo y que el sector se mostrase cohesionado y maduro. El IVAM debe seguir siendo un lugar de referencia donde poder reflexionar con los tiempos necesarios. Un museo en el que pensar con calma, donde no prime la cantidad de visitantes sino la calidad de la visita. En un panorama tan agitado políticamente, ojalá se pueda seguir gestionando con calma y con serenidad».
Nuria Enguita reflexiona sobre el paso del museo como institución cultural a ser, también, destino turístico, «debemos saber conjugar la importancia del turismo cultural y la relación con la comunidad próxima. Es un esfuerzo que ha arrancado, pero hace falta muchísimo más trabajo para que más públicos circulen por el museo. Hay que seguir trabajando en la mediación, en la educación, en un programa público mucho más amplio y generoso», opina.
Por último, la directora recuerda que la ampliación del edificio que alberga al museo está todavía pendiente. «El IVAM debe seguir creciendo y la arquitectura debe responder a un programa que lo permita. El Centre Julio González, construido a mediados de los ochenta, requiere cuidados. En estos últimos años hemos acometido intervenciones para recuperar el vestíbulo de entrada como plaza pública, hemos renovado la cafetería, hemos abierto una nueva tienda y una librería y hemos rehabilitado la muralla arqueológica. Pero necesitamos continuar con estas acciones para traer el espacio al siglo XXI, dotándolo de los medios necesarios para optimizar su funcionalidad y seguridad. La arquitectura de un museo también debe ser un activo. Nuestro reto es la reactualización y la consolidación urbana del Centre Julio González», concluye Enguita.